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Sistema, tecnocracia y capitalismo.

El problema de Europa en el pensamiento de Jürgen Habermas

Ricardo Hurtado Simó. Universidad de Sevilla



 

Resumen:

El presente artículo tiene como objetivo dar a conocer y analizar las aportaciones más recientes de Jürgen Habermas sobre los retos a los que se enfrenta la Unión Europea. Para Habermas, la crisis del proyecto común europeo está causada por la tecnocracia que toma las decisiones y el alejamiento de la ciudadanía de las esferas de participación. La propuesta habermasiana se puede sintetizar en dos palabras: más Europa.

Palabras clave: Europa, tecnocracia, capitalismo, democracia, participación.

 

1. Habermas, un pensador europeísta

La filosofía de Jürgen Habermas se ha movido en un marco eminentemente epistemológico durante los dos primeros tercios de su pensamiento, los que abarcan desde la publicación de Ciencia y técnica como ideología y Conocimiento e interés, ambos de 1968, hasta Teoría de la acción comunicativa, publicada en 1981. Desde la década de 1980, las inquietudes relacionadas con la teoría del conocimiento se han ido empapando de cuestiones de índole moral y político; paulatinamente, el concepto habermasiano de acción y razón comunicativas se ha proyectado en la esfera de las relaciones humanas. La ética dialógica, diseñada para dar respuesta a las sociedades multiculturales y postmetafísicas actuales se ha convertido en un marco para la interpretación de los acontecimientos más decisivos de los últimos años. Entre ellos, Habermas ha dedicado numerosos artículos, entrevistas y ensayos a la cuestión de Europa.

De inspiración explícitamente kantiana, Habermas siempre ha hecho gala de un cosmopolitismo que concibe las sociedades occidentales contemporáneas como resultado del progresivo desencantamiento del mundo que anunció su también apreciado Max Weber1. A su juicio, el siglo XX ha supuesto, entre otras cosas, la irrupción y consolidación de las democracias liberales basadas en la puesta en práctica de leyes formales que eluden valoraciones en términos de bueno/malo, ya que en el marco actual la ciudadanía ha sido capaz de ubicar las inclinaciones religiosas y morales en la esfera privada, haciendo posible con ello una búsqueda común de la justicia centrada en lo que une a una sociedad, no en lo que la puede separar. Un mundo globalizado y pluralista solo es operativo bajo estos parámetros. Así, el pluralismo axiológico es, en estos términos, algo tan inevitable como secundario para la cohesión social. Teniendo como punto de partida los textos kantianos La paz perpetua e Idea de una historia universal con propósito cosmopolita, entre otros, el pensador nacido en Düsseldorf ha ido desarrollando un modelo de sociedad comunicativa que tiene su plasmación empírica más manifiesta en la construcción de la Unión Europea. Esta concepción fue ya esbozada en los mencionados escritos de Kant, en los que afirmaba que un estudio detenido sobre la historia de la humanidad deja patente que los seres humanos en raras ocasiones han actuado siguiendo su razón, lo cual ha conducido a una forma de vida basada en la destrucción y la guerra entre personas y Estados; a su juicio, el problema de la humanidad se solventa instaurando una sociedad civil que permita desarrollar las capacidades naturales de las que está dotada nuestra especie, sobre todo en sus dimensiones racional y moral, de ahí la necesidad de ilustración:

Es posible representar la posibilidad (realidad objetiva) de esta idea de federación, que debe extenderse paulatinamente a todos los Estados y conducir así a la paz perpetua. Pues si la fortuna dispone que un pueblo poderoso e ilustrado pueda formar una república (que por su naturaleza debe propender a la paz perpetua), esta puede ser el centro de una asociación federativa para que otros estados se unan a ella, asegurando así el estado de libertad de los otros Estados conforme a la idea del derecho de gentes, y extendiéndose siempre de esta manera, poco a poco, mediante diversas uniones.2

Asimismo, el desarrollo de la humanidad necesita que las relaciones entre Estados tengan como motor la colaboración y la búsqueda de objetivos comunes en vez de la depredación y el conflicto constantes. La guerra ha regulado durante demasiado tiempo la marcha de la historia, es preciso echar mano de otras herramientas y trascender fronteras:

