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LOS MOVIMIENTOS SOCIALES ACTUALES Y LAS FORMAS ALTERNATIVAS DE PARTICIPACIÓN POLÍTICA

Lucio García Fernández

luciogf67@gmail.com

 

 

RESUMEN

Este trabajo aborda la cuestión de si las formas de participación política ciudadana se han transformado en las últimas décadas y si ese es el caso, cuál ha sido el papel ejercido por los actuales movimientos sociales en dicha transformación. Analizo el problema tomando como textos de referencia Democratic Phoenix de Pippa Norris y El nuevo activismo transnacional de Sidney Tarrow. La comparación de ambas perspectivas resulta interesante, porque aunque ambos autores intentan combinar los niveles micro, meso y macrosociales para dar cuenta de los fenómenos de un modo comparativo, el enfoque de Norris es Large-N, lo que le aproxima a un análisis más centrado en la organización y la movilización de los actores sociales, es decir, en la agencia, mientras que Tarrow trata de explicar los elementos estructurales e institucionales, recurriendo a casos concretos y al método histórico, prestando  atención, no solo al background cultural como hace Norris, sino a los marcos simbólicos, específicamente discursivos, que explican a los actores el sentido de la acción colectiva,  aunque su tratamiento, en este sentido, sea solamente aproximativo.  

 

PALABRAS CLAVE

Movimientos sociales, Activismo transnacional, Participación política, Confianza social, Asociaciones civiles

 

ABSTRACT

This paper addresses the question of whether the forms of political participation of citizens have been transformed in the last decades and, if that is the case, what has been the role played by the current social movements in this transformation. I analyze the problem by taking as references Democratic Phoenix by Pippa Norris and The new transnational activism by Sidney Tarrow. The comparison of both perspectives is interesting, because although both authors try to combine the micro, meso and macrosocial levels to account for the phenomena in a comparative way, Norris's approach is Large-N, which brings her closer to a more focused analysis in the organization and mobilization of social actors, that is, in the agency, while Tarrow tries to explain the structural and institutional elements, drawing on concrete cases and the historical method, paying attention, not only to the cultural background as does Norris , but to the symbolic frameworks, specifically discursive, that explain to the actors the meaning of collective action, although their treatment, in this sense, is only approximate.

KEY WORDS

Social Movements, Transnational Activism, Political Participation, Social Trust, Civil Associations

 

1.               TRANSFORMACIÓN DE LA PARTICIPACIÓN POLÍTICA CIUDADANA

En su obra Democratic Phoenix, Norris considera la hipótesis del decaimiento de la participación tradicional de los ciudadanos a través de los partidos políticos y la participación electoral, y su sustitución por formas alternativas de participación, ampliamente difundida en las últimas décadas. Lejos de afirmar dicha hipótesis gratuitamente, la contrasta con datos empíricos referidos a un amplio número de países correspondientes a la encuesta  World Values Survey, así como otros datos sobre partidos políticos y asociaciones y datos del Eurobarómetro, todos ellos correspondientes a la segunda mitad del siglo XX. Después de advertirnos de las diferencias específicas nacionales en la identificación del fenómeno de la participación política de los ciudadanos como miembros de los partidos, Norris llega a la conclusión de que las diferencias existentes entre las viejas y las nuevas democracias no nos permiten generalizar la hipótesis, porque en las nuevas democracias  los canales de participación política tradicionales “face to face” a través de los partidos políticos siguen representando un papel fundamental. Por tanto, la hipótesis se confirmaría solamente para las democracias establecidas y de un modo relativo, puesto que, respecto a la militancia ciudadana en partidos políticos, para series longitudinales que abarcarían desde 1980 hasta 2009, sí se constata una caída generalizada de la misma en los países con democracias estables de Europa occidental, así como un descenso no tan pronunciado en países del Este de Europa –para datos desde 2000 hasta 2009– y un incremento en países democráticos del sur de Europa, especialmente España y Grecia, (Norris, 2002:; Bierzen, Mair y Poguntke,  2012: 32; Poguntke, Scarrow y Webb, 2015: 15-18; Mair, 2016: 58), que podríamos, no obstante, incluir dentro del grupo de nuevas democracias. Sin embargo, respecto a la participación electoral, es más difícil establecer conclusiones, puesto que los datos son más variables entre países, aunque también se observa una tendencia hacia el descenso no muy acusada desde los años ochenta hasta hoy en las democracias europeas establecidas, en las del sur de Europa y en las de los países del este europeo – desde el 2000 hasta hoy–, resultando Bélgica, Dinamarca, España y Luxemburgo las excepciones (Solijonov, 2016). 

Norris constata las diferentes causas específicas presentes en cada país que han provocado la caída de la participación tradicional y la aparición de formas alternativas de participación política, allí donde tal hecho ha tenido lugar. Entre dichas causas  podemos señalar, sin afán de agotar el amplio repertorio de las mismas, los escándalos de corrupción de la clase política, el tipo de sistema político, la reforma de los sistemas electorales, el sistema de partidos, el carácter público de las fuentes de financiación de los partidos, el clientelismo de los partidos políticos tradicionales, el elitismo político, la jerarquización de las estructuras partidistas, las luchas partidistas internas, la institucionalización de los sindicatos, etc.

Sin embargo, por encima de todos esos factores específicos, se ha señalado como un factor general el cambio en la participación a partir de una desafección hacia el quehacer de los propios partidos políticos, de acuerdo con la teoría del cambio cultural, defendida por Inglehart (Norris, 2002: 132), que prima los cambios en los estilos de vida y la aparición de valores postmaterialistas en sustitución de los materialistas (Montero, Gunther,  y Torcal, 1998: 24-26).

