EL MAL DESDE SU CONCEPCIÓN ATEA A PARTIR DE LA PESTE DE ALBERT CAMUS (Por Adolfo Monje Justo. Junio de 2004)
El existencialismo debe ser el punto de referencia y contrastación si queremos situar la línea y el estilo de Camus, aunque muchos autores se sorprenden de que sus contemporáneos le encasillen en tal movimiento. Sobre esto influyó la angustia de los años cuarenta y cincuenta. Con ellos, sin duda, tiene en común la negación del racionalismo hegeliano, los sistemas totalizadores y la preocupación por la vida en acto. Ahora bien, a diferencia de estos en su obra se ve la voluntariedad de un análisis desnudo del ser y su fundamentación. El propio Camus en varias ocasiones expresó su negativa a ser incluido entre los existencialistas, esto, apoyándose en su poco aprecio a la razón y al fundamento de los sistemas filosóficos. Sin embargo, propugnó enormemente “la moda de la absurdidad”. Según Marla Zárate en su estudio sobre Camus, podíamos resumir su pensamiento del siguiente modo: “Aceptar el absurdo no debería ser una experiencia, si bien necesaria, que concluyera forzosamente en un nihilismo oclusivo. Camus creía posible dotar la vida de sentido, enmarcado entre ciertos límites, mediante la rebeldía, noción fundamental en su pensamiento. Veía negativamente las revoluciones históricas y optaba por la asunción de la finitud en el marco de la naturaleza, sin que ello implique evitar la corrección de la injusticia.”[1] Como veremos todo esto está presente en la obra que nos ocupa. De este modo, Camus posándose en el espacio y tiempo presentes, nos recuerda los riesgos que conlleva aferrarse a la infinitud, en el campo de la metafísica y la sociedad. Por ello, debemos mantener el sentido del límite. Camus toma como punto de partida de su filosofía el anuncio de Nietzsche que “Dios ha muerto”. Se ha derrumbado la fe, ya que Dios ya no se encuentra en la conciencia de los hombres. Pero esta visión conlleva un peligro, ya que echado por tierra las viejas creencias en la eternidad y los absolutos que sustentaban la conducta ¿Qué puede quedarnos? Y en este sentido, la vida ¿valdrá la pena o no ser vivida?
El mundo, de este modo, le da la espalda al hombre y a sus interrogantes, se le aparece extraño y sin sentido, y esto hace que se enfrente a la muerte. Este es el modo en que se nos presenta el absurdo, no en el mundo en sí, sino por el fracaso que sufre el hombre cuando en sus cuestionamientos sobre el mismo solo observa algo ininteligible. Por ello, lo único que nos queda es aceptar la irracionalidad del mundo. Camus en su obra El mito de Sísifo lo expresa del siguiente modo: “Lo que yo no comprendo carece de razón. El mundo está lleno de estas irracionalidades. El mundo mismo cuya significación única no comprendo, no es más que una inmensa irracionalidad (...) todo es caos (...) Lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo.”[2] Encontramos, pues, un sin sentido a nuestras actividades diarias y, como no, al sufrimiento, en la medida de una ausencia de toda razón para vivir. A pesar de todo debemos extraer las consecuencias precisas. Paradójicamente, aunque tal absurdo nos robe toda vía de libertad eterna, aumenta considerablemente nuestra libertad de acción. Así el hombre absurdo, eliminando todo término absoluto, debe vivir según sus límites, incluyendo su condición perecedera. Además debe arrojarse a la acción sin desmoronamiento, a pesar de su inutilidad en sí misma. Ahora bien, la falta total de esperanza no debe llevarnos a la desesperación, ya que una vez reconociendo nuestros límites y no optando por el suicidio, se le otorgará a la vida cierto valor. Debemos reconocer la grandeza del hombre en la miseria. Antes de comenzar a adaptar este pensamiento dentro del contexto de su novela La peste, debemos reconocer que todo hombre absurdo puede hallar placer en una actividad inútil, ya que le hace ser él mismo y en correspondencia, feliz. De este modo, afirma respecto de Sísifo, cito: “Toda la alegría silenciosa de Sísifo está ahí. Su destino no le pertenece. Su roca es suya. Del mismo modo, el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos (...) El hombre absurdo dice “sí” y sus esfuerzos ya no tendrán término (...) no hay un destino personal (...) pero sabe que es dueño de sus días.”[3]
En cada una de sus obras literarias se nos muestra un modo diferente de rebeldía frente al absurdo. Este se hace presente a través de distintos personajes que tienen en común la carencia de toda fe, aunque su enfrentamiento a ella varía, en torno a la desesperación, la indiferencia o la lucha. Aparte de La peste, otra de sus obras donde se observa esto claramente, pueden ser, El malentendido, Calígula, El extranjero, La caída, Los justos, etc.