[...] salir del estado sin ley del salvaje y entrar en una unión de pueblos, en que cada Estado, aun el menor, no pudiera esperar su seguridad y derecho de su propio poder ni de su propio criterio jurídico, sino solo de esta gran unión de pueblos, de un poder asociado y de la decisión según las leyes de la voluntad asociada.3

La filosofía habermasiana es hija de este planteamiento histórico-político, pero lo amplía y lo dota de un armazón conceptual que se asienta en su teoría de la acción comunicativa, su formalismo procedimentalista y la experiencia de la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Nuestro protagonista tiene la suerte de vivir los grandes acontecimientos surgidos desde 1945 en un lugar determinante, Alemania primero como Alemania Federal y luego la Alemania unificada resultante de la caída del muro de Berlín. La democracia como sistema social y de derecho se impuso en la mayoría de potencias occidentales y, al mismo tiempo, empezaron a fraguarse relaciones y acuerdos entre países otrora enemigos. La Unión Europea emerge como paradigma de organización entre Estados. La firma de los Tratados de París, Roma y Bruselas en las décadas de 1950 y 1960 culminan, tras la unificación alemana, en los recientes Tratados de Maastricht, Ámsterdam y Lisboa, que suponen la consolidación política de un conjunto normativo vinculante para todos los Estados miembros de la Unión Europea así como para futuros miembros. En gran medida, la utopía cosmopolita kantiana se convierte en realidad. Para Habermas, este proceso que abarca la segunda mitad del siglo XX no es sino la constatación histórica de que el progreso de la humanidad pasa por poner en práctica las coordenadas comunicativas, formales y procedimentales que defiende4. La democracia no tiene por qué ceñirse a un lugar en el que todos sus integrantes comparten un fundamento étnico, lingüístico y cultural, sino a una sociedad que sobrepasa fronteras y comparte la voluntad de crear una unidad política. La construcción de un Estado no brota de un concepto prepolítico asentado en elementos culturales sino en una actitud común; el objetivo de esa sociedad cosmopolita consiste en hacer posible normativamente "(...) el contexto comunicativo, necesario en términos políticos, en una Europa que lleva largo tiempo integrándose económica, social y administrativamente."5 Con ello, la pluralidad de Estados que deciden construir la Unión Europea comparten intereses comunes y un sistema jurídico-político, pero divergen en sus relatos histórico-culturales, lo cual hace posible la construcción de espacios y sociedades abiertas, de identidades múltiples, de una pluralidad de raíces y puntos de partida, de costumbres, tradiciones e idiomas. Europa, como nación de naciones que busca la paz en vez del conflicto, se reconoce en la puesta en práctica de derechos políticos y económicos recogidos en textos consensuados y basados en la racionalidad de los interlocutores. Evidentemente, el proyecto europeo no podía ser más ilustrado. Arranca de los planteamientos teóricos de Rousseau y Kant, entre otros, y encuentra en Habermas, neoilustrado y universalista, una continuación teórica y, al mismo tiempo, un observador de primera del proceso de formación de la Unión. Europa emerge, a ojos de Habermas, como un Estado supranacional, una constelación basada en la libre voluntad de ciudadanos vinculados por una actitud política tolerante con la diversidad de formas de vida y tradiciones gracias a la puesta en marcha de instituciones y espacios de deliberación libres y que tiene en otros Estados modelos análogos en los que fijarse:

Los ejemplos de sociedades multiculturales como Suiza y los Estados Unidos muestran que una cultura política en la que puedan echar raíces los principios constitucionales no tiene por qué apoyarse sobre un origen étnico, lingüístico y cultural.6

 

