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Flores o frutos
Luis Ángel Campillos Morón
El presente trabajo procura buscar los modos a través de los cuales el arte puede escapar de la normalización del Capitalismo, de carácter intrínsecamente alienador, que implica una impotencia diferencial y una merma para la libertad y la creatividad. Con base en la filosofía de, sobre todo, Nietzsche, Heidegger, Deleuze y Foucault, trataremos de presentar una línea emancipadora en base a la singularidad anónima, nómada y libre.
“No tengo especial interés por ningún tipo de objeto, exceptuando las armas” (Musashi, 2016, 138).
¿Cómo escapar de las fauces del capitalismo que todo lo convierte en producto, que merma el potencial transformador del arte? ¿Cómo evitar la mercantilización del arte, su aparentemente ineluctable sumisión al dictum del mercado? ¿Cómo producir arte que no pueda reducirse a producto, que no pierda su potencial? ¿Es posible escapar de ese tupido entramado Biopolítico Espectacular cuyo propietario es el Sistema Capitalista? Oigamos a Artaud renegando del surrealismo convertido en partido: “Exactamente eso es lo que me ha hecho vomitar el surrealismo: la consideración de la impotencia nativa, de la debilidad congénita de esos señores (…), a sus amenazas en el vacío, a sus blasfemias en la nada” (Artaud, 2019, 60). Y añade un poco más adelante: “¿Acaso el surrealismo, para vivir, tenía necesidad de encarnarse en una revuelta de hecho, de confundirse con reivindicaciones concernientes a la jornada de ocho horas, o al reajuste de los salarios o a la lucha contra la vida cara? ¡Qué chiste o qué bajeza del alma!” (Artaud, 2019, 61). Obtenemos una idea de los conceptos clave, de las armas que usa el Capitalismo, para apresar todo intento transformador, generador de nuevas formas-de-vida, para reducirlo todo a objeto, en definitiva, a mercancía. Nos vamos a mover entre armas y objetos. La reducción del arma a objeto implica una impotencia, una castración, una ablación. El arma se vacía, se convierte en negatividad y a partir de ahí despliega sus fuerzas reactivas. Ahí se anclan las palabras de Artaud en su crítica a la debilidad. La diferencia queda reducida a indiferencia. Recordemos a Diógenes, masturbándose y defecando a las puertas del teatro, pretendiendo evitar la catarsis meramente representacional. Hoy vivimos el paroxismo del puro Espectáculo. El Espectáculo es un arma que potencia las fuerzas activas del nihilismo, que criogeniza la voluntad de poder tornándola en eterno retorno del Producto. Es el astuto modo de liberar al Producto (de por sí acabado, Acto), para regresar a sí mismo con renovados aires. El mantenimiento del status quo: compre usted lo que quiera, mientras compre. Podemos establecer una relación con el teatro de la crueldad de Artaud, que reniega de “esta aberración y esta decadencia, de esta idea desinteresada del teatro: una representación teatral que no modifique al público, sin imágenes que lo sacudan y le dejen una cicatriz imborrable” (Artaud, 2019, 71). Buscamos una nueva sensibilidad, renegamos de toda anestesia, que no es sino la delimitación de cierta sensibilidad que sí se permite y se fomenta. Sabemos que al Sistema le interesa el desinterés del arte, el dichoso
arte por el arte que tanto criticaba Nietzsche. El Capitalismo produce arte muerto, pero con la intención que parezca cuanto más vivo mejor, en su papel de Agente Activo de la reactividad propia del nihilismo. La clave está, pues, en el sentido de las fuerzas: o bien actividad, o bien reactividad. O bien persistencia en la potencia, o bien impotencia camino del nihilismo. Nos apoyamos en la ontología de las relaciones de fuerzas nietzscheana: no hay sujetos-objetos sino relaciones de fuerzas. Máquinas, en lenguaje deleuziano. Flujos y cortes de flujos, pliegues, derivas, agenciamientos, territorializaciones. El Sistema impone la reactividad de toda arma, de toda obra de arte. Niega su potencial transformador que atente contra los fundamentos del Capitalismo, le agota la batería, le quita la vida, la cuelga (véanse los cuadros de los museos como objetos ahorcados). Sin embargo, el potencial no pertenece al Sistema sino a las relaciones de poder, relaciones de fuerza en las que se participe. Cuando hablamos de “arte” nos