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ATARDECER
Manuel Rojo Pérez
A medida que se acerca el final, que cada día veo más cercano, mi desconcierto es mayor y supongo que así habrá sido para aquellos que quisieron sacar algunas conclusiones sobre su vida.
Esta noche he estado repasando algunas de las frases que reuní durante bastante tiempo y no he podido encontrar en ellas algo de sosiego. Lo que encuentro es más desconcierto aún. Lo mismo me ha ocurrido con distintos pensadores que en otras ocasiones me han llenado de satisfacción por encontrar en ellos confirmación al deseo que me guiaba en ese momento. Sin embargo ahora casi todo me desanima.
Cada vez veo más ignorancia a mi alrededor, sobre todo en la gente joven, e incluso aprecio que la superficialidad predomina en las personas que yo creía que eran más razonables entre los mayores.
¿Dónde buscar refugio?
Aquellos pensadores en los que yo encontré algo de profundidad fueron los que más pesimismo me produjeron. Querer hablar sobre agnosticismo, escepticismo, pesimismo, abandono total, o lo que sea, nos hunde más aún, y hablar sobre algo que nos anime ya no nos sirve de consuelo; esta situación parece ser que fue a lo que llegaron la mayoría. Los que profundizaron más sobre ese sentir de la humanidad fueron, para mí, Schopenhauer y B. Russell, en el sentido del razonar, porque en el camino del sentimiento nos hunden aún más pensadores que como Unamuno o, en ocasiones, Voltaire y algunos que nos lanzan un jarro de agua fría a veces en frases que rechazan toda esperanza.
Schopenhauer aconsejaba que era mejor no perseguir ideales, porque no pueden basarse nunca en realidades (¿pero a qué se le puede llamar realidad?). Arte del Buen Vivir fue la obra en la que expresó ese pesimismo que se le atribuye. Pero en realidad lo que expresó fueron una normas para no dejarse llevar por la ambición ni por la busca de placeres. En ese sentido se le puede comparar con las predicaciones de algunos espíritus religiosos que parecen aparentemente estar alejados de sus ideas. He repasado más de una vez sus palabras y en algunas ocasiones (siendo más joven) encontré algo de esperanza, pero ahora me siento más enganchado a su pesimismo que a aquellas esperanzas iniciales.
Buscando citas me encontré algunas como ésta: Señor: Si existes, salva mi alma, si es que la tengo: Como dijo Voltaire, al que se le acusa en general, sobre todo desde la religión católica, de ateo. Cuando esas palabras expresan el desconcierto del que llega a las dudas finales, no encuentro nada más.
Bertrand Russell era, y es en la mayoría de las ocasiones, un refugio donde el razonamiento y la sinceridad me proporcionaron muchas veces algo de consuelo, pero en una frase suya también “definió” la angustia que le producía “la soledad de todas las almas”. También llegó a decir que había ocultado su alma en lo más profundo de su ser y que había “fabricado” otra para enfrentarse con el mundo.
¿A quién acudir en petición de socorro?
Los poetas han sido, y creo que serán siempre, la expresión del sentimiento final en el que se puede decir con palabras, sacadas de no sé dónde, qué es lo que nos duele, pero que no sabemos expresar.
Ellos nos dijeron que existen penas y alegrías que no tienen más justificación que nuestro estado de ánimo en algunas ocasiones, pero que si acertáramos a definirlas reflejarían el modo de ver la vida y sus misterios por aquellos que las vivieron intensamente y trataron de explicar lo que la ciencia o la filosofía buscaron dentro del conocimiento. ¿Pero a qué se le puede llamar conocimiento? Cada paso que da la ciencia es una introducción a nuevos misterios, y si la filosofía se lanza a elucubrar sobre ellos nos encontraremos más desconcertados aún.
Los descubrimientos de la Astronomía nos dicen lo que ya siempre se pensó: que no puede haber fin a nada y que nuestra mente se pierde buscando una causa que lo justifique todo. ¿Pero qué es ese todo?
Pero continuaremos preguntándonos siempre; ¿Cuál es la verdad y qué es la mentira?
Mi verdad es lo que yo deseo que sea, y mi mentira es aquello que se opone a mi deseo.
Sólo los que tienen fe en algo, sea ese algo lo que sea, pueden vivir tranquilos, pero es necesario que esa fe sea sincera y no tenga las zonas oscuras que todos nos encontramos al atardecer de la vida. Sobre todo en las noches solitarias, que suelen ser muchas en este atardecer.
¿Tenemos que vivir en el engaño para poder soportar la vida? ¿Pero en qué engaño?
Los librepensadores se tienen que enfrentar a las mayorías, que desean siempre tener mitos en los que refugiarse y olvidarse de que la vida es un préstamo pasajero que hay que devolver sin remedio. ¿Esperar qué?
Las ilusiones son esas cosas que nos inventamos para olvidarnos de las realidades. Pero las realidades no podemos ocultarlas porque nos rodean constantemente.
Las grandes catedrales de Europa fueron construidas por una gente consumida por su visión de fe. Los grandes laboratorios científicos hacen efectivo nuestro sueño contemporáneo de resolver el rompecabezas del universo.
Quizás en el futuro, cuando la gente mire atrás hacia nuestra era, puede que no compartan nuestro sentido de la verdad y así como a nosotros nos conmueve la visión que hizo construir las catedrales, ellos puedan sentirse impresionados por nuestra visión; la de que el conocimiento es el instrumento final de la supervivencia humana en el Universo.
H. R. Pagels.
La ciencia moderna nos muestra un mundo impresionante dentro del átomo y nos dice que el nuestro está “basado” en lo que ocurra en ese mundo que no dominamos, pero que nos domina.
Más desconcierto aún.
Por muchos descubrimientos que nos digan que confirman esas ideas “extrañas” de las que nos hablan los científicos, nuestros sentimientos nos siguen diciendo que la vida es y será siempre un misterio que nos obligará a agachar la cabeza cuando estas ideas nos presionen, o a elevarla “al cielo” pidiendo esa protección que nunca llega.
Porque además “ese cielo” no existe ya; lo que hay es un Universo sin fin en el que no sabemos hacia qué punto dirigir nuestra petición.
El Infinito no tiene dirección.
Y si Dios existe, tampoco tiene dirección porque estaríamos dentro de Él.
No conocemos el camino ni la dirección, pero sí el fin, que no podemos evitar.