2. El problema de Europa en el siglo XXI
 

Sin embargo, bien es sabido que sociedades abiertas como la suiza o la estadounidense incluso las Naciones Unidas, distan de ser construcciones idílicas; es más, la Unión Europea, culminación política del proyecto político ilustrado, tiene mucho que mejorar y, ahora más que nunca, se enfrenta a retos que ponen en juego su supervivencia. Uno de ellos es, sin duda alguna, la cuestión identitaria. El problema de la identidad, ya sea individual o colectiva es uno de los temas más tratados por la filosofía contemporánea. La globalización y el pluralismo han supuesto un giro radical en la identidad de los sujetos y su conexión social. Habermas no ha sido ajeno a este cambio y, consciente de cómo puede afectar al marco político estatal y supraestatal, ha reflexionado en numerosos trabajos al respecto. De sobra conocida es su firme defensa de una identidad formal basada en raíces no culturales sino deliberativas, rotulada bajo el término "patriotismo constitucional"; por este patriotismo se entiende un proceso de identidad, tanto individual como colectiva que se despoja de connotaciones culturales que apelen a las tradiciones, las costumbres y la historia compartida por un pueblo claramente ubicado en el mapa y que, por el contrario, entiende la identidad como algo abstracto que se construye sobre la acción comunicativa de ciudadanos y ciudadanas que deciden poner en marcha un proyecto común. El patriotismo constitucional es una "adhesión razonada"7 fruto de la voluntad libre de sujetos con clara vocación democrática e inspirada en valores cívicos herederos del republicanismo. No obstante, esta concepción formal de la identidad se nos presenta como algo utópico que requiere de una educación política prácticamente inexistente en muchos de los Estados miembros de la Unión y choca, de manera evidente, con el auge de los nacionalismos. Identidad, cultura, tradición y nación se alzan contra la propuesta habermasiana apelando a contenidos históricos prepolíticos. Frente al racionalismo neoilustrado, los sentimientos y emociones patrióticas proponen un concepto de nación envuelto en nociones religiosas, éticas, lingüísticas o estéticas que rechazan toda propuesta formal y, al mismo tiempo, recelan de un marco político en el que toda la ciudadanía no comparte las mismas raíces y valores identitarios8. La identidad es un "hacerse" que se construye en común, si bien es cierto que los movimientos nacionalistas la conciben como una sustancia sólida, un sustrato inamovible y homogéneo repleto de mitos, emblemas y símbolos innegociables; movimientos masivos en diversas regiones de España, Italia, Países Bajos, Reino Unido o Alemania son ejemplo de ello. La propuesta habermasianana, esa identidad postnacional que trasciende elementos concretos, tiene mucho camino por recorrer y él mismo es consciente de que lograr la superación del nacionalismo requiere de un esfuerzo colectivo que logre que la ciudadanía europea valore contenidos universales y transversales como los derechos humanos y los principios del Estado social y democrático de derecho por encima de connotaciones étnicas y locales:

Si en las sociedades complejas llegara a generarse una identidad colectiva, la forma que adoptaría sería la de una identidad -materialmente apenas prejuzgada, e independiente de organizaciones concretas- de una comunidad de las personas que desarrollan de un modo discursivo y experimentan su saber valiéndose de proyecciones concurrentes de identidad, esto es: en rememoración crítica de la tradición o estimulados por la ciencia, la filosofía y el arte.9

Este reto al que se enfrenta Europa adolece no solo de una falta de identidad colectiva centrada en un proyecto común que se proyecte al futuro y no al pasado, como hacen los nacionalismos, sino a la vez de una notable carencia de cultura democrática y participativa, ya que las opiniones de la ciudadanía no se forman como consecuencia de un intercambio libre de opiniones dentro de la esfera pública sino en un contexto en el que las cuestiones prácticas están subordinadas al interés de los mercados. Y los países de la eurozona son paradigma de esta priorización del sistema sobre la vida de los ciudadanos y ciudadanas concretos. La forma en que los Estados de la eurozona salvaron a los bancos de la ruina y, al mismo tiempo, instauraban una política de austeridad que asfixiaba a los grupos más débiles son, a juicio de Habermas, un reflejo de cómo Europa, supuestamente entendida como proyecto común, se ha visto debilitada a ojos de sus integrantes10. Capitalismo y democracia han tomado caminos distintos, de tal forma que economía y política se separan o, mejor dicho, la economía engulle a la política buscando el crecimiento y el rendimiento material:

El contenido del relato consiste en que la estrategia neoliberal otorga prioridad a la satisfacción de los intereses del rendimiento del capital por encima de las exigencias de la justicia social .11

