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Violencia en la frontera: Richard Slotkin y la filosofía del Juez Holden en Meridiano de Sangre de Cormac McCarthy
Simón Royo Hernández1
Critica del mito de la frontera. Slotkin vs. McCarthy.
En Regeneration Through Violence2 Richard Slotkin traza la historia del «mito de la frontera» como mito nacional en la cultura norteamericana. La mitología americana no la construyeron los padres fundadores, intelectuales ilustrados del siglo XVIII, sino que se constituyó sobre las actitudes, la psicología y los devenires de la vida de los exploradores, colonos, misioneros y de su enfrentamiento con la naturaleza y con los nativos americanos. Especialmente en la época de las guerras anticoloniales indígenas (o «guerras indias») la cultura norteamericana se construyó sobre una experiencia de la civilización confrontada a la barbarie.
Al mismo tiempo, en ese complejo sustrato histórico surgirá la fascinación norteamericana por esas figuras en las que se mezclan la civilización y la barbarie, figuras como las de los exploradores, colonos, aventureros, puritanos, granjeros y vaqueros, que encarnan el prototipo de lo que va a ser en adelante el héroe americano, pregnante y globalizado a través de su literatura, del cine y de los medios de comunicación. Slotkin señala que para conquistar lo salvaje los colonos hubieron de convertirse en algo peor que los salvajes. El mito de la frontera avala la tesis de que la cultura norteamericana se forjó sobre la base de la conquista violenta de los indígenas y de sus tierras, del retroceso de la tierra libre. La violencia está a la base de la sociedad y el capitalismo norteamericanos.
Un complejo lenguaje ideológico-literario se desarrolló a partir de los esfuerzos de sucesivas generaciones que describieron y narraron sus experiencias en el Oeste. Hay que centrarse por tanto en el modo en el cual la cultura literaria y popular procesa los eventos históricos haciéndolos arraigar en el imaginario de forma ideológica. El método de investigación de Slotkin es fruto de una mezcla de antropología estructural, historiografía popular y metapsicología. Su foco de atención era entender el desplazamiento lingüístico que constituyó el mito, para luego mostrar como el mito regía el imaginario y pregnaba en la sociedad y la política. En su conjunto el tema central de la trilogía de Slotkin, que se contrapone a la trilogía de la frontera del novelista Cormac McCarthy, fue el de demostrar la exitosa adaptación del mito de la frontera a las necesidades ideológicas del nuevo orden mundial, industrial y corporativo del país en el que vive.
En The Fatal Enviroment3, el libro central de la trilogía de Slotkin, este describe y analiza, nuevamente, el que considera el mito central o tropo ideológico fundamental de la cultura norteamericana, el mito de la frontera, pero en el siguiente periodo histórico, el que va de 1800 a 1890. Allí nos dice que comenzó a estudiar el fenómeno en los años 60 cuando los términos y los símbolos de esa mitología permeaban ampliamente tanto la cultura popular como la retórica política. En los años 50 y 60 Slotkin pudo crecer viendo películas y series de vaqueros y leyendo novelas de aventureros y exploradores del Oeste. El género narrativo fue prevaleciente en la cultura popular hasta el punto de ser el entretenimiento preferido del presidente Eisenhower. También servirá de retórica al presidente Kennedy que a partir del simbolismo de una Nueva Frontera proyectará una visión expansiva del liberalismo norteamericano en términos de una gesta neocaballeresca en la que hombres fuertes y armados pondrían su fuerza y experiencia al servicio de los oprimidos. La muerte de Kennedy en Dallas no disminuyó la fuerza del mito que había invocado pero los eventos excedieron sus intenciones. Esa mitología comenzó a revelar sus contradicciones e incoherencias de manera patente y terrible cuando Vietnam se convirtió en la última “guerra india”, desvelando el lado oscuro del mito de la frontera, su faz racista e imperialista, su falso orgullo y su desprecio por la pérdida de vidas humanas. Slotkin comenzó su estudio cuando se dio cuenta de que el lenguaje de los valores y conceptos que había aprendido viendo películas, leyendo comics y novelas baratas o jugando a los indios y vaqueros, mientras fue niño y adolescente, era realmente el lenguaje operativo de la política norteamericana. Cuando se dio cuenta de que semejante imaginario había calado en la mayoría de la gente y las había empujado hacia una sociedad violenta y despiadada.
En Gunfighter Nation4, el tercer volumen de la trilogía, se insiste en que el mito de la frontera que asume que la conquista por los blancos de los nativos americanos y el dominio del lejano Oeste fueron los precedentes de la progresiva civilización norteamericana está incluso ya en el psiquismo nacional norteamericano y expandido globalizadamente por su cultura. Las tropas norteamericanas denominaban a Vietnam como “país de indios”, el propio Kennedy, como dijimos, invocó el simbolismo de la Nueva Frontera para al final apoyar a la contrainsurgencia en el extranjero. La versión progresista del mito de la frontera fue utilizada por Roosevelt para pretender la conquista de Filipinas y para definir la emergencia de una nueva clase empresarial más agresiva. Como en los anteriores libros vemos que las novelas baratas y las historias de detectives adaptaron el mito de la frontera para recrear a héroes que represaliaban a los huelguistas, maltrataban a los inmigrantes y perseguían a los disidentes.