Vamos a entrar de lleno en la novela que nos compete, La peste, y particularmente trataremos el problema del mal que subyace de ella. Ante la dificultad de analizar una concepción filosófica dentro de un argumento novelesco, nos hemos visto obligado a explicar todas estas consideraciones generales del pensamiento de Camus anteriormente. Aunque como ya veremos todos estos detalles están presentes, de alguna u otra manera, en la obra. El argumento es simple. En sentido estricto La peste es la historia terrible y precisa de una epidemia que se abate sobre Orán y deja a la ciudad argelina aislados del mundo angustiosamente. Así a los muchos personajes de la novela, el absurdo se les aparece en forma de enfermedad. Además la angustia constante a causa del encierro obligado y, sobre todo, la siempre acechante amenaza de muerte les enseña a vivir en la finitud. Así en una única lucha entre el vivir y el morir, las reacciones de los personajes son distintas.
Muchos de los comentaristas de la obra le han atribuido una directa intención alegórica. Se ha realizado una vinculación metafórica ente la terrorífica enfermedad de la peste y la función exterminadora que tuvo la segunda gran guerra. En ambos casos la devastación humana es atroz. El doctor Rieux principal protagonista y narrador de la obra, que es el que más se acerca a las bases del pensamiento de Camus, afirma en un pasaje de la misma que “las plagas, en efecto, son una cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha habido en el mundo tantas pestes como guerras y, sin embargo, pestes y guerras cogen a las gentes siempre desprevenidas.”[4] Para Camus la enfermedad era absolutamente mala, como el totalitarismo. Considera la peste como un mal absoluto desde el primer esbozo de su proyecto. En la obra se describe como en 1942, en la época nazi, a los judíos se los enjuiciaba y en 1481, cuando la peste asoló el sur de España, la Inquisición les echó la culpa a los mismos. Así las enfermedades, la guerra o los desastres naturales, visto como un mal, representan, dentro de la falta de racionalidad en el mundo, la mayor irracionalidad. Se nos presenta como el mayor de los absurdos ya que alegan, como muchos hechos en el mundo, la falta de cualquier absoluto. Rieux afirma que “sin duda una guerra es evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure”. Vemos al igual que Hegel que el mal forma parte de la única realidad verdaderamente existente, aunque sea lo que hay de menos real dentro de lo real. El doctor Rieux aclara que “el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene que pasar”. Pero mientras que este mal es para Hegel un mal metafísico, en cuanto absoluto y considerado como “negatividad positiva”, para Camus no es más que un mal físico. Hegel observa que el mal forma parte de lo real, pero como una identidad que, dinámicamente, contribuye al desenvolvimiento lógico-metafísico del mundo. Hegel entiende la vida como un progreso y los seres humanos son los que hacen que sea así. Pero como intermediarios de Dios han debido pagar un precio muy caro. De ahí tantas muertes innecesarias a causa de las guerras, epidemias, etc. El mal, en todos sus aspectos sobre el sufrimiento humano, es un ingrediente necesario dentro de ese progreso. Es la forma en que Dios ha llegado a ser él mismo y ha llegado a concluir la verdad.
