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       LA RELEVANCIA CRÍTICA DE LA SEGUNDA INTEMPESTIVA DE NIETZCHE

 

           Pilar Alberdi.

           Agosto de 2017

 

                   Resumen

El presente texto interpreta el trabajo intelectual de la Segunda Intempestiva del joven Nietzsche, tomando en cuenta su relación con el resto de las intempestivas, su oposición a la filosofía abstracta representada por Hegel y sus seguidores, su admiración por Schopenhauer como educador y de Wagner como artista, y la «voluntad de poder», —la «dynamis», potencial necesario para la acción— como resultado del equilibrio justo entre lo histórico y la ahistórico.

 

Abstract

This article interprets the intelectual work of young Nietzsche's Second Untimely Meditation (also translated as Unfashionable Observations). It has been considered its relation with other atemporal definitions and opposition to abstract thinking represented by Hegel and his followers. Also discuss his «will to power», —«dynamis» necessary for action— resulting from equilibrium between forces. Nietzsche was influenced by Schopenhauer and Wagner whom he admired as educator and artist respectively.

 

Palabras claves

Historia, Segunda intempestiva, Nietzsche.

 

Keywords

History, Second Untmely Meditation, Nietzsche.

 

 

Introducción

 

«[El hombre] ansía las consecuencias agradables de la verdad, aquellas que mantienen la vida»(…)«Las verdades son ilusiones de las que se  ha olvido que lo son» Friedrich Nietzsche

 

Nietzsche, joven, romántico, idealista, profesor. Con un estilo cuidado y maduro, digno de su admiración por los clásicos, pero a la vez con un estilo crítico y arrogante, escribe estas Consideraciones Intempestivas. De las que tomaremos de manera especial para este trabajo de investigación, la segunda: De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida.

La principal característica de estos ensayos es su intento de profundizar en la realidad y desenmascarar aquello (sospecha) que hay atrapado en las convenciones, el peso de la tradición, el interés del Estado y lo que se sobreentiende como «cultura alemana».

 

 

Segunda Intempestiva de Friedrich Nietzsche

 

La Segunda Intempestiva trata sobre el valor y el no-valor de la Historia, y sus consecuencias para las vidas de los hombres. Nietzsche está convencido de que hay en la sociedad, a través de la educación, una «enseñanza que no estimula», «una ciencia que paraliza la actividad» y una Historia «superflua de conocimiento». Henchida de grandiosidad y elocuencia. Esta severa crítica incluye, en general, la cultura alemana de su época, detestando de manera especial lo que se escribe en prensa.

Desde su posición de filólogo clásico crítica a la filosofía del momento, en la que impera la larga sombra de la filosofía abstracta de Hegel, y sus discípulos.

Nietzsche reniega de la cultura alemana de la que él mismo es parte, y sin cuya base de conocimiento, no podría evidentemente sustentar su crítica. Podríamos decir que vivió en una posición privilegiada, estudió en uno de los mejores institutos, especializado en el conocimiento de la lengua griega y el latín y, a continuación, cursó estudios universitarios, siendo profesor, antes de haberse doctorado; y es desde esa posición que le otorga su conocimiento y su capacidad de análisis, desde la que critica al «rebaño» de personas que pasan por la vida atadas, a lo que denomina, el «poste del momento». De algún modo, Nietzsche ve la sociedad de su tiempo como la griega, es decir, como la presentaban Aristóteles o Platón, por una parte, una vida en general a la que definían como «zoe» o «zen» (la de la  mayoría) y una vida cualificada, contemplativa, que incluía a los filósofos y a la que denominaban «bios» o «euzen». Pero hay una diferencia, Nietzsche, no incluye a los filósofos, al menos no a aquellos que ocupan puestos institucionales, a los cuales no cree comprometidos con la «voluntad de vivir», a la que también llamará «voluntad de poder» y «voluntad de verdad». Dice al respecto: «del mismo modo que cualquier mozo de cuerda quiere tener su admirador, el más soberbio de los hombres, el filósofo, está completamente convencido que, desde todas partes, los ojos del universo tienen telescópicamente puesta su mirada en sus obras y pensamientos». Sin embargo, él, desestimando para sí la anterior definición, sí se considera un filósofo, aunque esta no sea su especialidad académica. [1]