El capitalismo mira a corto plazo, buscando salidas inmediatas a la crisis de los mercados olvidando, deliberadamente, las víctimas que deja tras su paso; pensemos en los países del sur de Europa, Portugal, España y Grecia, que arrastran aún las heridas abiertas por la crisis de 2008 agrietando la ya de por sí frágil estructura europea. Al respecto, Habermas reivindica una política fiscal, económica y social común a todos los Estados miembros que limite errores estructurales y, sobre todo, contenga el ímpetu económico. Además, este debilitamiento democrático consecuencia de la voracidad capitalista acrecienta el problema de la identidad, provocando que los movimientos nacionalistas y antieuropeístas encuentren motivos para rechazar un marco común sin fronteras. La búsqueda ciega de crecimiento económico debilita el proyecto democrático y fortalece la idea romántica de las identidades excluyentes precapitalistas12. La llamada "Europa de dos velocidades", aupada por los intereses económicos de Alemania, debilitan a Europa y construyen una confluencia de Estados con reglas diferentes, distinguiendo claramente entre los países que dan y los países que reciben, exacerbando el nacionalismo y los movimientos patrióticos de extrema derecha. Explicándolo con los conceptos habermasianos de "sistema" y "mundo de la vida", decimos que el sistema, que en este contexto no es sino la materialización de un capitalismo agresivo que prioriza los intereses del mercado, arrincona el mundo de la vida de la ciudadanía europea, haciendo que su realidad cotidiana sea frágil, y Europa, subordinada a dicho sistema, es vista por una creciente mayoría social como la causa de los problemas. Arrinconados frente a las estrategias neoliberales, los Estados se alejan de sus ciudadanos y ciudadanas entregándose a los movimientos del mercado y a una élite que lidera el proyecto común velando por intereses personales que excluyen y alejan a la sociedad. Para Habermas, Europa está a la deriva y guiada por intereses tecnocráticos.

Este desvío tecnocrático en el que se encuentra Europa y, consiguientemente, la democracia, ha interesado especialmente a Habermas en los últimos tiempos. Acontecimientos como el Brexit, el triunfo de Trump o el auge del populismo han reforzado sus planteamientos críticos con el neoliberalismo capitalista y el olvido de la ciudadanía dentro del día a día democrático. Para entender estos fenómenos, es preciso detenernos en la noción habermasiana de "tecnocracia", que conecta economía y política, capitalismo y democracia. Ya en su obra Problemas de legitimación en el capitalismo tardío13, analiza críticamente, desde parámetros marxistas, cómo el capitalismo introduciéndose en la política, privatiza y condiciona las esferas públicas, convirtiendo el diálogo democrático en un pseudodiálogo, en un monólogo donde una minoría decide el rumbo del conjunto. La tecnocracia es un hecho sintomático de las sociedades contemporáneas y de sus problemas políticos que condiciona todas las dimensiones humanas; reforzar el capitalismo es el fin y el mercado es el medio de control dominante, produciendo "que la integración social se subordine a los mercados de trabajo, bienes y capital"14. Por consiguiente, la ciudadanía queda abandonada y sometida a los vaivenes de la economía, lo que ocasiona, desde el punto de vista de Habermas, una crisis social que tiene a la base un déficit evidente de racionalidad. El Estado es incapaz de emplear coherentemente los recursos y solventar los problemas y desequilibrios que genera el régimen tecnocrático; es, en otras palabras, incapaz de controlar la economía ya que la economía es quien lo controla. La planificación expansiva del mercado ocasiona desequilibrios que son padecidos por la sociedad15. La tecnocracia es planificación administrativa con propósito económico, es la invasión del sistema en el mundo de la vida, el triunfo de la ideología del rendimiento y el olvido de los sujetos, quienes verdaderamente legitiman la democracia. Es entender que la política es puro pragmatismo y debe estar liderada por expertos y especialistas en economía.

Esta problemática es especialmente notoria en el seno de la Unión Europea, que se ha construido buscando consensos normativos transnacionales liderados por una élite política y económica; todo su entramado ha mejorado notablemente la vida de los ciudadanos y las ciudadanas que viven en ella, logrando un evidente progreso pero, sin embargo, este avance que ahora está en crisis ha adolecido desde sus comienzos de procedimientos deliberativos que conectasen a las élites con el resto de la sociedad. Ahora que no sopla el viento a favor, la ciudadanía denuncia la indiferencia que sufre. En palabras de Habermas, "La Unión Europea se ha legitimado a ojos de los ciudadanos principalmente mediante resultados y no tanto mediante la realización de una voluntad ciudadana política."16 Los organismos que más condicionan la marcha de Europa como el Banco Central o la Comisión Europea eluden al control democrático. La respuesta social es el escepticismo y, cada vez más, el rechazo tajante al proyecto común europeo. El abismo entre las exigencias económicas y las demandas sociales se agranda y la política está a remolque. La espiral tecnocrática es, en gran medida, causa de los problemas que amenazan a Europa:

