FILOSOFÍA: TRABAJO, AMOR Y RECONOCIMIENTO
El filósofo Axel Honneth cumple 60 años. Un viaje de Marx a Hegel y vuelta a Marx pasando por Frankfurt[1]
Jürgen Habermas
Axel Honneth ha encontrado un amplio eco por su trabajo filosófico-social. La rápida traducción al inglés de sus libros ha generado animadas discusiones en revistas internacionales. A día de hoy se esfuerza por mantenerse al corriente de los interesantes comentarios que recibe procurando satisfacer a todos aquellos críticos que esperan sus respuestas. Con respecto a su profesión de filósofo, Honneth viene a situarse en línea con Martha Nussbaum, Robert Pippin, Avishai Margalit o Judith Butler. El que sus libros hayan encontrado una amplia resonancia se debe no sólo a la solidez de su reflexión, sino también a su innegable talento como escritor.
En su juventud durante la década de los 70, Honneth estudió Filosofía en Bonn y Sociología en Berlín. Diplomado en ambas carreras, perteneció a una especie casi a punto de extinguirse en Alemania tras haberse creado en su momento una fuerte tradición por medio de Max Scheler, Helmut Plessner, Arnold Gehlen, René König Max Horkheimer y Theodor W. Adorno. A estos antecedentes académicos debe Honneth su profundo interés por la antropología filosófica, en torno a la cual, junto con su amigo Hans Joas, escribió un libro dos años antes de su licenciatura, libro que en aquella época resultó ser excepcional ya en el campo de la filosofía. La disertación académica de Honneth, apadrinada por sus profesores Urs Jaeggi y Michael Theunissen, vino a poner de manifiesto un vivo interés por el desarrollo de la tradición impulsada por Horkheimer. Al mismo tiempo Honneth se ocupó de las reflexión radical de Foucault en torno al poder, y eso le permitió compensar los déficits, ya visibles para él en aquella época, de la teoría social de cuño frankfurtiano. Por lo demás, no quiero pasar por alto el hecho de que, por aquellos días, nuestro autor no dispensó precisamente un trato de favor a mi libro Conocimiento e Interés (1968).
Condiciones imprescindibles para unas relaciones vitales “éticas”.
Esta distancia crítica resultó ser un presupuesto muy positivo para una época de colaboraciones estrechas y muy productivas en Frankfurt. Inmadiatamente después de su habilitación, Honneth comenzó una brillante carrera que, tras diversas cátedras en Konstanz, Berlin y New York, volvió a conducirle a Frankfurt en 1996, donde cuatro años más tarde se encargó de la dirección del Instituto de Investigación Social sucediendo a Ludwig von Friedeburg. El aura histórica de esta institución, tristemente famosa en un principio por haber sufrido el asalto de las SA en marzo de 1933 y más adelante muy prestigiosa, resultó ser, tras la muerte de Adorno, un desafío enorme para todos sus sucesores. ¿Quién si no Honneth podía haber conseguido impulsar de nuevo la vida intelectual de esta institución?
Axel Honneth ha recuperado una clara continuidad con la primera generación de la Escuela de Frankfurt. Hay una nueva Revista de Investigación Social, aunque por prudencia no lleva ese título. No son sólo la extraordinaria capacidad de comunicación, así como un temperamento abiertamente social, los que han sido posibles gracias a sus servicios organizativos y teóricos. El éxito se debe también al nexo de contactos, tan extensos como profundos, habidos con animosos colegas no sólo en Inglaterra, Francia y los EE.UU., sino también en Israel, Japón, Corea y otros lugares.
El prestigio científico de Honneth le ha venido de su trabajo de habilitación La lucha por el reconocimiento. El subtítulo (“Para una gramática moral de los conflictos sociales”) viene a reflejar su interés por un diagnóstico del presente fundamentado en términos de teoría social. ¿Qué significado puede llegar a tener una crítica social y cómo proceder a su fundamentación? Si no se quiere pasar de una manera condescendiente por encima de las cabezas de aquéllos que están involucrados en el diagnóstico, esta crítica ha de vincularse a la crítica emitida por los propios afectados. Todo esto sólo puede desplegarse sin ambigüedades pasando por las protestas de, por ejemplo, las luchas sociales y los movimientos revolucionarios. Los estudios históricos de Barrington Moore en torno a aquellas experiencias de injusticia que provocan movimientos de protesta y resistencia motivan la atención prestada por Honneth a fenómenos sociales de agravios, ultrajes y humillaciones. Honneth reconoce en la experiencia subjetiva del desprecio una necesidad de reconocimiento no satisfecha, así como en la protesta de los humillados y ofendidos aquel tipo de relación asimétrica por medio de la cual unos escatiman a otros el reconocimiento correspondiente. La crítica social se enciende ante unas relaciones que, al reflejar una negación sistemática del reconocimiento, ofenden la dignidad humana.