Esta teodicea hegeliana es inconcebible para Camus, ya que no puede admitir la racionalidad del mundo en la justificación del sufrimiento humano. Admitido que existe el mal en el mundo, ya que se nos muestra obviamente, Camus más que realizar una teoría sobre el origen del mismo, ya que, como todo en el mundo, no encontraría respuestas, él intentará realizar una teoría sobre cómo el hombre debe afrontar ese echo irremediable que sucede en la naturaleza. Ahora bien, debemos aceptar el mundo como es, pero eso no implica consentir el mal que incluye. De este modo atacará al mal de forma decidida porque a él le ha tocado de forma muy directa.
Hay muchas formas de afrontar mal, o en este caso a la epidemia. Como afirma Ferrater Mora una de ellas es la desesperación. Esto es totalmente rechazado por Camus. No es propio de la grandeza del hombre evadirse de la realidad, y en última instancia, evadirse del mundo ante su sin sentido. El suicidio es siempre la última salida. En El mito de Sísifo, Camus se refiere al tema del siguiente modo: “morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para sobrevivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento (...) Es una curiosidad legítima preguntarse si una conclusión de este orden exige que se abandone lo más rápidamente posible una condición incompresible”[5]. Otras de las actitudes, según Ferrater Mora, que es la que se debe adoptar como manifiesta Camus, es la de la acción, tanto individual como colectiva. Señalaremos algunos pasajes de la obra donde se demuestra este hecho. El mal, como es la epidemia, es una injusticia radical contra la humanidad misma, por ello debemos erradicarlo. Este ideal está ya bien expresado en la figura del doctor Rieux, antes incluso de que se conociese la epidemia, así se le presenta del siguiente modo: “su lenguaje el de un hombre cansado del mundo en el que vivía, y sin embargo inclinado hacía sus semejantes y decidido por su parte, a rechazar las injusticias y las concesiones”[6]. A través de esta crónica de una ciudad apestada se observa la ética por la que se perfila Camus, como hemos visto en Rieux, la honestidad con uno mismo y la simpatía hacía los demás. Esta forma de afrontar el absurdo, se refleja en el médico, por el mero echo de realizar su oficio, así en una conversación con otro de los personajes de la novela, el periodista Rambert, el médico le dice: “es preciso que le haga comprender que aquí no se trata de heroísmo. Se trata solamente de honestidad. Es una idea que puede que le haga reír, pero el único medio de luchar contra la peste es la honestidad”[7]. Rambert a su vez le pregunta qué es la honestidad, y Rieux le contesta contundentemente: “no sé que es en general. Pero, en mi caso, sé que no es más que hacer mi oficio”[8]. Después de esto el periodista, al que la peste le ha cogido de sorpresa en una ciudad que no es la suya, al comienzo solo piensa en huir pero esta ética implícita le obliga a quedarse, por no sentir vergüenza de ser el único en alcanzar la felicidad. Vemos como no nos podemos resignar, sino debemos rebelarnos contra el mal y luchar en este caso contra la propia peste. Así, otro de los personajes esenciales en la obra, Tarrou, y que al final de la misma se ve contagiado, antes de morir dice: “No tengo ganas de morir, así que lucharé. Pero si el juego está perdido, quiero tener un buen final”[9]. A su vez Rieux, ante la irremediable muerte de su amigo no podía hacer más que verlo luchar, así comenta: “Tarrou luchaba, inmóvil. Ni una sola vez, en toda la noche, se entregó a la agitación al combatir los asaltos del mal: solamente empleaba para luchar su reciedumbre y su silencio”[10]. Ya muerto, Rieux solo puede admitir que su amigo a perdido definitivamente la batalla contra la peste. Ahora bien, esta lucha no puede ser individual, sino colectiva, por que es un problema que afecta todos sin reservas. De este modo, Tarrou en pleno auge de la plaga observa que se deben “agrupar a todos los que con buena voluntad quieran luchar contra el mal que nos hiere”.