En esta espiral tecnocrática, la Unión Europea podría acabar pareciéndose al dudoso ideal de una democracia adaptada a los mercados, que quedaría expuesta, sin el anclaje en una sociedad susceptible de movilización política, a los imperativos de los mercados con menor capacidad de resistencia si cabe. Los egoísmos nacionales, que quisiera domar la Comisión, junto con el dominio tecnocrático ejercido por <<personas de confianza de los mercados>>, conformarían entonces una mezcla explosiva.17

Europa no puede ser un falso espacio común, un lugar movido por la economía en el que cada país busca sus intereses particulares, promueve las "dos velocidades" y desprecia las voluntades ciudadanas. La economía no puede ser el único pegamento social ya que, entre otras cosas, en épocas de crisis o desaceleración, quienes la padecen no son sus artífices sino los ya perjudicados ciudadanos. Brexit, salida del euro, nacionalismo, xenofobia y populismo brotan como consecuencia del triunfo de la tecnocracia. Tocada pero no hundida, Europa necesita soluciones.

 

3. Participación y compromiso, una salida a la aporía
 

La primera salida a esta encrucijada enlaza a la perfección con los planteamientos de la filosofía política habermasiana. Frente a una Europa dominada por las élites, en una forma contemporánea de despotismo ilustrado en la que las mejoras logradas son indiscutibles, pero nunca o casi nunca se ha escuchado a la ciudadanía, urge conectar la esfera política con la participación. La democracia deliberativa es un antídoto contra los males que acucian a la Unión Europea; promover la participación política y evitar que las instituciones sean máquinas anquilosadas y alejadas de las demandas y preocupaciones sociales supondría una primera forma de conectar las cuestiones políticas con la población y, a la vez, poner coto a los abusos del mercado. La intervención de las personas, de la gente corriente en la toma de decisiones, es un antídoto contra los muros y las barreras que se levantan bajo pretextos económicos, culturales o políticos. Una sociedad democrática, ya sea esta nacional o supranacional, debe orientarse hacia lo público, hacia actitudes que logren el compromiso de la ciudadanía construyendo proyectos comunes y compartidos en vez de decisiones a corto plazo que favorezcan la desigualdad y la separación de la opinión pública18.Dotar a la Unión Europea de operatividad necesita que los millones de hombres y mujeres que la conforman se impliquen activamente, que se responsabilicen de su rumbo. Sin embargo, actualmente hay un hiato entre los sujetos que integran Europa y la burocracia tecnocrática que decide su destino; para Habermas, esa distancia abismal hace pertinente crear peldaños y construir puentes. Para ello, es preciso crear una cultura política ciudadana, una democracia cosmopolita construida a partir de la sociedad civil compuesta de asociaciones, organizaciones no gubernamentales, movimientos ciudadanos, sindicatos y partidos que, más allá de las diferencias inevitables, promuevan una Europa más eficaz y sensible conectando la ciudadanía con las instituciones y la toma de decisiones:

El desarrollo y la consolidación de una política deliberativa, la teoría del discurso los hace depender, no de una ciudadanía colectivamente capaz de acción, sino de la institucionalización de los correspondientes procedimientos y presupuestos comunicativos, así como de la interacción de deliberaciones institucionalizadas con opiniones públicas desarrolladas informalmente.19

La Unión Europea necesita algo más que unas elecciones al Parlamento europeo cada cuatro años, demanda una discusión colectiva de sus actores capaz de dar voz a la pluralidad de necesidades y puntos de vista que constituyen las sociedades plurales del presente. Nos encontramos ante el procedimentalismo habermasiano que defiende una democracia legitimada sobre mecanismos de inclusión que den cabida a toda la ciudadanía. Hasta el momento, todo esto ha sido canalizado por los partidos políticos que han silenciado la pluralidad de voces simplificando sus propuestas electorales.