referimos a un actor emancipatorio, liberador de flujos, conversor de reactividad en actividad, potencial diferencial. Arte como agente contra la alienación, contra el nihilismo, contra el estancamiento. El arte devuelve los estanques al río. El arte conforma sendas de bosque, diciéndolo con Heidegger, siempre en permanente unión con el bosque. El arte hace surgir el desierto de las cenizas de Las Vegas. “La alienación no es un estado en el que se encontrarían definitivamente sumergidos, sino la incesante actividad que se debe desplegar para mantenerlos ahí” (Tiqqun - véase Bibliografía-, p. 9). El potencial no perece: siempre hay posibilidad de cambiar el sentido de las fuerzas y convertirlas en activas. Traigamos a colación la máxima física de que la energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma. En conclusión: “el libro-máquina de guerra frente al libro-aparato de Estado”(Deleuze-Guattari, 1997, 15). Lo reactivo puede trocar activo y viceversa. La reactividad que impone el Sistema Activo trata de evitar que el arte genere rupturas, líneas de fuga, que se pueda convertir en máquina de guerra. Reiteramos: se trata de juegos de fuerzas, de luchas, de guerras… siempre relaciones, nada de objetos separados, uno frente al otro, ya postulados, predeterminados jerárquicamente. La jerarquía se produce en las relaciones, en las conformaciones, posiciones, situaciones, mas no en los objetos o sujetos, pues no están separados. Reiteramos: la jerarquía se produce. No: la jerarquía es producto de.
“El cuerpo sin órganos no se opone a los órganos (…), se opone a la organización orgánica de los órganos” (Deleuze-Guattari, 1997, 163). La organización es un modo de conformar el caos. Éste es primigenio: la fuente potencial de cualquier orden, de cualquier ley. Ya desde Platón: hemos de anclar las leyes en otro lugar que no sean los intereses particulares humanos para evitar el irracionalismo, la dictadura del nomos en la que logos y physis se convierten en meros maniquíes. La autofundamentación del arte, el arte por el arte, no aporta nada. Donde todo vale no hay criterio de valor. De ahí que, en búsqueda de un fundamento, optemos por las fuerzas activas, liberadoras, emancipadoras, vivificadoras, en contra de las fuerzas reactivas, desiertos vestidos de oasis. Los objetos, agentes activos de la reactividad del Sistema Capitalista, velan el caos. “Esta es la forma pura de servidumbre: existir como instrumento, como cosa” (Marcuse, 2016, 69). Se trata del objeto, del ente que vela el ser, diciéndolo con Heidegger. “Devenir es, sin embargo, una constante alteración, el no estar detenido, y, por tanto, pese a todo, un fluir, sólo que no cósicamente” (Heidegger, 2011, 46). Las obras de arte no son meros objetos aunque se presenten como tales. El objeto se presenta cerrado, a imagen y semejanza del sujeto atómico, del individuo. Relaciones entre iguales. Cantidad: un individuo compra una obra de arte. Un museo contiene x número de obras de arte. Los objetos, en su cerrazón, son números. Su esencia es la cantidad. Mas la cualidad rompe esos esquemas cerrados, da el salto (véase la teoría matemática de las catástrofes: modos en que opera el caos, formas en que se expresan los cambios), escapa de la objetualización y continúa el flujo de fuerzas. El arte siempre abre, opera con fuerzas activas, liberadoras, emancipadoras. El arte abre la puerta al caos y permite otras conformaciones. El arte muestra su cordón umbilical que lo une al abismo, a aquel abgrund heideggeriano, al no- fundamento, al principio anarquía de Schürmann, es decir: al principio fundamental que no permite que otros principios oculten su carácter. En el Capitalismo, el objeto obra de arte ha ocultado al Ser, ha clausurado el campo de fuerzas activas, evita toda relación transformativa, degenera la libertad, iguala todo diferencial. Mas, “en la obra (de arte) obra el acontecimiento de la verdad” (Heidegger, 1995, 49). Para acceder a esa verdad abismal, hemos de participar en la obra de un modo activo, abriendo un diálogo, evitando toda sujeción. “La objetualización es, en la modernidad, un no dejar que impere el mundo, sin no obstante poder prescindir del mundo” (Heidegger, 2011, 87). Los flujos de fuerzas persisten, por eso es tan importante el control, el constante despliegue de fuerzas que congelen el potencial transformativo del arte. Las fuerzas reactivas limitan. El cometido del Capitalismo es activar todas las fuerzas reactivas y trocar las