Honneth reproduce conceptualmente este tipo de relaciones ayudándose de la teoría del reconocimiento del joven Hegel. Hegel analizó como casos paradigmáticos de reconocimiento mutuo fenómenos como el amor personal, el derecho y la colaboración solidaria. Este modelo de relaciones sirve a Honneth como vara de medir para rastrear las huellas de fenómenos que reflejan un reconocimiento negado. El amor y el cuidado del otro son relaciones que hacen posible que los implicados puedan encontrarse a sí mismos en el “ser junto a otros”. Las personas como sujetos de derechos se consideran respetables unos a otros en la medida en que son portadores de derechos subjetivos dentro de un sistema de derechos fundamentado en un reconocimiento recíproco. Y unas relaciones solidarias vienen a originarse en unas conexiones cooperativas bien ordenadas en las que cada individuo puede llegar a realizarse en la medida en que su trabajo puede presentarse ante los demás como una contribución al bien común. En todos estos casos el reconocimiento adopta una cualidad muy especial al representar una identificación como cuidado mutuo, como respeto recíproco al derecho de las personas y como valoración del trabajo como algo funcional, o sea, exigido para el bien común. Por medio de esta solidaridad se cumplen unas relaciones éticas de vida encargadas de abrir para todos los individuos por igual un espacio que les permita tener una vida no malograda.
De cualquier forma, la mirada sobre las contradicciones manifiestas posee un alcance limitado. Aquellas sociedades en las que predominan relaciones no del todo inestables no dejan de funcionar a pesar de que en ellas crece la desigualdad social, aumentan la pobreza y la marginalidad, la lógica del mercado y de la burocratización invaden ámbitos vitales importantes, van languideciendo las ciudades, escasean los bienes apoyados por el Estado y se echan a perder los cimientos de la opinión pública. Por eso el interés de Honneth se centra en afilar aquella mirada en que surgen ciertas patologías normalizadas y silenciosas cuyas raíces se hunden en aquellos ámbitos no excesivamente llamativos que reflejan una pérdida de integridad de grupos y de individuos. Cuando esta mirada microscópica se dirige a unos síntomas poco espectaculares pero enfermos de ciertas patologías ocultas, el dispositivo conceptual de la teoría del reconocimiento es el encargado de hacer notar las sutiles consecuencias de un reconocimiento negado.
“Alienación” y “cosificación” no son conceptos anticuados
Honneth hace gala de una gran sensibilidad hermenéutica al apoyar las intuiciones que le sirven de hilo conductor en ejemplos sacados de la literatura o de fenómenos cotidianos cuidadosamente analizados. El otro y su vulnerabilidad es algo que nosotros sólo podemos llegar a entender si fortalecemos su “yo” a base de cuidados y apoyos, de reconocimiento y si, al mismo tiempo, fomentamos su autoconfianza, su respeto a sí mismo y su sentimiento de autoestima. Saquemos punta a este punto tan controvertido. Para Honneth la clave de bóveda de un sistema de leyes igualitarias no reside en una libertad moral, sino en el establecimiento social de una libertad ética posibilitada por la obtención de una relación de identidad. Y ésta viene a ser el resultado de una relación cooperativa que hace depender la autorrealización del individuo de la estimación de todos los demás.
Axel Honneth sabe que no debe deslizarse hacia una psicología del reconocimiento en la medida en que una teoría del reconocimiento sólo ha de valer como clave para patologías sociales. Ahora bien, cuanto más agudo es el microscopio con el que se observan interacciones sencillas, mayor es el peligro por parte del estudioso de la sociedad de determinar por encima de las cabezas de los intervinientes qué es lo que les afecta y qué puede ser interpretado como síntomas de relaciones sociales defectuosas. A la vista de este tipo de dificultades Honneth ha ido elaborando su teoría del reconocimiento durante las dos últimas décadas con enorme coherencia. Con Nancy Fraser ha mantenido una discusión muy interesante sobre la cuestión de si la noción de reconocimiento puede vincularse al problema de la justicia en el reparto de la riqueza. Honneth ha intervenido en las Tanner-Lectures proponiendo algo tan original como es concebir el clásico concepto de “cosificación” en términos de reconocimiento olvidado. Por eso ha redefinido las relaciones elementales de reconocimiento como aspectos de una teoría del reconocimiento.
Estos cabos sueltos los ha reagrupado Honneth por medio de una reconstrucción de la filosofía hegeliana del Derecho. Algo así como un reseteado: Honneth realiza un paso histórico que retrocede de Marx a Hegel con el objeto de ajustar de nuevo el programa “de Hegel a Marx”. Por eso puede reconocerse en este paso una investigación arriesgada en torno a una ética formal. Un nuevo vocabulario ético-social ha de encargarse de devolver a las descripciones de una compleja sociedad como la nuestra aquella fuerza crítico-cultural que en Adorno se diluía en una verborrea melancólica. Necesitamos no sólo conceptos puntiagudos capaces de mostrar lo obsceno de la crisis actual, sino términos acusadores encargados de iluminar en un instante los habituales reproches sociales soterradamente emitidos.
Ahora nos es posible una ojeada al futuro que espera a Axel Honneth. Su sexagésimo cumpleaños es un dato bien firme para desearle todos los éxitos a su ambicioso proyecto.
TRADUCCIÓN: Luis Martínez de Velasco