Según Oliver Todd, en su biografía sobre Camus, manifiesta que La peste no es acristiana, sino el libro más tranquila y didácticamente anticristiano de Camus. A pesar de todo en la obra le da la palabra al jesuita Paneloux, que se supone especialista en san Agustín. Todd recoge una anotación de Camus en la corrección de la obra donde dice lo siguiente: “el único gran espíritu cristiano que ha mirado de frente el problema del mal es san Agustín”. Pero vamos a analizar más despacio las conclusiones que se pueden sacar de la intervención del padre Paneloux en la obra. A él se le delega la tarea de defender a Dios, y es que cómo puede justificar un cristiano la existencia de Dios ante tanta injusticia en el mundo. Camus rechaza el cristianismo y el catolicismo, doctrinal y tolerante. Por supuesto se ve incapaz de aceptar el pecado original y que el hombre merezca la desgracia. Durante el texto el padre Paneloux dará dos sermones sustancialmente distintos, y entre medio un hecho, la agonía antes de morir de un niño, que le hará, al menos, reflexionar sobre lo que dijo en el primero. En el primero es muy contundente, comienza apelando a la justicia divina: “Hermanos míos, habéis caído en desgracia; hermanos míos, lo habéis merecido”[11]. En ese preciso momento cita el texto del Éxodo relativo a la peste como la quinta plaga que castiga a Egipto y dice: “la primera vez que esta plaga apareció en la historia fue para herir a los enemigos de Dios (...) desde el principio de toda la historia el azote de Dios pone a sus pies a los orgullosos y a los ciegos. Meditad en esto y caed de rodillas”[12]. Esta visión vengativa de Dios la encontramos perfectamente tratada en el libro de Job, y aquí tampoco sale muy triunfal como después veremos. Esta concepción, al igual que en el padre Paneloux, es sostenida en libro de Job, por el personaje de Bildad. Este sostiene que Dios no es injusto. Por tanto, Job ha de haber pecado para ser así responsable de su castigo. Claramente Bildad está malinterpretando los hechos con el deseo de para mantener el principio que le ha transmitido la tradición de justicia divina, pero, en cambio Job es inocente. En un segundo discurso ante Job, Bildad, sostiene que el malvado nunca resistirá ante Dios. El padre Paneloux dice al respecto en La peste, en un tono menos contundente que antes y en una tesis agustiniana afirma: “Esta desdicha no ha sido querida por Dios. Durante harto tiempo este mundo ha transigido con el mal, ha descansado en la misericordia divina (...) Dios, que durante tanto tiempo ha inclinado sobre los hombres de nuestra ciudad su rostro misericordioso, cansado de esperar, decepcionado en su eterna esperanza, ha apartados de ellos su mirada. Privados de la luz divina, hemos aquí durante mucho tiempo en las tinieblas de la peste”[13]. Por último, en un tercer discurso ante Job, Bildad dispuesto a demostrar que Job no es un hombre justo, recurre a comparar la creación con el creador. Todas las maravillas de la creación son nada ante Dios ¡cuánto menos el hombre!
Más tarde Elihú, otro de los personajes que conversa con Job, cree saber el verdadero sentido de la prueba de Job. Expone la virtualidad del sufrimiento como llamada de Dios a la conversión del hombre. Al respecto el padre Paneloux terminando ya este primer discurso afirma: “Hoy mismo, a través de este tropel de muerte, de angustia y de clamores, nos guía hacía el silencio esencial y hacía el principio de toda vida. He aquí hermanos míos, la inmensa consolación que quería traeros para que no sea solo palabras de castigo las que saquéis de aquí, sino también un verbo que os apacigüé”[14].