activas en reactivas. La adaptación se basa en ello, en fagocitar todos los potenciales emancipadores. ¿Qué ocurre con la liberación sexual? El Capitalismo está dispuesto a ofrecer en sus carnets de identidad diferentes opciones de sexualidad, más allá del varón o hembra, podrá añadirse, bisexual, transexual, indefinido, performativo… cualesquiera etiquetas más… siempre que para cada una de ellas se conforme un objetivo bien definido: un conjunto de objetos adecuado a cada una de ellas. Se permitirá ser transexual, pero no se permitirá no ser capitalista. Digamos que puedes elegir el nombre que quieras, pero el apellido siempre va a ser el mismo. Sin embargo, sabemos que el verdadero apellido no es Capitalismo. A mediados del siglo XVII, el samurái Miyamoto Musashi escribió:
“Cuando miro el mundo que me rodea, veo que las diversas artes se han convertido en productos a la venta, y los que las practican también se consideran a sí mismos como productos e intentan vender sus distintos instrumentos. Comparándolo con las flores y los frutos, se puede decir que hay mucha flor pero poco fruto” (Musashi, 2016, 16).
Obviamente, en el apartado anterior, cuando decimos flores tratamos las flores sólo en el sentido despectivo en que apunta Musashi, básicamente nihilista-espectacular, como meros objetos mercantiles. Pasemos, pues, a los frutos. Llámese como se quiera al fundamento ontológico: abismo, ser, devenir, caos, caosmos… lo que importa es recalcar su carácter indeterminado, variable, inalienable… y que precisamente ese cimiento es a partir del cual surge la necesidad. En es la preposición clave. No del, nada de propiedades, de atributos de substancias tomadas como entes. La inmanencia es diferencial. Nada de dialéctica, de oposición, de negación de la negación, ello puede llevar al nihilismo, a velar la potencialidad primigenia: “El lanzamiento de dados no es nada si en él se oponen el azar y la necesidad” (Deleuze, 2008, 53). La necesidad es la expresión del azar, pura combinación, diferencia. Llevando este razonamiento al plano de la verdad: “Lo falso sólo se da, por decirlo así, en la mente de quien lo piensa, pero nunca en la correlación ontológica entre ser y pensar (…). La verdad ontológica, y no la lógica, no tiene contrario” (Oñate, 2009, 170). Es decir, la oposición viene después, por decirlo con Heidegger, tras el olvido de la diferencia ontológica: en el reino del ente. Cuando pensar y ser han sido separados. “Verdad no se manifiesta al modo de lo ente como objeto, sino que campa en su diferencia con lo ente y nosotros tenemos nuestra estancia en esa diferencia” (Heidegger, 2011, 27). Así pues, no podemos reducir la verdad a lo verdadero o falso. No podemos reducir un arma, un artefacto, una obra de arte, incluso, repetimos, no podemos definir lo que es arte, por este mismo motivo, porque dependerá de su función, de su papel en las relaciones de poder, del carácter de sus fuerzas. El Sistema Capitalista usa unas técnicas de normalización en base a un arché falaz unívoco que convierte todo en objeto con apariencia de sujeto. Es decir, actúa activando las fuerzas reactivas y luchando contra las fuerzas activas. Todo deviene máscara: por un lado, la actividad del sujeto, que no es más que reactividad en esencia; por otro lado, la neutralidad del objeto, que no es sino la eliminación de toda actividad en él. Pongamos un ejemplo: una silla, como producto final acabado, en un escaparate, enmascara todo su proceso de fabricación (el fetichismo de la mercancía marxiano). El Sistema escoge una norma entre todas las posibilidades que ofrece el caos y la eleva a arché. Después se empeña en iluminar su arché para evitar que nadie pueda ver su enmascaramiento. Mas no se puede mirar al sol directamente, pero sí estudiar las sombras que produce. El arché abismal, el verdadero arché, en cambio, es luz estelar, luz que permite otras luces, luz que guía y que no ciega. ¿Cómo evitar estos archés postizos, atómicos, estos no fundamentos enmascarados de fundamentos, estas madres que ya no pueden producir hijos sino