Slotkin piensa que ciertos valores básicos de la cultura norteamericana –la propensión a la violencia interna y externa o las ideologías de género y de raza están directamente vinculadas a sus experiencias de frontera internalizadas en la memoria colectiva en la forma de un mito que subsume y resume la identidad nacional. El racismo, el imperialismo y la guerra de Vietnam están relacionados con ese mito. El mito de la frontera resume entonces la historia de Norteamérica y remite a su violencia, así como a su capitalismo imperialista y colonialista.
El trabajo de desenmascarar al mito subyacente del imaginario norteamericano y mostrar sus consecuencias políticas es loable, la labor de Slotkin muestra como el mito lleva a privilegiar el uso de la fuerza así como remite al impacto destructivo que tiene en la violencia urbana y en la política interior y exterior.
Trataremos a continuación siguiendo a Slotkin de la filosofía violenta del juez Holden de la novela Meridiano de sangre5, que precede y resume el espíritu de la trilogía de la frontera de Cormac McCarthy, para lo cual, partiremos de un hecho, el de los escalpadores o cortadores de cabelleras.
En Meridiano de sangre se describe así a la horda del juez Holden cortando cabelleras tras una matanza de indios: “Los hombres estaban haciendo ristras de cabelleras con tiras de cuero y a algunos de los cadáveres les habían arrancado pedazos enteros de espalda para fabricar con ellos cintos y arneses. El mexicano McGill había sido escalpado y los cráneos empezaban a oscurecerse bajo el sol (…). Los hombres se aposentaron en sus cueros tiesos de sangre e hicieron recuento de las cabelleras y procedieron a atarlas a unos palos, los cabellos de un negro azulado, mates e incrustados de sangre”. Al fin y al cabo la partida había comenzado su macabro viaje cuando se realizó un trato: “Les pagarán cien dólares por cada cabellera y mil por la cabeza de Gómez”. Pero a Gómez, otro soberano señor de la guerra, nunca lo cogerán.
El juez Holden tiene sus diferencias con alguno de sus compañeros, aunque muchos lo admiran. El juez había raptado un niño apache: “Toadvine le vio con el niño al pasar con su silla pero cuando volvió diez minutos después tirando de la brida de su caballo el niño yacía muerto y el juez le había cortado la cabellera. Toadvine apoyó el cañón de su pistola en la gran cúpula pelada del juez. Eres un cabrón, Holden. Retíralo o dispara. Vamos, decídete. Toadvine se guardó la pistola”.
Una vez llegados al pueblo: “Centenares de mirones se apiñaron para presenciar el recuento de las cabelleras (…). Había ciento veintiocho cabelleras y ocho cabezas”.
Consumido el oro en juergas el grupo de mercenarios es nuevamente descrito de la siguiente manera cuando vuelve a partir en busca del tal Gómez, aunque matando y escalpando de camino a indios y mexicanos en aldeas y pueblos. Retorna el grupo a la ciudad de Chihuahua que era la que los había contratado y que, por fin, les da la espalda: “Entraron en la ciudad ojerosos e inmundos y apestando a la sangre de los ciudadanos para cuya protección habían sido contratados. Las cabelleras de los aldeanos muertos fueron aseguradas a las ventanas de la casa del gobernador y los partisanos cobraron de las ya exhaustas arcas y la sociedad fue desmantelada y la recompensa abolida. Partieron de la ciudad y antes de transcurrida una semana la cabeza de Glanton ya tenía precio: ocho mil pesos”.
Pero en otra ciudad les encomendarán luego el mismo trabajo: “El 5 de diciembre partían hacia el norte en la fría tiniebla previa al amanecer llevando consigo un contrato firmado por el gobernador del estado de Sonora por la entrega de cabelleras apaches”.
Lo que aquí se expone y se celebra es algo de lo que ya nos hablaba un contemporáneo de esos hechos, nada más y nada menos que Karl Marx, que en El Capital (1867, Capitulo XXIV. La llamada acumulación originaria) nos revelaba:
“En las plantaciones destinadas exclusivamente al comercio de exportación, como en las Indias Occidentales, y en los países ricos y densamente poblados, entregados al pillaje y a la matanza, como México y las Indias Orientales, era, naturalmente, donde el trato dado a los indígenas revestía las formas más crueles. Pero tampoco en las verdaderas colonias se desmentía el carácter cristiano de la acumulación originaria. Aquellos hombres, virtuosos intachables del protestantismo, los puritanos de la Nueva Inglaterra, otorgaron en 1703, por acuerdo de su Assembly [Asamblea Legislativa], un premio de 40 libras esterlinas por cada escalpo de indio y por cada piel roja apresado; en 1720, el premio era de 100 libras por escalpo; en 1744, después de declarar en rebeldía a una tribu de Massachusetts-Bay, los premios eran los siguientes: por los escalpos de varón, desde doce años para arriba, 100 libras esterlinas de nuevo cuño; por cada hombre apresado, 105 libras; por cada mujer y cada niño, 55 libras; ¡por cada escalpo de mujer o niño, 50 libras! Algunos decenios más tarde, el sistema colonial inglés había de vengarse en los descendientes rebeldes de los devotos pilgrim fathers[padres peregrinos], que cayeron tomahawkeados bajo la dirección y a sueldo de Inglaterra. El parlamento británico declaró que la caza de hombres y el escalpar eran «recursos que Dios y la naturaleza habían puesto en sus manos»”.