Nietzsche escribe para un lector al que le exige atención y al que le plantea que el modo de vivir del animal es no-histórico y que este único modo de vivir, no puede ser en exclusiva el del hombre. También cuenta el tiempo histórico. El animal recuerda poco, solo lo esencial, aquello a lo que le lleva su instinto. El hombre, no debe dejarse doblegar por ese no-recuerdo propio de los animales, que en él es en parte comodidad y no exigencia de sí, pero tampoco por el recuerdo y el peso excesivo y agobiante de la Historia que eleva a grandiosidad sólo el pasado. Una Historia impulsada desde las instituciones, en un momento en que todo se historializa, y rebaja al hombre, a la exclusiva certidumbre de que los grandes hechos pertenecen al pasado, no es en modo alguno, saludable.  «Continuamente se desprende una página del libro del tiempo, cae, se va lejos flotando, retorna imprevistamente y se posa en el regazo del hombre. Entonces, el hombre dice: “me acuerdo”». Puede acordarse y hundirse o puede recordar y elevarse. La carga histórica del pasado sin contrapeso en el presente es agobiante y bajo ella, el hombre prefiere comportarse como el animal, es decir, ser a-histórico, pensar lo mínimo y necesario. Nietzsche no está de acuerdo con Hegel sobre el ideal del Espíritu Absoluto, racional e histórico, profundamente teológico en su versión, que consagra la victoria final a los más fuertes, sean hombres, pueblos o civilizaciones. «Dios rige el mundo y el contenido de su gobierno y el cumplimiento de su plan constituyen la historia universal» (…) «la filosofía no aspira a otra cosa que a comprenderlo» (…) «La tarea de la Historia está en que la religión aparezca como razón humana».[2]

El joven Nietzsche muestra por un lado ese deseo constante y cotidiano de ser ahístoricos que presenta la mayoría, y a la vez reconoce que vivir en el presente más absoluto (lo que es propio de los animales) conlleva la felicidad más absoluta. Incluso afirma que hay implícita en esto una Ley general: «todo ser viviente tan solo puede ser sano, fuerte y fecundo dentro de un horizonte». La salud es signo de la voluntad de poder. El filósofo como «médico» será siempre capaz de ofrecer un diagnóstico. Pero esto sólo podrá realizarlo el filósofo verdadero. Al hacer este reconocimiento de lo ahistórico que antes había criticado, es cuando plantea su tesis de que: «lo histórico y lo ahistórico son igualmente necesarios para la salud de los individuos, de los pueblos y de las culturas».

La forma en la que los platillos de la Historia pueden quedar nivelados para el individuo consistirá en no recordar demasiado, porque eso destruye, ni demasiado poco porque eso no enseña. Se busca así, un difícil equilibrio en el que lo ahistórico, sirve como trampolín para lo histórico, porque si en este todo es acción, en aquel existen motivos y tiempo para la reflexión.

Nietzsche toma en cuenta en esta Segunda Consideración Intempestiva, el pensamiento de Niebuhr, quien critica a esa especie de predestinados que defienden, especialmente desde las instituciones, una narración suprahistórica «que quisieran imponer a los demás». Aunque no indique todavía a algunos de estos individuos, a estos historiadores, sabemos que —entre otros y de manera especial—la crítica de Nietzche se dirige a Hegel, a quien más adelante nombrará, por lo menos, en dos ocasiones, como también lo hace en otros escritos.

La «suprahistoria» envenena el momento de declive que vive Alemania. Las palabras de Hegel «El espíritu germano es el espíritu del mundo nuevo» no pueden satisfacer a Nietzsche, quien siempre se considerará un polaco entre alemanes. Por otra parte, este hecho, le permitirá mantener una posición crítica. Sólo alguien que no se siente tan alemán como el resto puede incidir con esta mirada escrutadora, porque está mentalmente y socialmente, un paso más allá, en otra perspectiva, en otra «línea de fuga» como diría Deleuze, en otra reterriteriolización.

 

 

La Historia según Nietzsche

 

Nietzsche tiene el convencimiento de que no son los hombres los que pertenecen a la Historia, sino ella a estos. (Postura opuesta a la de Hegel). Para delimitar mejor este pensamiento dirá que la Historia sirve a un «poder no histórico» convencional, en el sentido de que se trata de generaciones y generaciones de personas que se suceden en el tiempo.