siervos, estos techos disfrazados de cimientos? No basta con negarlos, pues incurriríamos en la indiferencia, que permanece el mismo nivel óntico acrítico, sino que hemos de regresar al abismo potencial, a la diferencia ontológica, al ser para enarbolar nuevas conformaciones. “La crítica no consiste en justificar, sino en sentir de otra manera, otra sensibilidad” (Deleuze, 2008, 136). Integrando conceptos nietzscheanos: lo apolíneo no funda, la ordenación no es originaria, previa, no prevalece, sino una cierta expresión de lo dionisíaco, del caos, del azar, del potencial. Pensar es combatir la estupidez, “la finalidad de la filosofía: liberar el pensamiento del nihilismo y sus formas” (Ibídem, p. 55). He ahí la estela del segundo Heidegger, cualesquiera otros principios que no sean el ser mismo, son peligrosas abstracciones, ideales metafísicos con ganas de postularse archés del mundo. “Hay un reloj que no suena. Suya es la realeza” (Tiquun, p.1). El arché no debe estar separado del ser (ni debiera poder ser separable). No es una substancia objetivable por un sujeto, no es un ente, no es un producto. El arché es fruto del abismo (como principio de an- arché). El arte es una vía hacia ese abismo, un agujero de gusano que nos lleva a ese otro espacio que no aparece en los mapas. Para Heidegger, la impotencia para el poder es el contrario de voluntad de poder: luego todo gira en torno a la potencia si no queremos olvidarnos del ser. El P1oder no es el objetivo, la finalidad de la potencia. El poder (en minúscula, en el sentido de potencia), no puede separarse de la voluntad. El poder no es un producto. El poder refiere a propia expresión de la voluntad. He ahí el ortodoxo materialismo de la morfogénesis: los modos en que se van conformando los procesos naturales. No provienen de un telos exterior, trascendente, no son un Producto (que conforma un Poder)… sino fruto de unos procesos de combinación y recombinación, de complejas relaciones de flujos de fuerzas (potenciales). En resumidas cuentas, voluntad de poder: potencia y voluntad; no basta con potencia, pues hay que querer ejercerla de forma activa: “La fuerza es quien puede, la voluntad de poder es quien quiere” (Deleuze, 2008, 75). La inercia conlleva nihilismo, reactividad, olvido de la lucha incesante de las relaciones de poder.
1 Escribámoslo con mayúscula en este caso para diferenciarlo de la potencia. Poder que ansía trascendencia contra potencia que persevera en la inmanencia.
“Querer ser, es decir, querer ser singular en un dispositivo, supone nuestra principal debilidad, por la cual puede retenernos e introducirnos en su engranaje” (Tiqqun-Deleuze, 2012, 106).
“No hay nada que la jovencita no pueda introducir en el horizonte cerrado de la
irrisoria cotidianidad: tanto la
poesía como la etnología, tanto el marxismo como la metafísica” (Tiqqun,
106). Parece ser que una vez y otra, el Espectáculo libra una guerra
contra la emergencia de toda
anomalía que pretenda erigir otra normatividad en base a otra sensibilidad.
Anomalía en cuanto disrupción
fronteriza, más
allá del
dualismo normal
/ anormal
que forma
parte del
mismo sistema.
Anomalía como línea de fuga (“En una línea de fuga, no hay nada simbólico
ni imaginario. Nada más activo que
una línea de fuga” (Deleuze-Guattari, 1997, 208)), como quiebra de la
estructura. Mas, ¿es posible una
transformación radical, una transgresión que destruya los cimientos del
Sistema Capitalista Espectacular? Entiéndase por normalización la
operación racional de corte
instrumental que instaura el Capitalismo autoproclamándose único sistema, o el
mejor de los mundos posibles (en el
papel del Dios leibniziano), disfrazando la posibilidad (que le es propia)
de la
Necesidad (de
la que
se apropia).
“Con el
tiempo y
por tantos
efectos combinados,
se termina
por obtener el desarme deseado, especialmente inmunitario, de los
cuerpos” (Ibídem, 100). La razón
no es
una sustancia,
como “el
poder no
es una
sustancia” (Foucault,
2006, 203),
ni el
sujeto, ni el tiempo ni el
espacio lo son. Lo que sí son: modos instrumentales de razonar en virtud de un
propósito unívoco: la domesticación (llevada a cabo por “empecinados
dueños de la casa o mandatarios
principales del
inmueble en
virtud de
un contrato
irrevocable de
alquiler” (Sloterdijk,
2000, 50),
la sumisión,
el control,
la vigilancia.