Los puritanos percibieron el Oeste como un infierno poblado por demonios, los indios, que era necesario exterminar para fundar allí el Paraíso. El hombre adámico se hace a sí mismo regenerándose mediante la violencia: la tierra salvaje simboliza su inconsciente conquistado por la fuerza y aniquilado al interiorizarlo como consciencia.
El historiador Eric Hobsbawm añadió:
“La lenta colonización de las praderas del oeste del Missisippi por parte de los granjeros implicó el traslado (forzado) de los indios, entre los que se encontraban aquellos que ya habían sido llevados allí por una anterior legislación y por el casi exterminio de los búfalos, animales de que vivían principalmente los indios de las llanuras. La aniquilación de los indios empezó en 1868, el mismo año en que el congreso estableció las grandes reservas indias. Hacia 1883 habían sido asesinados casi 13 millones de ellos6”
Podemos recordar en tal línea que el magnate Henry Ford tomó su idea de la cadena de montaje de un matadero automatizado de Chicago, y que, a su vez, fue admirado por ello por Hitler, que se inspiró en su cruel industria para la realización de los campos de concentración.
Y en McCarthy vemos que se prefiere esa oscuridad a la luz y se vive en esa oscuridad. Luz y oscuridad: “los días eran frescos y las noches frías y se sentaban alrededor de la lumbre cada cual en su propio círculo de oscuridad dentro del círculo oscuro mientras el idiota observaba desde su jaula en el límite de la luz”.
La guerra es entonces el padre de todas las cosas, como se nos dice parafraseando a Heráclito: “Da igual lo que los hombres opinen de la guerra, dijo el juez. La guerra sigue. Es como preguntar lo que opinan de la piedra. La guerra siempre ha estado ahí. Antes de que el hombre existiera, la guerra ya le esperaba”. “Esta y no otra es la naturaleza de la guerra, cuya apuesta es a un tiempo el juego y la supremacía y la justificación”. “La guerra es el juego definitivo porque a la postre la guerra es un forzar la unidad de la existencia. La guerra es Dios”.
También, además, rememorando al Nietzsche de la voluntad de poder, se nos dice: “La ley moral es un invento del género humano para privar de sus derechos al poderoso en favor del débil. La ley de la historia la trastoca a cada paso. No hay criterio definitivo que pueda demostrar la bondad o maldad de un juicio ético. Que un hombre caiga muerto en un duelo no prueba que sus opiniones fueran erróneas. Su misma implicación en ese duelo da fe de una nueva y más amplia perspectiva (…). La vanidad del hombre podrá ser infinita pero su saber sigue siendo imperfecto y por más que valore sus juicios llegará un momento en que tendrá que someterlos al arbitrio de una instancia superior. Y ahí no caben argumentos especiosos. Ahí toda consideración de igualdad y de rectitud y de derecho moral queda invalidada y sin fundamento y ahí las opiniones de los litigantes no cuentan para nada. Todo fallo de vida o de muerte, toda decisión sobre lo que será y lo que no será, supera cualquier planteamiento de lo que es justo. En los arbitrios de tal magnitud están contenidos todos los demás, sean morales, espirituales o naturales”.
El hombre occidental y, eminentemente, el norteamericano, con su mito de la frontera, ha considerado que en el origen yace la más descarnada violencia, el horror inimaginable de una oscuridad sin luz en la que los seres vivos se devoraban unos a otros. Al contrario del pensamiento de un estado de naturaleza en paz y armonía, en contraposición a una Arcadia soñada en el origen, que había de ser negada para ser proyectada al final, sea la del estado de naturaleza rousseaniano, la de la ayuda mutua, la del Edén Adánico o la del paraíso comunista; el imaginario triunfante ha sido el del estado de naturaleza brutal, el de unos momentos primitivos en los que el hombre era lobo para el hombre del que solamente nos podrá librar paulatinamente en un fatigoso progreso ascendente interminable, la escatología secularizada en un desarrollo científico-tecnológico ilimitado. Los documentales sobre el reino animal en el que los seres vivos se devoran y viven continuamente en el miedo son los triunfantes y el darwinismo de la lucha por la existencia tiene su correlato social, político y económico en el neoliberalismo.