La cuestión que se nos plantea ahora, y que da pie, al cambio de actitud del padre Paneloux: ¿Cómo explicar el sufrimiento del inocente, el sufrimiento no merecido? Este es sin duda el tema clave del libro de Job. En la novela esta cuestión se plantea ante la presencia de los principales personajes, incluido el jesuita, de la horripilante agonía que tiene que sufrir un niño apestado antes de morir. Rieux al contemplar la escena horrorizado y en respuesta al primer sermón de Paneloux, exclama: “!Ah!, éste, por lo menos, era inocente, ¡bien lo sabe usted! (...) No, padre. Yo tengo otra idea del amor y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”[15]. Este gran golpe moral que sufrieron los principales personajes de la novela, también afectó enormemente al jesuita. Job se plantea la misma pregunta, ¿cómo él siendo una persona modélica y justa, Dios le castiga de esa manera? A partir de este momento, al igual que Rieux, se rebela contra Dios. Por más respuestas que le dan sus contertulios ninguna le satisface. Todo lo que dice sobre Dios en su rebeldía es verdad, y resulta sólo superado por la comprensión de ese mismo Dios y su creación como misterio. En cambio, a Rieux que le dice a Paneloux, “hay horas en esta ciudad en las que no siento más que rebeldía”, no se le aparece Dios para darle la razón, sino que es precisamente lo irracional del sufrimiento lo que le hace a éste no creer en Él. ¿Cómo ese Dios todopoderoso puede permitir la muerte tan grotesca de un niño inocente? A pesar de todo tanto Rieux como Job tienen algo en común, al final de todo, ninguno sabe la causa del mal en el mundo. El Señor aunque acude a la llamada de Job, no explica nada, Por ello el mensaje que podemos sacar, principalmente, del libro de Job es que la creación entera es un misterio, y aparte de ese misterio de la creación nos encontramos con el misterio del dolor.
Curiosamente el jesuita acaba sucumbiendo al poder de la peste y muere irremediablemente, con una fe, ante su Dios muy deteriorada. Incluso en su segundo sermón comienza diciendo: “Hermanos míos, ha llegado el momento en que es preciso creerlo todo o negarlo todo”[16].
Hasta ahora, hemos estado tratando la visión que tiene Camus del mal como plena irracionalidad en la naturaleza, pero ¿qué opinión tiene de la naturaleza humana? A pesar del pesimismo filosófico, que como hemos visto, subyace en toda su obra, Camus, sin embargo, siente un gran aprecio por el hombre tal como es, y esto conlleva todas sus penurias y amarguras. De este modo, toma plena conciencia de la soledad del hombre y de la tragedia de su enfrentamiento con la absurdidad de la naturaleza. Por ello el doctor Rieux, confesándose al final de la obra autor de la crónica de lo sucedido durante la peste, afirma rotundamente: “El doctor Rieux decidió redactar la narración que aquí termina, por no ser de los que se callan, para testimoniar a favor de los apestados, para dejar por lo menos un recuerdo de la injusticia y de la violencia que les había sido hecha y para decir simplemente algo que se aprende en medio de las plagas: que hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”[17].
Ya anteriormente es tratado el tema. Rieux contestando a Tarrou, que afirma que su moral ante los hechos es la comprensión, afirma que el mal que existe en el mundo proviene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad. De esta forma vuelve a repetir que los hombres son más bien buenos que malos. En una visión bastante socrática dirá que el hombre lo que puede llegar a ser es más o menos ignorante, y que el vicio más desesperado es el vicio de la ignorancia que cree saberlo todo y se autoriza entonces a matar. En esta línea, de nuevo apela en términos de bondad humana a la lucha del hombre contra la enfermedad. Y es que es imposible eludirla, no nos sirve ponerse de rodillas ante ella, sino que el único medio es combatirla. Esta verdad, dice, no era admirable: era sólo consecuente. Por ello de una forma bastante rotunda grita “esto no es lo más difícil. Hay peste, hay que defenderse, está claro. ¡Ah!,¡si todo fuera así de simple!”[18].