De este modo, y, según su criterio, la Historia está al servicio del ser vivo en la medida en que «es un ser activo y persigue un objetivo; preserva y venera lo que ha hecho, sufre y tiene necesidad de una liberación». En su reflexión afirma que, a estos tres aspectos, les corresponden tres especies de Historia: la monumental, la anticuaria y la crítica, defendidas tanto por distinta clase de instituciones como de individuos.

La exigencia de una Historia monumental necesita, nos dice, «grandes momentos», hechos heroicos que merezcan ser recordados por generaciones. Este recuerdo y esta lucha de los individuos une a la humanidad como «crestas humanas de una cordillera» a lo largo del espacio y del tiempo. En este punto cabe acercar al pensamiento nietzscheano la obra de Karl Manheim, quien pensaba que lo que permite que los pueblos progresen es el cambio generacional que aparta las ideas anteriores y deja paso a las nuevas.[3]

El intelectualismo que defiende el modo en que es presentada la Historia Monumental, está anclado en la cultura. Pero la gloria, propone Nietzsche «es algo más que el apetitoso bocado de nuestro egoísmo» y por eso cita a Schopenahuer, quien opinaba, precisamente en la misma línea de Karl Manheim, la necesidad de ese recuerdo y olvido de las generaciones, que es, precisamente, lo que les permite seguir adelante: «La gloria —dirá Schopenhauer— es la creencia en la solidaridad y la continuidad de lo grande de todos los tiempos y una protesta contra el cambio de las generaciones y la transitoriedad de las cosas». Por un lado, el olvido, por otro el avance hacia lo nuevo.

Le parece a Nietzsche que, con cien hombres activos, sanos y saludables, en gran medida ahistóricos, que piensen por sí mismos y que no idolatren el peso de la gran Historia, algo podría cambiar en la  Alemania de su tiempo.

Si no interpreto mal y como para quitar la importancia de ciertos hechos históricos relevantes, que bien pudieron ser, desde el punto de vista nietzschiano, contingentes, comenta lo que será luego una idea suya repetida en otras obras, como por ejemplo en Zaratustra, la del «Eterno retorno» que, al parecer, tomó de las creencias pitagóricas, pues de este modo lo cita. Esta idea del Eterno retorno, implicaría que si se dieran las mismas condiciones otra vez en el universo, y una Historia, un hecho, un suceso monumental volviese a repetirse de idéntico modo, la importancia del primero resultaría relativa.[4] La repetición si bien no resta valor al hecho, tampoco le supone uno mayor. El peligro, según Nietzsche, está en confundir la Historia monumental con una «ficción mística», de carácter irrepetible.

Por la misma razón, critica a los estetas adoradores del arte del pasado. Tema que le sirve para enlazar con la Historia anticuaria, a la que describe como «admirativa», pero sólo del pasado, por lo cual al negar el presente, no tiene ojos para ver, apreciar, escuchar o sentir el arte actual. Es decir, el «arte intuitivo» por excelencia, quizá el más ahistórico por representar al presente, el mismo quizá, que en siglos venideros alcance ese aura que gustan de apreciar los anticuarios que valoran sólo el pasado. Un tipo de admiración nefasto porque anula la seguridad de los artistas del presente, oponiéndolos a los artistas que antes fueron. Al revocarles el valor que por sí mismo pudieran tener o conseguir, los infravalorizan y los apartan de la Historia del arte con una feroz indiferencia, indudablemente no merecida, porque se basa en criterios exclusivamente comparativos y en un ideal del arte del pasado. Por temas como este y otros similares, a estos anticuarios con la mirada fija en el pasado, el arte del presente les parece «innecesario», «inacabado» y «desprovisto de la autoridad de la Historia».

El sentido anticuario, tiene por estas razones, expone Nietzsche, «un campo de visión muy limitado», nada aporta al presente. Cabe aquí sumar la idea de que, mayor sea esa Historia previa, menos posibilidad de ser aceptados tendrán los que lleguen después. Alguien nuevo, desde el punto de vista anticuario, no puede compararse con los grandes maestros del pasado.