Por eso el Juez enfrentado al chaval, le dice al chico al que ha intentado moldear en el mal y acoger en su cosmovisión: “Ni asesino, gritó el juez, ni partisano tampoco. En tu corazón hay un punto defectuoso. ¿Creías que no me daba cuenta? Tú fuiste el único que te amotinaste. Fuiste el único que guardaste en tu alma un poco de clemencia para con los paganos”.
“Si la guerra no es santa el hombre no es más que barro viejo. Incluso el cretino obró de buena fe dentro de sus limitaciones. Pues a ningún hombre se le exigía más de lo que tenía y lo que uno aportaba no se comparaba con la aportación del otro. Pero a todos se les pidió que vaciaran su corazón en el corazón colectivo y solo uno no quiso hacerlo. ¿Puedes decirme quién fue? Tú, susurró el chaval. Tú fuiste ese uno. El juez le observó desde los barrotes, meneó la cabeza. Lo que une a los hombres, dijo, no es compartir el pan sino los enemigos”.
Apología del mito de la frontera. El ser fronterizo7 como naturaleza en Cormac McCarthy.
Quizá todo lo antecedente esté equivocado. Quizá Slotkin sea presa de un dualismo entre el bien y el mal y una noción de progreso y de barbarie que no aparece todavía planteado en el mundo que recrea el novelista. En efecto, Meridiano de Sangre no es una apología de la violencia, no es una historia del mal contra el bien, sino que es un relato amoral que se remonta a un espacio previo al de las reflexiones éticas, al momento primigenio de una Naturaleza desmesurada que no puede ser domesticada y es el relato de algunos hombres que se fundieron con esa naturaleza.
McCarthy posee una tremenda conciencia sensorial de los lugares y de los espacios, no son los seres humanos los protagonistas de sus obras sino la Naturaleza, con mayúsculas, cíclica, no progresiva y amoral. Todas las fuerzas de la creación se juntan en un flujo que a nuestra conciencia ética se le aparece como maligno, pero que, lejos de esa dualidad maniquea, implica y demuestra, que la naturaleza no puede ser domesticada. Dios es más que indiferente hacia la humanidad, no se preocupa de los seres humanos y toda nuestra supuesta civilización de la que dependemos para no hundirnos en el remolino universal es tan sólo una frágil capa de barniz en la superficie de la realidad. Para McCarthy, pretender la primacía de la sociedad y la cultura es como querer pintarle las uñas a un oso rabioso que nos enseña los dientes. Cuando observamos el corazón a nuestros ojos violento del mundo natural, cuando encontramos en él nuestra más íntima conexión, entonces tenemos la oportunidad de percibir la fuente de la vida.
Ciertamente, tiene parte de razón Slotkin, el mito de la frontera puede tener esos efectos que dice, adoptar ese imaginario que se podría proseguir hasta la guerra de Irak y la tensión en la frontera generada por Donald Trump, mas el mito es dual. Hay un mito reaccionario que remite al héroe de la asociación del rifle, dispuesto a solucionar todo conflicto por medio de las armas y un mito libertario, el del antihéroe, el de ese nómada proscrito y anárquico que también, aunque soterrado, anida en el imaginario colectivo norteamericano y que resulta igualmente imbuido en el psiquismo a través de la cultura popular, la literatura y el cine.
Como un mito no se destruye solamente racionalizándolo, pese a lo que Nietzsche pensase sobre la tragedia y Sócrates, sino que se destruye generando otro mito de sentido contrario, como el que el mismo Nietzsche intentó generar con su Zaratustra, vemos posible rescatar el mito del antihéroe de la cultura norteamericana para enfrentar también de ese modo el mito del héroe. Al héroe asesino de indios y vietcongs, opresor de disidentes, aliado de dictadores, se opone un antihéroe, el sujeto nómada que traspasando las fronteras del imaginario y de los conceptos de la historia de la metafísica, en lugar de cerrar el espacio para mejor poder dominar, abre y expande el espacio para que haya de nuevo libertad.
Es necesaria entonces una deconstrucción del héroe norteamericano. Así, el antihéroe norteamericano también se puede encontrar en ciertas novelas de detectives de la cultura norteamericana, por ejemplo en Dashiell Hammet o en Raymond Chandler, se trata de ese personaje que no está ni con la policía corrupta ni con los criminales sino que sigue su propio código y acaba siendo el único que al final actúa adecuadamente. Su carácter es destructivo pero su código hace que de su destrucción surja una creación, hace sitio a las personas, las acciones y las cosas, cuando los demás lo cierran. A esta literatura pertenecen también escritos como los de Thoreau, que era quien decía: “En una sola frase: todo lo bueno es libre y salvaje8”. De modo que el salvaje, el indio, el aborigen, el extraño, el extranjero, el bárbaro, anidan en ese antihéroe híbrido y le proporcionan la fuerza de romper con los principios y las totalidades que rigen el corrupto y falso mundo civilizado. Por eso, en Sobre el concepto de historia, Walter Benjamin presenta su célebre afirmación de que “no hay documento de cultura que no sea al mismo tiempo de barbarie9”. Hemos de decir por tanto que una teoría crítica debe abrazar un barbarismo emancipador, ante la certidumbre de que un proyecto civilizatorio que no reconozca ese elemento disolvente se convertirá también él mismo en una fuente de barbarie.
