LA FILOSOFÍA HOY EN DÍA
Andrés Luis Fraile Azcaray
Son muchos años a los que he dedicado mi tiempo a la filosofía, y aun así no sabría decir en qué consiste o para qué puede servirnos esta ciencia. Si la filosofía la entendemos como algo que nos puede dar una explicación a las grandes cuestiones que plantea la vida, como el sentido que tiene, su finalidad -si existe alguna-, la muerte, la esperanza en otra vida, Dios, etc., entonces la filosofía se ha alejado de todas estas cuestiones de manera considerable.
En mi opinión, esto ha sido así no porque la filosofía haya sofisticado sus planteamientos, sino simplemente porque no ha podido responder de manera asertiva a esas cuestiones. En el fondo todo filósofo ha sido honrado consigo mismo y ha admitido que no puede dar respuesta a ciertas preguntas.
Por ejemplo a la pregunta ¿qué es la vida? ¿q qué misión responde? ¿quál es su fin? ¿fue creada o nació del azar? O el mundo, ¿por qué existe, nosotros incluidos? ¿Fue igualmente creado o nació de un extraño azar? ¿Y por qué es así el mundo y no de otra manera? ¿Por qué existe dolor en el mundo? O la cuestión de la muerte. ¿Qué sentido tiene la vida si algún día tendremos que morir? Venimos a este mundo, no sabemos cómo; aparecemos en él, y si tenemos que abandonarlo, ¿qué sentido tiene? ¿Existe más vida después de esta? ¿Y la cuestión de Dios? ¿Existe un Creador?
Es cierto que muchos filósofos han abordado estas cuestiones a lo largo de la historia. Y lo común siempre ha sido construir un sistema filosófico que diera cuenta de todos estos problemas. Pero me temo que hoy en día la filosofía es otra cosa. Es como si la filosofía hubiera aceptado que no puede tener respuesta a estas preguntas, o si tiene una efectiva respuesta, esta solo se puede basar en vagas deducciones. La filosofía se ha planteado otras cuestiones como el cómo pensamos, el cómo nos comportamos, nuestra manera de valorar las cosas, nuestras relaciones con los demás, la técnica, la ciencia, el progreso... La filosofía se ha convertido en algo que no se parece nada a las preguntas que se hace cualquier profano cuando quiere acercarse a ella.
Y no quiere decir que no se hayan dado respuestas. El entendido podría dar multitud de respuestas a esas preguntas sobre la existencia. Podría decir: tal filosofo dijo esto, o tal filosofo dijo lo otro. Y de esta manera encontrar una gran variedad de respuestas a tales preguntas. ¿Pero quién tendría razón?
Y es eso en lo que se ha convertido la filosofía, en una especie de verdadera pérdida de la razón. Si todos los filósofos opinan, si todos dicen una cosa distinta, ninguno tiene la razón. Es más, uno mismo tampoco puede tener razón al tener que creer a todos y a ninguno. La filosofía, el amor a la sabiduría, la amistad a la verdad, se ha convertido en un ejercicio de pérdida de la razón.
Y esto suena tan duro como los argumentos que se contraponen unos a otros. Un ejercicio de pérdida de la razón en la que las ideas se pasean unas con otras, se amontonan las opiniones de los filósofos a lo largo de la historia.
De esta manera la filosofía ha perdido un público que le iba a ser fiel cuando se ha dado cuenta de que siempre acabará en pos de una verdad que nunca se termina de alcanzar. Ese público lo ha acaparado la religión, la secta, la política. Culpable es la filosofía que no ha sabido dar una respuesta, siquiera plantearse la pregunta sobre la existencia. A lo mucho solo ha querido plantear dilemas, paradigmas que nos hagan pensar, pero poco más.
Creo que las viejas preguntas por la existencia del ser humano deben recuperarse no desde el dilema, sino desde el debate. Allá donde se distingue la fe y la razón, lo incondicional y lo mesurado. Ese ha sido el problema del ser humano, tener que distinguir entre fe y razón, porque no ha sido capaz de comprometerse con aquello que ha dicho o que ha pensado. Se ha vuelto un animal emocional, mitad fe y mitad racional.
Poco debería avergonzarnos preguntarnos por el misterio que supone la vida o el universo, pensar, argumentar u opinar, y no encontrarnos siempre con alguien que nos dice que esas cosas no la podemos saber. Ese es el verdadero problema de la filosofía y hasta de nuestra sociedad, esa especie de nihilismo que nos dice que jamás nunca podremos estar seguros de nada, en ese especie de argumento del pilar de la ciencia, que dice implacable que solo existe aquello de lo que se tiene experiencia, aquello que se puede ver o tocar.
Aquí no pueden salir más que contradicciones y contradicciones de lo que es real o podemos constatar. Y es lo que ha hecho no solo insegura a la filosofía, sino a la sociedad misma y a mí el primero. Este es el vaticinado nihilismo que la ha hecho enfermar. No solo el filósofo sino el ser humano ha sentido vergüenza por el problema de su vida, de su existencia. Lo solventó con un “no podemos saberlo” y ahora vemos que anda inseguro por la vida, en pos de algo que nunca logra alcanzar de todo.
Esta sociedad impregnada de la idea de ciencia, de conocimiento, o de lo que se quiera llamar, se ha convertido así en una sociedad consumista y materialista. Todo ello porque ha desechado las preguntas que realmente importan. Un estúpido ideal de ciencia que se dice a sí mismo que no puede probar ni siquiera aquello que piensa como verdadero, ha vuelto al ser humano inseguro, temeroso, egoista e hipócrita. La que han llamado sociedad del conocimiento, en la que todos y ninguno están en lo cierto, ha deshumanizado a la sociedad, a las personas, a los pensamientos y a las opiniones. Las personas han dejado de creer no ya en ellos mismos, cosa que se suele decir a menudo, sino en aquello que pensaban como cierto.
Creo que llegó la hora de preguntarse y no sentir vergüenza por las cuestiones que plantea la vida, sin cortapisas ni ideales de ciencia que nos coarten. Llegó la hora de no avergonzarse por lo que uno se cuestiona, no ya porque podamos estar seguros de lo que decimos, sino por el simple principio de que siempre que nos planteamos algo que no podemos saber, lo que hacemos es aproximarnos a una respuesta.
Así que qué más da que esa cosa sea un ser humano, un árbol, un electrón, Dios o la cuestión del universo. La manera de plantear las cosas es la misma. La manera de encontrar una respuesta es siempre igual. La ciencia es la misma en todos los casos. No existe un método científico y otro que no lo sea. Esta es la gran mentira de nuestro tiempo.
De una nueva manera de pensar pueda quizás nacer una nueva filosofía, un nuevo filósofo o un nuevo ser humano. Un ser humano realmente comprometido con todo lo que se plantea. De esta manera quizá nazca realmente una sociedad con valores. Un nuevo ser que deberá de ser respetuoso con todos, eliminar toda descalificación. Escuchar con atención las razones que han tenido todos para decir lo que decían. Cambiar la controversia por el consenso. Quizás dentro de unos siglos nos vean otros y digan lo equivocados que estábamos, pero pienso que si sucediera eso, el mundo habría cambiado nuevamente para peor.