Pero vivir, no es mantener vivo sólo el pasado, vivir es tener la fuerza creativa del presente en plena actividad, esa dynamis potencial capaz de enfrentarse a lo que hay.  Esa Historia universal, además, a la que veneran los anticuarios de la Historia, no es inocente: «Puesto que somos el resultado de generaciones anteriores, somos además, el resultado de sus aberraciones, pasiones y errores y también, sí, de sus delitos, como también lo somos de sus aciertos. No es posible liberarse por completo de esta cadena. Podemos condenar tales aberraciones y creernos libres de ellas, pero esto no cambia el hecho de que somos sus herederos». Este pensamiento de Nietzsche contradice el de Hegel, quien percibe en el resultado de la historia, racionalidad y no irracionalidad[5].

Lo que le parece necesario a Nietzsche es criticar el envoltorio, esa «especie de saber de la cultura» que se olvida de una «cultura verdaderamente viva» y en proceso de afirmación a cada instante. Aunque el hombre moderno mire hacia los griegos desde un punto de vista histórico, para los griegos de aquel tiempo, su momento fue «ahistórico», porque se hallaban plenamente insertados en su presente.

Afirma, el joven Nietzsche: «Nosotros, los modernos, no tenemos nada propio; tan solo en cuanto rellenándonos y sobrerrellenándonos de épocas, costumbres, artes, religiones y conocimientos extraños, somos objetos dignos de consideración, es decir, enciclopedias ambulantes, que es como, tal vez, nos consideraría un antiguo griego».

Esta visión nos devuelve la imagen trágica del hombre moderno. Por eso opina Nietzsche que la cultura moderna es «interior», compuesta de todo ese relleno, y no «exterior».

Hay, por tanto, un «dejarse llevar», «una prisa general» y «un afán general de comodidad», y en definitiva, un nihilismo en el que no falta una ironía que permite un distanciamiento del presente.

Inevitablemente, esta lectura, nos obliga a preguntarnos qué ha podido cambiar desde su siglo (XIX) al nuestro (XXI). Nos parece que poco. Dice Nietzsche: «Qué desesperante sería tener que decir: nosotros los alemanes, sentimos de forma abstracta, todos hemos sido corrompidos por la Historia».

De ahí, la importancia de una Historia crítica. Entre los cinco aspectos  que provocan la sobresaturación histórica están:  una «oposición entre lo interno y lo externo» que debilita la personalidad; ese estar constantemente mirando hacia atrás hace creer  que la época de uno es mejor, por ejemplo, en el aspecto de la justicia, que en las pasadas; impide a la vez que el individuo y la sociedad vivan plenamente y alcancen la madurez, ya que están mirando fijamente atrás;  implanta forzosamente la creencia nociva de una vejez de la humanidad, por tanto, provoca que  nos veamos como epígonos, como los últimos de la Historia. Ese final de la Historia, queda representado en Hegel en la Fenomenología del Espíritu y también en sus Lecciones de Historia. en las de estética y religión. Idea fundacional que recorre toda su obra, haciendo de la razón una teología.

 

 

El desvelamiento de la Modernidad

 

En el fondo de la cuestión sobre el valor o el no-valor de la Historia del que trata la Segunda consideración intempestiva, Nietzsche, aspira a quitar la máscara de racionalidad con la que se cubre su época, que es ya también la nuestra, y las maneras que tiene de hacerlo o los diferentes modos en que intenta mantener su máscara.

Nietzsche, es lo que interpreto, no podría dar por válida la frase de Hegel: «El hombre es una doble conciencia, es natural y además se instruye», porque Nietzsche acaba de mostrarnos en esta Intempestiva que la conciencia es social, que está en grado sumo determinada por las instituciones y que lo que hace falta es un desvelamiento, capaz de desgarrar la aparente racionalidad, para hallar la irracionalidad subyacente y las creencias que la sustentan. En estas condiciones de ocultamiento prevalece lo mediocre frente a lo excelente, lo general frente a lo individual.

Para esclarecer qué ocurre, hace una comparación entre el hombre romano y el hombre del siglo XIX. Aquel se convirtió en un no-romano por fuerza de la convivencia con otras culturas y otras gentes. Algo similar le ocurrió al griego, pero mientras que aquel se sobrepuso, esto, la pérdida de su centro, acabaría con Roma. Nietzsche no incide en si ese contacto lo enriqueció culturalmente, sino en que se perdió a sí mismo, ante ese texto abierto y plural de la vida que pasaba página a página ante sus ojos, de ser fuerte se volvió débil, de tener un único pensamiento, descubrió otros. ¿Qué le sucede al hombre moderno? Lo mismo. Con la vista puesto en lo científico, «sus maestros en el arte de la Historia le presentan permanentemente el festival de una exposición universal». Ni siquiera las agitaciones públicas, las revoluciones o las guerras pueden alterar esta visión, pues rápidamente son narradas, editadas, impresas y pasan a los libros de Historia. La Historia es; cualquier cosa que pueda suceder, se convierte inmediatamente en Historia.