Y precisamente fue Benjamin quien quizá mejor definió el carácter destructivo del antihéroe nómada de la siguiente manera:
“El carácter destructivo solo conoce una consigna: hacer sitio; solo una actividad: despejar. Su necesidad de aire fresco y espacio libre es más fuerte que todo odio. El carácter destructivo es joven y alegre. Porque destruir rejuvenece, ya que aparta del camino las huellas de nuestra edad; y alegra, puesto que para el que destruye dar de lado significa una reducción perfecta, una erradicación incluso de la situación en que se encuentra (…). El carácter destructivo trabaja siempre fresco (…). Tiene pocas necesidades y la mínima sería saber qué es lo que va a ocupar el lugar de lo destruido (…). El carácter destructivo no ve nada duradero. Pero por eso mismo ve caminos por todas partes. Donde otros tropiezan con muros o con montañas, él ve también un camino. Y como lo ve por todas partes, por eso tiene siempre algo que dejar en la cuneta. Y no siempre con áspera violencia, a veces con violencia refinada. Como por todas partes ve caminos, está siempre en la encrucijada. En ningún instante es capaz de saber lo que traerá consigo el próximo. Hace escombros de lo existente, y no por los escombros mismos, sino por el camino que pasa a través de ellos10”.
El espacio de nadie que hay en la frontera es un espacio de libertad, para bien y para mal, mantener ese espacio como no-ocupado, sostenerlo vacío, es lo que hubiese sostenido una democracia radical. Ese espacio aparece siempre que hay revoluciones, cuando una era decae y otra todavía no se alza, cuando el Zar había caído y no ocupaba el espacio aún Lenin ni Stalin, cuando el Sha de Persia cayó y todavía no se alzaban los Ayatholas. En esos espacios puede habitar el más vil de los asesinos, el héroe del mito norteamericano, o el más anarquista y demócrata de los hombres, el emancipador y revolucionario. Los héroes americanos toman la primera figura, los anti-héroes la segunda.
En la “civilización” nuestro trato de los animales y el de los bárbaros ha sido semejante. Desde la revolución neolítica ese progreso de las luces sobre la oscuridad no ha sido sino un aumento de la destrucción que está llegando a amenazar a todo el planeta. La destrucción total por parte de una guerra nuclear durante la guerra fría ha dejado paso a la destrucción total que nos amenaza por el cambio climático. Pero la Naturaleza se defiende de las agresiones y lucha contra la Tecnología que trata de destruirla. McCarthy nos muestra que frente a la Naturaleza no somos nada, o más bien que, en estado de naturaleza, todo finalmente se iguala, se democratiza, pues ella es previa a todo y no le importa el bien y el mal.
El también emblemático ensayo de Benjamin Experiencia y pobreza comienza hablando de una depreciación de la experiencia tras la Primera Guerra Mundial: los veteranos del conflicto volvieron mudos; “una generación que fue al colegio todavía en tranvía de caballos”, había sido arrojada a campos de batalla dominados por obuses, gases y ametralladoras. El trauma generacional de la guerra industrializada llegó al extremo de lo que constituye un rasgo de nuestra época: “una miseria completamente nueva cayó sobre los hombres con el despliegue formidable de la técnica11”. El desarrollo de la guerra y de la industria son paralelos y conjuntos. El campo de concentración no tiene nada de diferente de nuestra industria cárnica y en los países industrializados el simple hecho de comer supone un holocausto animal continuado. ¿Qué hacer en tales circunstancias? Benjamin nos dio una respuesta: “¿Adónde lleva al bárbaro esa su pobreza de experiencia? A comenzar de nuevo y desde el principio, a tener que arreglárselas con poco, a construir con poco y mirando siempre hacia delante12”. La muerte y la natalidad, el comienzo, el inicio y el final se juntan en este origen de todo que es la naturaleza indómita. Solamente amenazada por la técnica. En una de las señas más llamativas de la novela Meridiano de Sangre de Cormac McCarthy, el Juez Holden lleva inscrita la frase "et in Arcadia ego" en su rifle, un memento mori que significa “también yo -la muerte- en la Arcadia estoy”. Y hay un famoso cuadro bucólico de Poussin con este lema clásico.