Todo ello
conlleva la
normalización, la
sistematización de la vida que no es más que su negación, su nihilismo,
el cegador despliegue de la
impotencia. Sabemos bien cómo opera el Capitalismo, de acuerdo con la
mercantilización de las
vidas, de
la sensibilidad,
del arte.
¿Es posible
escapar de
toda esta
trama tan
bien tejida?
Y,
¿no sólo destruir sino construir? ¿Hay salida? El Sistema Normalizador siempre acaba usando una cierta sensibilidad para tener y mantener al rebaño organizado a su antojo: a su gusto. La estética como ideología en cuanto la caricia que te ofrece quien te va a poner la zancadilla y el cuidado posterior. ¿Cómo fundar una estética -digamos, con Tiqqun, formas-de-vida- que no pueda ser apresada? En foucaultiano, ¿por qué la razón de Estado necesita de un arte de gobernar? ¿Por qué
la razón, la técnica, necesita aplicarse, anclarse a la sensibilidad para obtener mejores resultados?
¿Puede alguna cierta forma de sensibilidad despreciar el actual paradigma
mercantilista? Y no sólo,
eso, no
sólo la
destrucción, la
crítica, sino
la construcción:
¿es posible
generar nuevos
modos de
sensibilidad que
conformen nuevas
formas-de-vida? Reiteramos:
la neutralidad
genera impotencia:
un equilibrio
que siempre
es abstracto
e interesado,
pues el
equilibrio es
ontológicamente imposible, como ya vio Nietzsche. El arte necesita
técnicas, maquinaciones,
agenciamientos, operaciones que rompan la estructura, el sistema cerrado, donde,
a modo de la lingüística
de Saussure,
cada elemento
cobra significado
en relación
con los
otros. El
arte extático
contra el status quo. Deleuze nos dice: “Singularidad libre, anónima y
nómada” (Deleuze, 2010, 141).
¿Tres modalidades
de la
singularidad: anónima,
libre, nómada?
No. Pongamos
nosotros una
coma después de singularidad: singularidad, libre, anónima, nómada.
Cuatro modos de ser de las armas
que se
niegan a
participar en
el Espectáculo.
Caracteres esenciales
de los
frutos:
Singularidad: nada de individuo o sociedad, contra el átomo.
Anonimato. El objetivo es evitar el control que impone la identidad (técnicas del yo de Foucault). El concepto de autor, como portador de unos derechos y deberes pre-establecidos por el Sistema, facilita el control del arte.
Nomadismo: contra la propiedad. El espacio del Capitalismo ha de desterritorializarse, es decir, ha de liberarse, para volverlo a territorializar de forma emancipadora. Véase: liberar al bosque de las dichosas autopistas de peaje y conformar nuevas sendas.
Libertad, en cuanto creatividad, transformación, más allá de cualquier normalización. Ruptura de muros interesados. Destrucción del estanque. Respeto por los lagos.
El artista capitalista es el sujeto sujetado de Foucault. El artista singular-anónimo-nómada- libre consigue desembarazarse del control vigilante, creando nuevas relaciones de poder en otro tipo de espacio y de tiempo, a otras formas-de-vida. Veamos por separado estas cuatro cualidades de los frutos como armas activas.
“El bautismo es algo que marca y sella la pertenencia del bautizado” (Foucault, 2014, 130). La singularidad no es individuo ni grupo: no hay pertenencia, no es posible la substanciación, la hipóstasis. La singularidad actúa como hipótesis que no se puede contrastar: no existe un marco comparativo para medirla. No es normalizable, pues proviene allende el bien y del mal. La singularidad es ajena al sistema de valores establecido por un cierto sistema. Nada de átomos, de objetos últimos indivisibles que no dejan de ser substancias, sostenes de diferentes cualidades. En los átomos, el número funda, la esencia es la cantidad, el Uno. Sin embargo, la esencia de la singularidad es la cualidad, el salto hacia otro orden, posibilitando así otro tipo de normalización. De este modo, en la singularidad, lo cuantitativo es posterior a lo cualitativo. En los átomos ocurre al revés. La singularidad desecha todo eje de coordenadas, lo que viene a romper también con un espacio cartesiano, retícula vacía, continente donde ingresar los individuos, donde adjudicar espacios. El carné de identidad es una especie de bautismo constante: un activo agente reactivo. Así se implican el poder sobre el territorio y el poder pastoral, sobre los individuos, así se genera el rebaño, la domesticación, el parque humano (Sloterdijk).