Frente a ese altar, nadie se muestra como es realmente. Todos se presentan bajo la máscara de lo que dicen ser: «un hombre culto, científico, poeta, político». Es lo «convencional» lo que domina e impregna la convivencia, de tal modo que hasta la comunicación se deteriora. Respuesta que aprendió Nietzsche de Wagner, sobre por qué la música había llegado a su punto máximo en la Modernidad, como nexo de unión de lo que ya era imposible reunir con las palabras.[6] Decir «yo, un ser humano», no tiene valor sin la máscara de la convención. Así desaparecen las «personalidades»[7], aunque más que nunca se hable de ellas, y aparece el hombre común, el igual y semejante a todos.

Lo que se cuestiona y parece que esto lo afirmó Schiller es la capacidad en esa época y nosotros añadiremos en la nuestra, de negar lo obvio, aquello que un niño puede ver claramente. Pero negar lo obvio es pensar como la mayoría y esto tiene su premio, el de la apariencia convertida en «comodidad general», en  norma, en anonimato, aspectos de los que Nietzsche, reniega.

 

 

La crítica a la filosofía y a los filósofos

 

En tiempo de máscaras, todo son máscaras. Así, aproximadamente, lo ve Nietzsche. Y en estas condiciones, los filósofos no escapan a esa condición, por una razón sencilla, han sido llamados (aceptados) en las instituciones para defender unas ideas que transmitirán básicamente a sus alumnos, sus discípulos y a la sociedad. Si escapan a esa pretensión, pueden sufrir las consecuencias. Por ejemplo, Fitche acusado de ateo y destituido de su cátedra en Jena. Lugar que ocupó Hegel y a quien se considera representante de la Restauración.

La filosofía también es ideología. Como dirá Lyotard, la filosofía es parte del acontecer que ella misma ha ayudado a crear y en cuyo centro vive como ideología.[8] Un siglo antes Nietzsche clamaba: «¡En que situaciones falsas, artificiales, tiene que caer la más veraz de todas las ciencias, la sincera y desnuda diosa filosofía en una época que sufre de cultura general!» (…) «Todo el moderno filosofar es político y policíaco bajo la rienda de los gobiernos, las iglesias, las academias, las costumbres, y reducido por la flojedad humana, a un barniz erudito». Discípulos que se convierten en «petulantes estudiantelos» que repiten sin más lo recibido, igual que hacen sus maestros.

Cuando existe esta situación, la crítica, se convierte en objeto de otras críticas, pero no en un estudio ni una investigación profunda, ni mucho menos en una desviación de la mirada general, en la que la mayoría participa gustosamente y casi huelga decirlo, se siente cómoda. «El mundo aparece así lleno de “servidores de la verdad”» pero como la mayoría no tienen la capacidad de ser justos, esas verdades a medias proferidas son insustanciales. ¿De qué verdades habla la Historia? ¿Es una verdad Histórica relacionar un hecho con otro? Nietzsche cita el trabajo realizado sobre la Historia por Grillparzer, especialmente crítico con este tema. ¿Puede lo impensable convertirse en pensable? ¿Pueden introducirse nociones de finalidad en lo que realmente se desconoce? «Todos los hombres tienen simultáneamente necesidades individuales, de suerte que millones de tendencias corren paralelas» y todos necesitan sobrevivir, cabría añadir. A veces, sobrevivir es no ser uno mismo. Schiller, a quien también cita para el desarrollo de esta cuestión dirá que: «Un fenómeno tras otro empieza a desprenderse del azar ciego, de la libertad sin ley, para integrarse como un elemento adecuado, en un todo armónico que en realidad sólo existe en su representación». Su crítica, por tanto, se centra en un tipo de historiadores abstractos que ven misteriosos mensajes finalistas en hechos donde probablemente sólo hubo causas y efectos.