En Meridiano de sangre quienes cortaban cabelleras eran todos, indios, mexicanos, norteamericanos, europeos, en una tierra donde la violencia originaria de un “todos contra todos” campa a sus anchas. Se trata de un mundo hobbesiano y pre-civilizado que tiene un líder intelectual, el juez Holden, y un aprendiz, el muchacho, un bicho inmatable. No en vano es un excura quien primero le cuenta al chaval la historia del juez Holden, al que reverencia como una especie de deidad o profeta de ese mundo y esas tierras. En una naturaleza violenta y dura todos son supervivientes, la lucha por la supervivencia es feroz y solamente los seres más duros sobreviven, ya sean indios, mestizos, blancos o animales. Todos están en un plano de igualdad en esa Arcadia en la que la muerte impera y puede llevarse a cualquiera en cualquier momento. Cada segundo de cada ser vivo es un milagro pero destaca en el entorno el grupo de mercenarios salvaje de Glanton y el juez, más cercanos a la naturaleza bárbara que a los indicios de civilización, pero pagados por los de ciudad para cazar cabelleras indias. Dice el excura, otro de los oscuros personajes de Meridiano de sangre: “es posible que haya habido pecadores tan rematadamente malos que el fuego del infierno los expulsara de su seno y no me cuesta imaginar que en tiempos pasados fueron pequeños diablos los que traspasaron con sus horcas ese vómito incandescente a fin de recuperar aquellas almas que por error habían sido escupidas de su lugar de condenación hacia los confines del mundo”.
En un momento dado el muchacho pregunta: “¿de qué es juez (el juez)?” pero no se le contesta. El juez es un juez del mundo en el que vive, lo juzga como el bien siendo el mal en una inversión gnóstica por la cual el conocimiento lleva al mal y solo la ignorancia hacia el bien. En la tierra salvaje no hay límites, de ahí que cuando un oso se lleva a un indio del grupo del juez entre sus fauces se nos diga: “Si bien el mundo albergaba muchos misterios, los límites de ese mundo no eran nada misteriosos, pues carecía de medida o lindero y contenía en él criaturas más horribles”. El juez es letrado e ilustrado y lleva consigo un cuaderno en el que dibuja y escribe, acaso, la historia del mundo, de ese mundo. Al final casi del libro se contesta con un sueño del muchacho a la pregunta por el de qué es juez el juez: “El juez le hacía sombra mientras el otro estaba trabajando en cuclillas pero era un forjador en frío que trabajaba con martillo y punzón, quizá acusado de algo y exiliado de los lares de los hombres, dando forma como su destino improbable en la larga noche de su devenir a una moneda para un amanecer que no llegaría nunca. Y es este falso acuñador con sus cinceles y sus buriles quien busca amistarse con el juez y trata de inventar en el crisol a partir de la escoria en bruto un rostro que sea aceptado, una imagen que convierta esta especie residual en moneda corriente en los mercados donde los hombres trocan. De esto es juez el juez y la noche no acaba nunca”.
En Meridiano de sangre los vaqueros tornados mercenarios ya no son humanos sino: “Jinetes espectrales, pálidos de polvo, anónimos bajo el calor almenado. Por encima de todo parecían ir totalmente a la ventura, primordiales, efímeros, desprovistos de todo orden. Seres surgidos de la roca absoluta y abocados al anonimato y alojados en sus propios espejismos para errar famélicos y condenados y mudos como las gorgonas por los yermos brutales de Gondwanalandia en una época anterior a la nomenclatura cuando cada uno era el todo. Mataban animales salvajes y se llevaban de los pueblos y estancias por los que pasaban lo necesario para su avituallamiento”.
Se nos dice allí igualmente que pese a toda nuestra civilización la huella humana en la realidad es apenas perceptible (o al menos lo era): “Bajo los cascos de los caballos la arena de alabastro formaba remolinos extrañamente simétricos como limaduras de hierro en un campo magnético y dichas formas se alzaban y se hundían de nuevo, resonando al caer sobre el terreno armónico y girando luego sobre sí mismas para desaparecer orilla abajo. Como si el sedimento mismo de las cosas contuviese todavía un residuo de receptividad. Como si en el tránsito de aquellos jinetes hubiera algo lo suficientemente horrible para quedar registrado en la máxima granulación de la realidad”.
Porque lo que se da es una extraña igualdad de todo, una democracia originaria que se aprecia en la physis: “En la neutra austeridad de aquel territorio todos los fenómenos tenían adjudicada una extraña paridad y ni araña ni guija ni brizna de hierba podían reivindicar su primacía. La claridad misma de estas cosas contradecía su familiaridad, pues la mirada deduce el todo en base a un rasgo o una parte y aquí todo era igual de luminoso y todo atezado por igual de sombra y en la democracia óptica de tales paisajes toda preferencia se vuelve caprichosa y hombre y roca terminan por asumir parentescos insospechados”.