“El problema político es el de la relación entre uno y la multitud en el marco de la ciudad y de sus ciudadanos. El problema pastoral concierne a la vida de los individuos” (Foucault, 2006, 188). Todas estas técnicas de gubernamentalidad poseen el matiz de ideología que postula Eagleton en su obra La estética como ideología (2011). Son modos de enraizar la razón en la sensibilidad, la razón de Estado y el arte del buen gobierno. Convertir la obediencia en virtud para ocultar su proveniencia, su imposición. “Es un estado permanente: las ovejas deben someterse permanentemente a su pastor” (Ibídem, 189). Digamos que son velos, como el estado del bienestar, que no es más que “una de las extraordinariamente numerosas reapariciones del delicado ajuste entre el poder político, ejercido sobre sujetos civiles, y el poder pastoral que se ejerce sobre los individuos vivos” (Ibídem, 188). Ese poder pastoral, de carácter reactivo, extirpa el potencial transformativo del arte, merma la capacidad de libertad. He ahí el Bloom o la Jovencita (Tiqqun), meros objetos humanos, la pura negatividad, el paroxismo de la alienación, siempre dispuestos, a merced del Sistema. Giorgio Agamben cataloga a los Bloom como “los nuevos sujetos anónimos, singularidades cualquiera, vacías, dispuestas a todo, que pueden difundirse por todos lados pero permanecen inasibles, sin identidad, pero reidentificables en cada momento” (Citado en Tiqqun-Deleuze, 2012, 30). Mas no se trata de las singularidades que postulamos en este punto, pues la no identidad de nuestra singularidad no es reidintificable, no hay huella de negatividad sino de potencia, de positividad.
“Los grupos y los individuos contienen microfascismos que siempre están dispuestos a cristalizar” (Deleuze-Guattari, 1997, 15). La singularidad siempre puede fosilizarse, reducir su actividad y por ende su potencia. Ello da lugar a su degeneración: se transforma en individuo. El individuo – sociedad forma parte del sistema único, de individualización, donde cada átomo obtiene su identidad al entrar en la estructura programática que dota de sentido, de garantías, de derechos… a sus miembros. El requisito sine qua non es la pertenencia. Si no perteneces al bando: a-bandono. De ahí la necesidad de las banderas, de los espacios tasados y bien definidos para delimitar quién entra y quién sale, quién es normal y quién anormal. La singularidad evita esos dualismos, para no poder ser definida, identificada, replicada.
No autoría: así la obra de arte no pueda ser apresada
y atribuida a un sujeto, a una
identidad. La
comunidad del
colectivo no
se compone
de individualidades
sino de
singularidades. Por tanto,
clandestinidad para evitar el control, para eludir la vigilancia, para evadir la
presencia. “La economía occidental,
moderna, hegemónica, de la presencia constante” (Tiqqun-Deleuze,
2012, 42). Sin autoría no hay confesión. Sin confesión, la
responsabilidad como causa se hace
añicos. “Que el tirano ya no extraiga su poder de su facultad para hacer callar,
sino de su aptitud para hacer hablar”
(Tiqqun, 70). Así pues, clandestinidad no como pasividad sino como silencio
subversivo. Véase el graffitti. Mensajes, dispositivos enuncia-tivos
ocupando espacios que (a priori)
no les
pertenecen. No
hay que
pedir permiso
para pintar:
se evita
toda reactividad.
La firma,
caso de que exista, siempre es un alias, como los heterónimos de Pessoa,
constante alteridad, multiplicidad.
Arte alienígena: que procede desde lo otro (alien), que produce lo otro,
pero que no
puede ser
relegado a
lo otro
como identidad
(arte inalienable).
Otra implicación
del anonimato
es la imposibilidad del reconocimiento, nada de obras maestras, nada de
genios artistas, de élites, de
exclusividad. “El
Partido Imaginario
reconoce sólo
a sus
enemigos, no
a sus
miembros, porque
sus enemigos
son precisamente
todos aquellos
que se
reconocen” (Ibídem,
58. El
Partido Imaginario es el
órgano consciente del colectivo Tiqqun, así como el Comité Invisible; también
otros colectivos
operan del mismo modo, véase
el Consejo Nocturno).