En esta crítica que parece una vez más destinada a Hegel, y así es, lo corroborará a continuación, dirá: «la moderna teología parece que, por pura ingenuidad, se ha dedicado a la historia». «Tal vez, por cierto tiempo, la filosofía hegeliana, que todavía humea en algunas viejas cabezas, servirá a la propagación de esa ingenuidad, por ejemplo, distinguiendo la “idea del cristianismo” de sus múltiples e imperfectas ideas fenomenales». ¿Qué se puede pensar, pregunta «cuando el máximo teólogo del siglo, designa al cristianismo como la religión que permite comprender intuitivamente todas las religiones y algunas otras que son meramente posibles?».

Esa clase de Historia, esa forma de Historia Monumental y anticuaria, se dedica a la «disección histórica», sin más, se niega a dar brillo al presente y deprime.

Cómo, se pregunta Nietzsche, hombres vulgares se atreven a juzgar a grandes personalidades de la Historia como por ejemplo a Beethoven, bajo el pretexto de lo histórico. Hacerlo es mancillarlo. Así expresa su malestar sobre la cuestión: «el más pequeño animal puede impedir que tenga existencia el roble más robusto al devorar la bellota», y esto es lo que ocurre, cuando no se da espacio a los nuevos artistas y se intenta denigrar a los anteriores, con un falso velo de admiración historicista que llega, sin duda, hasta nuestros días, en donde nunca falta alguien que ponga en duda que Shakespeare existió o fue el autor de sus propias obras.

Bajo esta perspectiva, Nietzsche, afirmará que la época no da para «personalidades armónicas y completas». Los jóvenes se limitarán a «ser adaptados a los objetivos de la época, de suerte que estén dispuestos al trabajo lo antes posible; deberán trabajar en la fábrica de la utilidad general antes de estar maduros» (…) «Hay pájaros a los que se ciega para que canten mejor; yo no pienso que los hombres de hoy canten mejor que sus antepasados, pero sé que han sido cegados bien tempranamente. El medio atroz que se emplea para cegarlos es una luz demasiado brillante, demasiado repentina, demasiado cambiante».

 

 

La crítica a Hegel

 

La Segunda Consideración Intempestiva reúne, como hemos podido apreciar, una severa crítica a Hegel y a sus herederos. Antes ya ofrecimos algunas de estas críticas, ahora aportaremos algunas más.

Dice: «Esta historia, entendida al modo hegeliano, ha sido llamada, en son de burla, la marcha de Dios sobre la tierra, aunque este Dios, por su parte, es sólo un producto de la Historia. Pero es dentro de las seseras hegelianas donde este Dios se hizo transparente y comprensible a sí mismo y ha ascendido, por todos los grados dialécticamente posibles de su devenir, hasta esta autorrevelación; de modo que, para Hegel, el ápice y punto final del proceso del mundo coinciden con su propia existencia berlinesa. Mirándolo bien, Hegel hasta tendría que haber dicho que todo lo que viniera después de él debería, en realidad, considerarse tan solo como una coda musical del rondó histórico universal o, más exactamente todavía, como algo superfluo. No lo ha dicho. Sin embargo, ha implantado a las generaciones impregnadas por su filosofía, esa admiración por el “poder de la Historia” que prácticamente se transforma en todo momento en pura admiración del éxito y lleva a la idolatría de lo efectivo; un culto, respecto al cual se emplea hoy generalmente, la fórmula muy mitológica y, además, muy alemana: “Amoldarse a los hechos”. Pero el que ha aprendido a doblar el espinazo y bajar la cabeza ante el “poder de la Historia” acabará por decir mecánicamente, a la manera clásica, «sí» a todo poder, sea este gobierno, una opinión política o una mayoría numérica, y moverá sus miembros exactamente al ritmo en que tal poder dice de los hombres».

La crítica a Hegel, como se puede apreciar es también la crítica al «éxito». Si el éxito es lo supuestamente racional, hay que quererlo y no importa con qué medios se intente conseguirlo. El éxito es una especie de nuevo apologista de lo que debe ser. Puede representar lo que se quiera, pero hay una realidad, indica Nietzsche, en la que de nada sirve buscar el éxito, Rafael vivió una vez y fue único. Ese buscar el éxito de todas las maneras posibles y utilitaristas, es absurdo. Para una personalidad, el éxito será, simplemente, el resultado de su trabajo como parte de la expresión de su ser.