Lo que decía Marx sobre los cazadores de cueros cabelludos en los Estados Unidos era que fueron los vaqueros principalmente los que los cortaban cabelleras y no tanto los indios, y eso para proveer de pelucas a la vieja Europa. Un negocio, el del pelo, aún vigente, pues ahora mismo se compra pelo en el Tercer Mundo para las pelucas y extensiones que se ofertan en el primero. También en El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad se muestra cómo los sicarios del Rey Leopoldo de Bélgica en el Congo cortaban manos de los negros, manera de contabilizar a los cazados. Fueron por tanto los blancos civilizados quienes primero cortaron cabelleras, cabezas y manos, acciones que luego copiaron los aborígenes. Y fue Francis Ford Coppola quien le dio la vuelta al acontecimiento y narró en Apocalipsis Now que fue el Vietcong el que había cortado una montaña de bracitos de niño recién vacunados por los americanos en un pueblo vietnamita, episodio que supuestamente retrotraería al coronel Kurtz a un estadio de barbarie amoral donde imperaría la violencia en estado bruto de los señores de la guerra. El imaginario norteamericano que parte del mito de la frontera hace que Occidente al mirarse en el espejo del Otro lo que vea es su propia barbarie desplazada hacia el exterior. Lo que ve el famoso coronel Kurtz en la película Apocalypse Now de Francis Ford Coppola (1979) como el horror, proyectado en el otro, es a sí mismo, el rostro del occidente civilizado:
“He visto el horror… horrores que tú no has visto. Pero no tienes el derecho a llamarme asesino. Tienes derecho a matarme. Tienes derecho a hacerlo… pero no tienes derecho a juzgarme. Es imposible describir el horror en palabras a aquellos que no saben lo que verdaderamente significa. Horror, horror. El horror tiene una cara… y tú debes hacer del horror tu amigo. Horror y terror mortal son tus amigos. Si ellos no lo son, entonces son tus enemigos, a los que debes temer. Son en verdad tus enemigos. Recuerdo cuando estaba con las fuerzas especiales. Parece que han pasado siglos. Nos internamos en un campamento a inocular niños. Dejamos el campamento después de haber inoculado a los niños de polio y un hombre viejo vino corriendo hacia nosotros. Estaba llorando, no podía ver. Volvimos allí y ellos habían llegado y… habían amputado cada brazo inoculado. Estaban en un montón. Un montón de pequeños brazos. Y recuerdo… yo… yo lloré. Lloré como una abuela. Quería arrancarme los dientes. No supe qué quería hacer. Y quiero recordarlo; nunca quiero olvidarlo. Nunca quiero olvidar. Y entonces me di cuenta… como si me hubiesen disparado… como si me hubiesen disparado con un diamante… una bala de diamante justo en mi frente. Y pensé: Dios mío… el genio de esto. El genio. El deseo de hacer esto. Perfecto, genuino, completo, cristalino, puro. Y entonces me di cuenta de que eran más fuertes que nosotros, porque ellos podían soportar eso… ellos no eran unos monstruos. Eran hombres… oficiales entrenados. Estos hombres que luchaban con sus corazones, que tenían familias, que tenían hijos, que estaban llenos de amor… pero tenían la fortaleza… la fortaleza… para hacer eso. Si yo hubiese tenido diez divisiones de estos hombres, entonces nuestros problemas hubiesen terminado rápidamente. Tienes que tener hombres que tengan moral… y al mismo tiempo que sean capaces de utilizar sus instintos para matar sin sentimentalismos… sin pasión… sin juzgar… sin juzgar. Porque es el juzgar lo que nos derrota”.
Tergiversados sucesos como acabamos de decir pero es necesario repetir respecto a la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad en que está inspirada esa película de Coppola. Ya lo comentamos antes de la cita, que no eran los negros salvajes y bárbaros quienes cortaban montañas de manos en el Congo belga sino los asesinos y esclavistas enviados por el rey Leopoldo a sus colonias. El cineasta le dio la vuelta al suceso e hizo aparecer a los vietcong como los bárbaros, identificados con los africanos, en una línea que prosigue la que los Westerns atribuyen la barbarie a los indios de Norteamérica, cuando, por bárbaros que pudieran ser los vietcong o los indios de las praderas, no llegan a la barbarie en masa de la que es capaz y ha dado buena muestra nuestra llamada civilización.
Se impone entonces por tanto una inversión de las perspectivas. Cuando la civilización es la verdadera barbarie y la barbarie la verdadera civilización hay que abogar por la destrucción de la civilización a manos de la barbarie. Esa es la única manera de rehacer el mundo de nuevo y que comience otra cosa distinta, quizá, una cierta posthumanidad, en la que el origen coincida con lo nuevo.
Fue el antropólogo Marshall Sahlins quien deconstruyó los relatos sobre la economía primitiva como economía de la escasez y la subsistencia mostrando que las sociedades de cazadores-recolectores eran economías de la abundancia caracterizadas por la prodigalidad antes que víctimas de un Neolítico aún inexistente. Ya Lévy-Strauss nos indicaba en su Lección de escritura de Tristes Trópicos que inventos como el de la escritura, lejos de ser el gran invento artístico-cultural del que desconfiaba Platón, fue primordialmente un invento para someter a los demás. El nacimiento de la agricultura y de los imperios es paralelo al de la escritura. También Internet fue en su origen un invento militar.