“Pues tan pronto como los grupos hablantes conviven en grupos más amplios y se ligan no sólo a las casas del lenguaje sino también a las casas construidas, se ven sometidos además al campo de fuerzas de los modos de vida sedentarios. Desde ese momento (…) se dejan (…) amansar por sus viviendas” (Sloterdijk, 2000, 57).
El nomadismo es una forma de escapar del control, tanto del que se impone desde cierto sistema socio-económico, como del que se le impone al espacio. Kant, portavoz de la Historia, nos dice:
“Un suelo de cuya labranza y plantación depende el sustento, requiere hogares permanentes; y la defensa de los mismos contra los ataques reclama un grupo de hombres que se presten mutua ayuda” (Kant, 1978, 81-82).
Hay varios conceptos que el autor del texto incluye acríticamente: como el de propiedad y el de peligro. Además, ¿encadena su argumento de un modo lógico? ¿O quizá de un modo históricamente lógico? Desgranando la cita de Kant:
1.- El sustento depende del suelo. ¿De qué tipo de suelo? ¿En qué tipo de suelo está pensando Kant? En un suelo limitado, en un terreno, en un mapa.
2.- Un peligro subyacente (que todavía no aparece en la cita) desata esa necesidad alimenticia, como el peligro de muerte por inanición.
3.- Misteriosamente, el peligro se torna permanente. La sedentarización se fundamenta en el miedo, hipóstasis del peligro. Nace el terreno, la propiedad. Sin embargo, temer no implica tener. Es decir, si temes, no tienes por qué tener otra cosa que no sea miedo. Y el miedo no es una cosa hasta que no se tiene. Es diferente sentir miedo que hipostasiar ese miedo y vivir con él para siempre, de forma latente, hacerlo tuyo. El sustento pasará a ser, pues, la propiedad.
4.- Súbitamente, se produce un salto exponencial y el miedo se arma: surge la imperiosa (nunca mejor dicho) necesidad de defensa. Esa ayuda mutua se basa asimismo en el miedo. Ningún lógico cazador-recolector nómada de la prehistoria aplaudiría esta sucesión de causas y efectos. Pero la Historia se yergue sobre estos presupuestos, cimientos sedentarios. Sin embargo, un suelo de cuya labranza y plantación depende el sustento NO requiere hogares permanentes. Kant parece estar pensando (¿inconscientemente?, ¿acríticamente?) en un suelo vallado, en una porción de suelo. ¿Por qué, de repente, se producen ataques que hacen peligrar el sustento? ¿Porque el ser humano es malo por naturaleza? ¿Qué naturaleza? ¿La naturaleza de la Historia? ¿La naturaleza del humano que no le basta con estar (ser ontológico) sino que quiere ponerse por delante y por
encima (ser óntico)? Siguiendo la cita: Hay que defenderse contra los ataques, es decir, hay que defender la propiedad (no la vida). La vida se tornará propiedad para poder ser defendida. Porque hay otras formas de defenderse contra los ataques, como, por ejemplo, huir. Pero claro, no se nos ocurriría dejar nuestros hogares permanentes a merced del enemigo (del otro: un huésped potencialmente hostil, como vio Derrida). Y finalmente: un grupo de hombres como vigilantes. Mutua ayuda. Kant incurre en una petición de principio. Toma la conclusión como verdad necesaria y a partir de ella va añadiendo premisas: el miedo a morir de hambre te obliga a construir una casa y a defenderla. El miedo a morir de hambre genera un miedo al robo. La cita podría matematizarse, economizarse, como una protoley de la oferta y la demanda:
Hambre + Pan = Casa // +Defensa = –Robos // ...