 

 

La diferencia entre  masa y personalidad, y entre lo viejo y lo nuevo

 

La última parte De la Utilidad y los inconvenientes de la Historia para la vida o Segunda Intempestiva, muestra la visión que Nietzsche mantenía sobre el  papel de las masas y el de algunos individuos concretos. De la primera, dice que sirve para  empujar ciertas ideas como la del cristianismo. Los hombres que componen esta masa le «merecen atención sólo bajo tres puntos de vista: por un lado, como copias desvaídas de grandes hombres, hechas en mal papel y con placas gastadas». Si valen para algo es para que de ellas puedan surgir hombres especiales: «Así la masa engendrará de sí misma lo que es grande, del caos saldrá el orden; al final, naturalmente, se entonará el himno a la fecundidad de las masas». Su visión es aristocrática y se inscribe bajo la perspectiva de zoe (vida natural) y bios (vida contemplativa) de los griegos (Platón, Aristóteles).

Lo que Hartmann llama «la edad madura de la humanidad» a Nietzsche le parece un despropósito. En esta supuesta edad madura, manifiesta, no se encuentran «hombres». Está firmemente convencido de que a los alemanes no les importa el «hombre culto y libre» sino «el docto, el hombre de ciencia y precisamente, el hombre de ciencia utilizable lo antes posible». El resultado es; «el filisteo histórico estético de la cultura, disertador de lo viejo y de lo nuevo, que deniega sobre el estado, la Iglesia, el arte, sensoriumm de mil sensaciones de segunda mano». Junto a un Estado que se ha convertido en el gestor del egoísmo público bajo el escudo del utilitarismo y como aglutinador del egoísmo privado.

Lo antiguo, como se ha podido apreciar, se sustenta en la cultura recibida y en la Historia aprendida, pertenece al dominio de los viejos y los expertos. A los jóvenes, más incultos e ignorantes, les queda todavía el impulso de la vida. Por eso, Nietzsche apela a la vieja sentencia délfica: «Conócete a ti mismo» como fundamento primero para no caer en las redes del utilitarismo y lo histórico como valor que niegue lo nuevo. Este conocimiento esencial, que pide a los jóvenes, debería poder resistir la apabullante realidad de una vida que se presenta con su «envolvente exterior carente de contenido».

Las otras Intempestivas

 

Nietzsche escribió las Consideraciones Intempestivas en un período de juventud que va de 1871 a 1873. Se publicaron en 1874. Por ello, queremos dar una breve descripción de los temas que se tratan en el resto.

En la primera, Sobre verdad y mentira en sentido extramoral hay una crítica del intelecto y de cómo nos dejamos engañar por él. Para rebajar la importancia que podamos darnos como seres humanos con intelecto recuerda que hubo una eternidad de tiempo en que este no existía. En su comparativa, una mosca estará igual de feliz que nosotros de ser quien es.

El «intelecto» permite el «arte de fingir», el de enmascararse: «aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del bulo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, el revoloteo incesante alrededor de la llama de la vanidad». El hombre se encuentra «sumergido en ilusiones y ensueños». Y no faltan en él: «la crueldad, la codicia, el asesinato, la indiferencia de su ignorancia», por eso acaba contentándose con verdades que son meras tautologías.

En esta Primera Intempestiva tocará también el tema de la palabra como facultad propia del hombre; el de la creación de conceptos que hacen posible que el hombre se haya elevado sobre lo animal.

En la Tercera Intempestiva, De Schopenhauer como educador reflexiona sobre algunos de los temas que ya había tratado en la primera y la segunda intempestivas.

Cree que lo importante en un filósofo es dar ejemplo, y piensa que Schopenhauer cumplió con este papel. Tanto por su teoría como por su forma de comportarse. «Schopenhauer dirige pocos cumplidos a las castas académicas», no acepta censuras, no evita que a su alrededor se forme una red de malentendidos, se mantiene como un espíritu libre. Frente a esta forma de actuar sitúa a los «mezquinos filósofos a cuenta del Estado». Con esto incide en lo dicho en la Segunda Intempestiva y que aquí proclama con las siguientes palabras: Un estado «sólo favorecerá aquellos filósofos de los que no tenga nada que temer».

En cuento a los hombres especiales y con personalidad, los divide en «fogosos», un tipo que puede impulsar una Revolución, pone de ejemplo a Rousseau; en «contemplativos», amigos del quietismo, que detestan toda violencia, siendo conservadores pero tolerantes, como Goethe; y en «activos», son los que molestan a los contemplativos y espantan a la masa y asumen sobre sí el dolor de la verdad como Schopenhauer.