La escasez es un principio de la economía capitalista que la supone dado un entorno de necesidades infinitas en guerra constante por los recursos. Fuera de esa concepción económica de la realidad otros modelos de suficiencia y de opulencia pueden ser considerados. Cuando decimos que la industria nos ha liberado del trabajo y que tenemos más ocio gracias a ella olvidamos que un hombre de la Atenas de Pericles con el medio de producción del esclavismo tuvo mucho más tiempo y ocio que cualquier capitalista actual. Lo que no llegamos a decir y hay ahora que decirlo es que un cazador-recolector tenía mucho más tiempo y ocio, vivía más libre y satisfecho, que cualquier hombre griego de la Atenas de Pericles: “Es que a la opulencia se puede llegar por dos caminos diferentes. Las necesidades pueden ser «fácilmente satisfechas» o bien produciendo mucho, o bien deseando poco13”.
En Meridiano de sangre el universo es to apeiron, lo ilimitado, no tiene aún mojones de contención, es simplemente libre, se trata del espacio cuando los animales astutos aún no habían inventado el conocer y de ese mismo espacio unos segundos después, cuando hubieron de perecer: “El universo no es una cosa acotada y su orden interno no está limitado, en virtud de ninguna latitud de conceptos, a repetir en una de sus partes lo que ya existe en otra. Incluso en este mundo existen más cosas sin que nosotros tengamos conocimiento de ellas que en todo el universo y el orden que observamos en la creación es el que nosotros le hemos puesto, como un hilo en el laberinto, para no extraviarnos. Pues la existencia tiene su propio orden y eso no puede comprenderlo ninguna inteligencia humana, siendo que la propia inteligencia no es sino un hecho entre otros”.
Luego la civilización, la máquina, es el verdadero mal: “Se puede encontrar maldad hasta en el más pequeño de los animales, pero cuando Dios creó al hombre el diablo estaba a su lado. Una criatura capaz de todo. Puede hacer una máquina. Y una máquina que fabrique esa máquina. Y si el mal puede durar mil años es que no necesita a nadie que lo maneje”.
“El camino recto y el tortuoso son uno solo, y ya que estás aquí, ¿qué importan los años transcurridos desde que nos vimos por última vez? Los recuerdos de los hombres son inciertos y el pasado que fue difiere muy poco del pasado que no fue”.
“Solo el hombre que se ha ofrecido enteramente a la sangre de la guerra, que ha estado en el fondo del hoyo y ha visto toda suerte de horrores y comprendido por fin que la guerra habla a lo más íntimo de su corazón, solo ese hombre es capaz de bailar”. Y al final del relato y terminando la novela, todo culmina con la danza del Juez, que baila como el Zaratustra de Nietzsche.
1 Este texto formó parte como ponencia en el acto de Arte y Pensamiento desarrollado en Cruce: arte y pensamiento contemporáneo (Madrid) el 10 de mayo de 2019: https://crucecontemporaneo.wordpress.com/2019/05/05/mccarthys-blood-meridian/?fbclid=IwAR3qXIk1mz9fBYnB-ZtfMr0ArsN63hTGJeCj8nrD6LQi2GXSxbJhR1qsn94
2 Richard Slotkin (es director de Estudios Americanos en la Westleyen University): Regeneration Through Violence: the Mythology of the American Frontier, 1600-1860 (Wesleyan University Press, 1973).
3 Richard Slotkin The Fatal Environment: the myth of the frontier in the age of industrialization, 1800-1890. (Atheneum, 1985).
4 Richard Slotkin Gunfighter nation: the myth of the frontier in twentieth-century America. (Atheneum, 1992).
5 Cormac McCarthy Meridiano de sangre: -Blood Meridian or the Evening Redness in the West (1985). De donde pertenecen todos los párrafos citados. La trilogía que le sigue es la siguiente:
-All the Pretty Horses (1992)– Border Trilogy, 1
-The Crossing (1994)– Border Trilogy, 2
-Cities of the Plain (1998)– Border Trilogy, 3
6 Eric Hobsbawm La era del capital 1848-1875. Barcelona. Crítica 1998, pág.149.
7 Véase a este respecto, nuestro artículo: «La disposición fronteriza». Revista Digital CoEncuentros nº3: Fronteras. https://coencuentros.es/numero/tres/
8 Henry David Thoreau Caminar, 1861.
9 Walter Benjamin «Sobre el concepto de historia», en Obras Completas, Libro I/vol 2, Madrid Abada, 2008, p. 309.
10 Walter Benjamin «El carácter destructivo», en Discursos Interrumpidos I, Buenos Aires: Taurus, 1989, p. 159-160.
11 Walter Benjamin «Experiencia y pobreza», en Obras Completas, Libro II/vol. 1, Madrid: Abada, 2007, p. 217.
12 Walter Benjamin Ibid., op.cit., p.218.
13 Marshall Salhins Economía de la edad de piedra. Madrid. Akal, 1983, p.13.