La propiedad se ofrece como solución (a un problema planteado de tal forma que hiciese visible esa solución). Solución como resultado. He ahí la frontera. Curiosamente es ella, la frontera, la que (posteriormente) genera lazos de solidaridad. Una subrepticia vuelta de tuerca. Los cimientos sobre los que se edifica la Historia ocultan otras formas de vida, como el nomadismo, por ejemplo, y todas aquellas que no han sido pensadas, mucho menos vividas. Retorno a la amenaza de la que nos habla Kant. ¿Qué otras opciones caben que no sean defender los muros del hogar? Heidegger nos muestra una: “Huir a refugiarse en lo igual está exento de peligro” (Heidegger, 2013, 94). Huir sin seguir un camino determinado, abrazando el peligro de lo desconocido, de lo por venir, no es huir sino combatir. Es decir, huir, pero no para refugiarse, sino huir siempre. Seguir huyendo, vivir huyendo, que ya no tiene nada de huida sino de otro modo de vida no sedentario. “La máquina de guerra es una invención de los nómadas (en la medida en que es exterior al aparato de Estado y distinta de la institución militar)” (Deleuze-Guattari, 1997, 384).
“La esencia de lo abierto aún oculta, como la apertura-misma inicial, es la libertad” (Heidegger, 2005, 184). La libertad como potencia: lo que emerge, lo que brota. No lo que se recibe: la libertad no es un derecho, que es concedido por x institución (libertad reactiva), sino una actividad expresiva. La libertad no es un derecho sino un deber. Libertad como derecho es reactiva, como deber es activa. “Ya hace tiempo que pensadores como Spinoza o Nietzsche
demostraron que los modos de existencia debían ponderarse a partir de criterios inmanentes, a tenor de sus ‘posibilidades’, su libertad, su creatividad, sin necesidad de apelar a valores trascendentes” (Tiqqun-Deleuze, 2012, 18-19). No hay trascendencia. Todo lo que se suba al púlpito deberá ser desenmascarado. Precisamente, desde ese Púlpito se llevan a cabo los juicios y las sentencias, se erige una cierta normatividad, se aplican las técnicas de subjetivación. Para economizar los procesos, para mejorar la eficacia, se trata de instalar ese Púlpito en cada uno de los individuos. Introducir el policía, el panóptico, la cámara de seguridad, el censor, en cada sujeto. La libertad de este tipo de sujeto Bloom es una libertad ficticia, vacía. El tipo de libertad perfecto para obedecer.
“La libertad suprema no reside en la ausencia de predicado, en el anonimato por defecto. La libertad suprema procede, por el contrario, de la saturación de predicados, de su acumulación anárquica. El exceso de predicados se anula automáticamente mediante una impredicabilidad definitiva. ‘Allá donde ya no guardamos nada en secreto, ya no tenemos nada que ocultar. Somos nosotros los que hemos devenido un secreto, nosotros los que permanecemos ocultos’” (Deleuze- Parnet, Dialogues)” (Ibídem, 108).
“¿Existe algún medio de conjurar la
formación de
un aparato
de Estado?”
(Deleuze-Guattari, 1997,
364).
Sí, contestamos. Sí y sólo sí de la
mano de las fuerzas activas que luchan contra la
alienación y el nihilismo, objetivo máximo del Sistema Capitalista que
aspira a la Neutralidad e
Indiferencia de sus súbditos, bajo las apariencias de vida, de libertad, de
felicidad, de soberanía. “La
ideología es el más execrable de los conceptos, oculta todas las máquinas
sociales efectivas” (Ibídem, 73).
Dependiendo de su posicionamiento en las relaciones de fuerzas, devendrá su
negatividad (reactividad) o su positividad (actividad). Ivan Illich habla
de herramientas en el mismo
sentido, veamos en qué consiste la reactividad: “El instrumento destructor
incrementa la uniformación,
la dependencia,
la explotación
y la
impotencia” (Illich,
1975, 48).
Dada la
polaridad de las
fuerzas, la actividad se asociará a: pluriformación, independencia, exploración
y potencia. En conclusión: arte como
actividad emancipadora, libertaria, creadora, transformadora: “Por ello
se debe saludar a la crisis declarada de las instituciones dominantes
como el amanecer de una liberación
revolucionaria que nos emancipará de aquellas instancias que mutilan la libertad
elemental del ser humano” (Ibídem, 28). Recordemos, finalmente, para no
incurrir en ninguna forma de
humanismo-arché, que no sólo mutilan la libertad elemental del ser humano
sino del Ser.
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Revista conseguida en la librería – distribuidora – editorial Traficantes de Sueños (https://www.traficantes.net/), en la que no aparece año ni editorial, dado el anonimato del colectivo. Los libros de Tiqqun han sido editados en su mayoría por las editoriales Errata Naturae y Melusina.
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