Salvo estas excepciones, el resto de los hombres de su época, en general, le parecen «endebles e indiferentes».

La crítica a la forma de enseñar la filosofía pasa por señalar que aquel filósofo que sirve al Estado, no busca la verdad; que enseñar Historia de la filosofía, puede desviar al estudiante en el camino del estudio de muchos sistemas filosóficos históricos, y alejarle para que indague en el presente con ideas propias sobre la realidad. Afirma que «es más importante que surja un filósofo sobre la tierra que la subsistencia de un Estado o una universidad». Esta Tercera Intempestiva se puede resumir en sus palabras: «El amor a la verdad es algo terrible y violento», que sólo soportan los fuertes.

La cuarta Consideración intempestiva Richard Wagner en Byreuth nos informa del reconocimiento que comienza a recibir Wagner, a partir de 1872, cuando ya ha cumplido sesenta años. Todo el texto manifiesta una admiración sin límites que el tiempo ira apagando, al igual que la admiración y reconocimiento que sintiera por Schopenhauer.

Conclusión

 

Las cuatro Consideraciones Intempestivas, y en especial la Segunda, a la que hemos dedicado nuestra atención, nos permiten reconocer la reflexión filosófica del joven Nietzsche en su apogeo, es decir, cuando vitalmente se siente sano, capaz de ver la verdad o lo que le parece sea la verdad, y capaz también de soportar las consecuencias. Se enfrenta así al pensamiento histórico de su tiempo y al filosófico representado por figuras como Hegel y Harttman.

En su búsqueda de la verdad, sabe que las verdades también son ilusiones. Igualmente, aspira a una calidad de seres humanos superiores, no vencidos por el peso de la historia y la tradición.

 

 

Bibliografía

 

AGAMBEN, GIORGIO. HOMO SACER. El poder soberano y la nuda vida. Pre-textos. Valencia, 2013

COPLESTON, FREDERICK. Historia de la Filosofía. Vol. III. De la filosofía kantiana al idealismo. Ariel. Barcelona, 2011.

HEGEL, GEORGE. Lecciones de Historia. Zeus. Barcelona, 1971.

HEGEL, GEORGE. La fenomenología del Espíritu. Fondo Económico de Cultura. México, 1971.

HEGEL, GEORGE. Lecciones de estética. Península. Barcelona, 1989.

LÖWITH, KARL. De Hegel a Nietzsche. La quiebra revolucionaría del pensamiento en el siglo XIX. Katz. Buenos Aires, 2008.

LYOTARD, JEAN FRANÇOIS. ¿Por qué filosofar? Paidós. Barcelona, 1989.

MANHEIM, KARL. El problema de las generaciones.

http://www.reis.cis.es/REIS/PDF/REIS_062_12.pdf

NIETZSCHE, FEDERICO. Consideraciones intempestivas. Alianza. Buenos Aires, 2002.



[1] AGAMBEN, GIORGIO. HOMO SACER. El poder soberano y la nuda vida, pp. 9

[2] HEGEL, GEORGE. Lecciones de Historia.

[3] MANHEIM, KARL. El problema de las generaciones.

 

[4] “lo que una vez fue posible podría tan solo presentarse como posible otra segunda vez, si los pitagóricos tuvieran razón al creer que cuando la misma conjunción de cuerpos celeste se repite, ello supone la repetición, hasta en los mismos detalles, de los mismo acontecimientos en la tierra: de suerte que, cuando las estrellas tuvieran entre sí una cierta relación, de nuevo un estoico colaboraría con un epicúreo para asesinar a César, y, cuando se hallarán en otra combinación, Cristóbal Colón descubriría América”.

[5] HEGEL, GEORGE. Lecciones de Historia. «Debe llamarse la astucia de la razón al hecho de que ella haga actuar en lugar suyo a las pasiones».

[6] NIETZSCHE, FRIEDRICH. Cuarta Intempestiva. Ricardo Wagner en Bayreuth, pp. 334.

[7] NIETZSCHE, FRIEDRICH. Consideraciones intempestivas. De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. «el individuo ha destruido y perdido su instinto» (…) «se ven seres humanos informes, ansiosamente enmascarados».

[8] LYOTARD, JEAN FRANÇOIS. ¿Por qué filosofar?

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