Hasta aquí es básicamente lo que quería exponer de la obra en sí, pero tenemos la necesidad de nombrar brevemente la adaptación teatral que el mismo autor hizo de la misma. Esta adaptación, bajo el título de Estado de sitio quiere continuar el tema principal de la novela. La acción se desarrolla en Cádiz, ésta se refleja como una ciudad dominada por las viejas pragmáticas, por un sistema político y social donde algunos privilegiados dominan a un pueblo pintoresco, que no puede, si no más, que resignarse y someterse a una autoridad tradicional que les explota. El tirano, que lleva precisamente el nombre de Peste, declara culpables a todos los habitantes de la ciudad y organiza una arbitraria burocracia con el fin de juzgarlos. Así tanto la Peste como la Muerte, que es otro personaje paradigmático, que se dedica a anotar los que se rebelan, representan el sometimiento de los hombres a la tiranía de la razón absoluta. Pero durante la trama aparece el personaje de Diego, joven y apasionado gaditano, que termina rebelándose contra la Muerte, y como hace Rieux en la novela, muestra a los demás la posibilidad de enfrentarse a la Peste y acabar con ella. Al final se termina liberando a la ciudad sitiada del poder del mal.
A pesar de todo debemos tener en cuenta que tanto la victoria de Rieux como la Diego, no son más que batallas ganadas de una guerra que no tiene fin. Esto se puede identificar también con los totalitarismos. Leo el último párrafo de la novela que puede ser muy significativo para entender todo su pensamiento: “Oyendo los gritos de alegría que subían de la ciudad, Rieux tenía presente que esta alegría está siempre amenazada. Pues él sabía que esta muchedumbre dichosa ignoraba lo que se puede leer en los libros, que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, que puede permanecer durante decenios dormido(...), y que puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”[19].
Como vemos el mal es la mayor irracionalidad de la irracionalidad de la propia vida, un mal y una vida que nunca tendrán razón de ser para el hombre, y es que como afirma Rieux “Pero ¿qué quiere decir la peste? Es la vida y nada más”[20].
Bibliografía
- Argullol, R. La atracción del abismo. Destino. Barcelona, 2000.
El Héroe y el Único. Destino. Barcelona, 1990.
La razón del mal. Destinolibro. Barcelona, 1994.
- Camus, A. El extranjero. Alianza. Madrid, 2000.
La peste. Millenium (Biblioteca el Mundo). Madrid, 1999.
El mito de Sísifo. Alianza. Madrid, 2000.
- Fuentes Malvar, J. Estructura del comportamiento humano en Albert Camus. Universidad Complutense de Madrid. Madrid, 1981.
- Huisman, D. El existencialismo. Acento. Madrid, 1999.
- Zarate, M. Camus. Ed. Del Orto. Madrid, 1995.
[1] Zarate, M. Camus. Pág. 17-18. Ed. Del Orto. Madrid, 1998.
[2] Camus, A en Zárate, M. “Textos seleccionados”. Pág. 56-57.
[3] Camus, O.C. Pág. 58.
[4] Camus, A. La peste. Pág. 38. Milleniun (Biblioteca El Mundo). Madrid, 1999.
[5] Camus, A. O.C. Pág. 55.
[6] Camus, A. O.C. pág. 18.
[7] Camus, A. O.C. Pág. 139.
[8] Camus, A. O.C. Pág. 139.
[9] Camus, A. O.C. Pág. 233.
[10] Camus, A. O.C. Pág. 234.
[11] Camus, A. O.C. Pág. 83.
[12] Camus, A. O.C. Pág. 84.
[13] Camus, A. O.C. Pág. 84.
[14] Camus, O.C. Pág. 87.
[15] Camus, A. O.C. Pág. 180-181.
[16] Camus, A. O.C. Pág. 185-186.
[17] Camus, A. O.C. Pág. 253-254.
[18] Camus, A. O.C. Pág. 115.
[19] Camus, A. O.C. Pág. 254.
[20] Camus, A. O.C. Pág. 252.