Frente al discurso monológico de la tecnocracia y de partidos políticos dirigidos por intereses económicos, Jürgen Habermas sintetiza su propuesta de crear una democracia deliberativa en dos palabras: más Europa. Las claves de esta propuesta destinada a revitalizar la unión entre los Estados y conectar a la ciudadanía con la política son varias aunque pueden resumirse en la puesta en práctica de una reforma radical de la Unión Europea en sus diversas dimensiones. Por una parte, propone el establecimiento de una política financiera, económica y social común a todos los países integrantes que sea capaz de responder de manera flexible a los diferentes contextos nacionales y a los vaivenes del mercado; esto lograría fortalecer el euro al aminorar las diferencias existentes entre las economías de los países que la conforman. Para Habermas, esta reforma política debe partir de los países que componen el núcleo de Europa, principalmente Francia y Alemania, más fuertes para hacer frente a las crisis económicas y sociales y, por tanto, mejor dispuestos para ofrecer salidas a las naciones más frágiles, aunque en ocasiones hayan agravado la situación de sus socios. En esta línea, nuestro protagonista hace suyas las afirmaciones de Mario Draghi al afirmar que:

[...] no es ni legítimo ni asumible económicamente que las políticas económicas de cada país por separado traigan consigo riesgos más allá de sus fronteras, afectando así a los socios de la Unión Monetaria.20

Por otra parte, la Unión Europea debe dar un giro de 180º en la relación entre política/economía, hasta ahora muy asimétrica y que prioriza los intereses del mercado a las exigencias y necesidades sociales. Para Habermas, el predominio económico beneficia a una minoría; son siempre los mismos Estados y las mismas personas quienes se benefician, acrecentando la desigualdad. La política tiene que revitalizarse y poner límites a la voracidad capitalista a través de la participación ciudadana en base a intereses compartidos por toda Europa, promoviendo las ayudas a los colectivos desfavorecidos.21La reforma radical supone tener valentía para afrontar los retos actuales asumiendo riesgos en vez de poniendo parches y medidas que pospongan los problemas. En esta línea, una medida radical es la promoción de la solidaridad entre sujetos y entre Estados. Habermas vuelve a una virtud cívica heredada del discurso emancipador ilustrado y de los principios de la Revolución francesa; la solidaridad es la traducción contemporánea de la fraternidad, principio republicano por excelencia. La puesta en práctica de este valor nace de la necesidad de hacer frente a las desigualdades entre países, a los discursos exclusivos y excluyentes y a los retos que plantea el multiculturalismo y la inmigración. Una perspectiva inclusiva tiene que acercar a los ciudadanos y ciudadanas y también a las diversas naciones en un acto de entendimiento y comprensión de sus problemas y particularidades. Si los intereses comunes priman sobre el egoísmo, la solidaridad tiene vía libre para fortalecer las relaciones y reducir las diferencias. Ante la crisis, solidaridad. Y esta solidaridad, entendida como ayuda interestatal es, a juicio de Habermas, una obligación normativa que fortalece económicamente a los países más necesitados y lleva incorporada la idea de reciprocidad, de respaldo mutuo, abriendo la puerta a recibir, antes o después, el auxilio de los demás. Esta solidaridad, justificada por el pensador nacido en Düsseldorf desde sus principios humanistas y universalistas, es entendida como justicia distributiva fundamentada en elementos jurídicos, como un concepto tanto ético como político que pretende ofrecer respuestas al recelo de algunos países (especialmente Alemania) a ayudar a los demás bajo el pretexto de que no han cumplido con sus compromisos o no han administrado coherentemente sus recursos. Solo así se entiende el rechazo social de gran parte de la población alemana a Grecia, España o Portugal, que son vistos como una rémora al progreso económico nacional, países que además son premiados con subvenciones que malgastan o no distribuyen adecuadamente. Para Habermas, el neoliberalismo capitalista promueve un egoísmo individualista que se despliega también a nivel nacional, lo que precisa "una acción solidaria para ampliar las formas de integración sobreexigidas de un orden político desbordado."22 La solidaridad debe ser una exigencia política instaurada jurídicamente, de tal manera que haya un compromiso legal de los Estados miembros en su ayuda mutua. En estas ideas resuenan no solo el pensamiento ilustrado y revolucionario, eminentemente humanista, también la filosofía marxista que reclama, frente a la hegemonía del mercado, la unión de los pueblos y trabajadores. La solidaridad habermasiana no tiene mucho que ver con la utopía socialista pero sí encaja con su mensaje universalizador e igualitario que asocia el desarrollo de una sociedad, de la Unión Europea en este caso, a la desaparición de las desigualdades entre colectivos y países:

En la dinámica de los nuevos conflictos de clase tienen su origen histórico los llamamientos a la <<solidaridad>>. Pues con motivo de las coacciones sistémicas que superaban las antiguas relaciones de solidaridad, las nuevas formas de organización del movimiento obrero reaccionan con llamamientos a la solidaridad bien fundados [...]. De nuevo son coacciones sistémicas las que hacen estallar las relaciones solidarias habituales y hacen precisa una reconstrucción de las formas atomísticas estatales de integración política.23

Esta apelación habermasiana a la solidaridad, a la ayuda mutua entre Estados y personas nos conduce a uno de los retos más exigentes del momento, el problema de la inmigración, que en décadas pasadas enriqueció cultural y económicamente a Europa pero que ahora, en una crisis estructural que parece no tener fin, se plantea como una amenaza capaz de socavar los cimientos de la Unión fomentando movimientos nacionalistas y xenófobos. Esta cuestión, recurrente en el pensamiento de nuestro autor desde la década de 1990, se engarza con su propuesta de construir una democracia procedimental y formal carente de connotaciones comunitaristas. Habermas reflexiona acerca de los derechos y deberes de la población inmigrante y las posibles soluciones ante los conflictos ocasionados por la convivencia de diferentes culturas en un mismo espacio24. Y se decanta por un modelo basado en la integración política en la que los extranjeros deben aceptar el marco político del país que lo recibe y, por extensión, de Europa. La población inmigrante debe adaptarse a los hábitos políticos sin que ello suponga la pérdida de sus valores. La idea consiste en defender el multiculturalismo dentro de un marco de referencia que comparte, acepta y asimila los mismos derechos y deberes:

¿Qué significa universalismo? Que se relativiza la propia forma de existencia atendiendo a las pretensiones legítimas de las demás formas de vida, que se reconocen iguales derechos a los otros, a los extraños con todas sus idiosincrasias y todo lo que en ellos nos resulta difícil de entender, que uno no se empecina en la generalización de la propia identidad, que uno no excluye o condena todo cuanto se desvía de ella (...).25

Consiguientemente, Habermas entiende que la inmigración como tal no es un problema siempre y cuando quienes vienen no obstaculicen los procedimientos democráticos y se integren en el proceso deliberativo; siempre que no choquen con la soberanía ni con los derechos humanos. La pluralidad axiológica enriquece, y lo importante es que se favorezca la participación en esa concepción habermasiana de la ciudadanía, activa, comprometida y solidaria. El límite a la inmigración está en el respeto a la democracia y las libertades que lleva acompañada.

Concluyendo este trabajo, consideramos oportuno señalar que la problemática que se plantea en torno a la utilidad y pervivencia de la Unión Europea se circunscribe, siguiendo la terminología de Habermas, en torno a la relación contemporánea de los conceptos ya mencionados de sistema y mundo de la vida. Tecnocracia, burocracia, hegemonía de los mercados y populismos de diversa índole no son sino diversas manifestaciones de cómo el sistema, y por sistema se entiende el proceso en el que las sociedades se autorregulan siguiendo acciones respecto a fines eminentemente económicos y administrativos, se rige por sus propios intereses y leyes, con independencia de los procesos constitutivos de sentido. Esta separación se agrava, como se observa en las grietas que erosionan el espacio común europeo, cuando el sistema condiciona el mundo de la vida hasta el punto de obviarlo, cuando la tecnocracia limita la vida de las personas. Y la filosofía política habermasiana, a través de procedimientos deliberativos que revitalicen el interés ciudadano por la política y la toma de decisiones, tiene como objetivo prioritario salvaguardar el mundo de la vida de la invasión del sistema, en otras palabras, hacer de Europa un proyecto colectivo y no una herramienta al servicio de la élite. La transnacionalización de la democracia no basta para garantizar el avance. Se requiere una comunidad de ciudadanos y ciudadanas constitucional, una soberanía comprometida y compartida. La legitimidad de Europa (y también su futuro) depende del arrojo de quienes la han estado dirigiendo hasta ahora, de su capacidad para ponerla al servicio de las personas que la conforman entonces, y solamente entonces, se llevará a cabo esa necesaria reforma radical:

En realidad, el desafío al que nos enfrentamos ya no es tanto el de inventar algo nuevo, sino el de conservar los grandes logros del Estado nacional europeo más allá de sus fronteras nacionales y bajo un formato diferente. Sólo es nueva la entidad que habrá de surgir al final del camino. Y lo que se trata de conservar son las condiciones materiales de vida, las oportunidades de educación y de aprovechamiento del tiempo libre, los espacios de configuración social, que son los que confieren a la autonomía privada su valor de uso y los que hacen posible con ello la participación democrática.26


NOTAS
 

1 Véase HABERMAS, J.: Teoría de la acción comunicativa, Capítulo II. La teoría de la racionalización de Max Weber. Madrid: Ed.Trotta, 2010.

2 Kant, I., "Para la paz perpetua", en Kant, K.:En defensa de la Ilustración.Barcelona: Ed. Alba, 1999 p. 322.

3 Kant, I., "Idea de una historia universal con propósito cosmopolita",en Kant, K.: En defensa de la Ilustración p. 83.

4 Una lectura del pensamiento político habermasiano en clave utópica puede verse en Segovia, J.F., Habermas y la democracia deliberativa. Una <<utopía>>tardomoderna. Madrid: Marcial Pons, 2008.

5 Habermas, J., La inclusión del otro. Barcelona: Paidós, 1999 p. 143.

6 Habermas, J.: Facticidad y validez. Madrid: Trotta, 1998 p. 628.

7 Citamos la expresión empleada en Velasco, J.C.: Habermas. Madrid: Alianza, 2013 p. 194.

8 Para profundizar en este tema véase Maalouf, A.: Les identités meurtrières. Paris: Le livre de Poche, 1998.

9 Habermas, J.:La reconstrucción del materialismo histórico. Madrid: Taurus, 1981 p. 114.

10 Estamos siguiendo el artículo "¿Democracia o capitalismo? La miseria de la fragmentación en Estados nacionales de una sociedad mundial integrada por el capitalismo", en Habermas, J.: En la espiral de la tecnocracia. Madrid:Trotta, 2016.

11 Ibíd., p. 120.

12 Pensemos al respecto en los movimientos políticos de Francia, donde el Frente Nacional de Le Pen y Francia Insumisa de Mélenchon comparten un discurso reacio al euro y a la integración europea.

13 Seguimos a Habermas, J.: Problemas de legitimación en el capitalismo tardío. Madrid: Cátedra, 1999.

14 McCarthy, Th.: La teoría crítica de Jürgen Habermas. Madrid: Tecnos, 2013 p. 418.

15 Problemas de legitimación, p. 55.

16 Habermas, J.: "En la espiral de la tecnocracia. Un alegato a favor de la solidaridad europea", En la espiral de la tecnocracia. p. 69.

17 Ibíd., p. 77.

18 Esta línea argumentativa está presente en: Velasco J.C.: La teoría discursiva del derecho. Sistema jurídico y democracia en Habermas. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2000 pp. 183-218.

19 Habermas, J.: Facticidad y validez, p. 374.

20 Draghi, M., entrevista en Die Zeit, 30 de agosto de 2012.https://www.zeit.de/thema/mario-draghi [Consultado: 22: 10: 2018]

21 Habermas, J.: "Tres argumentos a favor de <<Más Europa>>", En la espiral de la tecnocracia,p. 111.

22 Habermas, J.: "En la espiral de la tecnocracia. Un alegato a favor de la solidaridad europea", En la espiral de la tecnocracia, p. 87.

23 Ibíd., p. 90.

24 Seguimos a Velasco, Habermas, p. 170.

25 Habermas, J.: La necesidad de revisión de la izquierda.Madrid:Tecnos, 1991 p. 218.

26 Habermas, J.: "¿Necesita Europa una constitución?", en Habermas, J.: Tiempos de transiciones. Madrid: Trotta, 2004, p. 112.

 

 

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