Por otra parte, la teoría del capital social ha señalado la importancia del asociacionismo cívico como estructura social y marco cultural que fortalece las relaciones personales directas, conformando una red comunal, la cual compromete a los individuos en unas normas y valores que les inclinan hacia una mayor participación política. En este sentido, como señala Norris (132), el interesado en la política y proclive al asociacionismo se encuentra más motivado hacia la participación política siempre que exista una capital social previo, de acuerdo con Putnam, incluso, aunque posea valores postmaterialistas, en contra de lo señalado por Inglehart. Otra cuestión es que busque formas alternativas de participación política si le son vetados el acceso a los canales tradicionales de participación a través de los partidos políticos, tratando de utilizar todos los recursos a su alcance. De hecho, algunas asociaciones de activistas o grupos segregados de partidos con intención de permanecer y desempeñar un papel en la escena política terminan por convertirse en plataformas electorales o partidos políticos. Los casos del movimiento verde en Alemania o los más recientes de Podemos y Ciudadanos en España así lo corroboran. El capital social generado por el asociacionismo cívico, tal como plantea Putnam, está disponible para la acción política, sea colectiva o como grupo de presión, puntual o duradera. El caso de los estibadores o el de los controladores aéreos en España o el de los agricultores en Francia así lo constatan. Aunque más evidente es el caso de los sindicatos suecos, ya que la combinación de una democracia estable, prácticas de buen gobierno y  un alto índice de desarrollo humano y económico parecen influir en la confianza social (dimensión cultural), encontrándose todos ellos asociados positivamente con el capital social, mientras que la pertenencia a asociaciones (dimensión estructural) o la existencia de una fuerte red de las mismas no se encuentra correlacionado con el capital social. En este sentido, el caso de Brasil es representativo, ya que, a pesar de existir un gran índice de asociacionismo, ni está presente la confianza social, ni el desarrollo socio-económico, ni la estabilidad democrática que hemos correlacionado con el capital social.  Así, la pluralidad de asociaciones, algunas cerradas y limitadas a ámbitos muy determinados, sin interés por la política, que encuentran en esa otra actividad social un sustituto de la participación política, o con interés, pero que plantean formas alternativas de participación política, actuando como grupos de presión o a través de la protesta social,  impide concluir que la tesis del capital social sea válida, al menos tal como la planteó Putnam. 

También, de acuerdo con la teoría de la modernización social, el desarrollo de los medios de comunicación ha condicionado la transformación de la democracia representativa en democracia de audiencia (Manin, 2008: 267), lo cual parece conformar una condición general que en todas las viejas democracias ha provocado la marginación de los ciudadanos, en el sentido de que sus tareas políticas activas tradicionales, que un día tuvieron en los partidos de masas, han quedado reducidas a las propias de sujetos pasivos, constituyendo un auditorio ajeno a las decisiones políticas y de meros emisores de votos, y en el mejor de los casos ocupados en meras tareas electorales. De facto, la militancia es más alta en aquellos países en los que el desarrollo y disponibilidad de la televisión es menor.

No obstante, si profundizamos en las condiciones de dicha transformación, encontramos que la institucionalización de los partidos operada en las democracias occidentales y ausente en las nuevas democracias de Latinoamérica, África, Asia y Europa del Este, parece ser el factor decisivo, puesto que ha permitido la transformación, por parte de los partidos políticos tradicionales, de la democracia liberal representativa en democracia de audiencia, mediante el uso de los grandes medios de comunicación de masas, cuyos propietarios son grandes empresas en muchos casos con un alto interés en influir en las políticas nacionales e internacional. De hecho, la televisión como instrumento político estaba disponible para los partidos políticos en las nuevas democracias latinoamericanas con un nivel de desarrollo socio-económico medio, por ejemplo, en Argentina. A su vez, la institucionalización ha conformado estructuras, especialmente en los grandes partidos, opacas y poco abiertas a la participación directa de sus militancias y afiliados, características de la generalización del partido cartel (Katz y Mair, 2004: 27) como sustituto de los partidos de masas, provocando un descenso en la afiliación en la mayoría de los casos (Mair, 2016: 58).

Comparto el diagnóstico de Norris y estoy de acuerdo con la necesidad que ella expone en el marco de la democracia representativa, de que ésta no puede permitirse el lujo de perder las formas directas de participación política a través de los partidos, las elecciones y los sindicatos (Norris, 2002: 107), porque la propia transformación de los ciudadanos y ciudadanas en auditorio inerte e inerme afecta al sentido democrático del régimen político, de acuerdo con sus orígenes modernos y griegos. 

En definitiva, el resurgimiento de los movimientos sociales y de formas de participación política de protesta en las últimas décadas es un intento de reivindicar la dimensión pública y ciudadana de la democracia y una búsqueda de nuevos canales de participación y representación, ante el carácter obsoleto que presentan para tal propósito las estructuras de los partidos y de las asociaciones tradicionales, cuya rigidez se ha aliado con los medios de comunicación de masas, alejando al ciudadano de una actividad reservada para élites políticas y económicas. Sin embargo, los medios de comunicación no son per se medios de dominación, son simplemente instrumentos de los que se puede hacer un uso unidireccional o bidireccional (interactivo), aunque algunos medios, como Internet, sean más apropiados para lo segundo, que, de acuerdo con Norris, deben desempeñar un papel complementario, pero, en ningún caso, sustitutorio de la acción política “cara a cara”, en viejas y nuevas democracias, trátese de la democracia representativa, deliberativa, participativa o directa.

Más allá del compromiso de los ciudadanos con la protesta social mediante su participación efectiva en actos específicos que pueden responder a cuestiones concretas, pienso que la normalización de la propia protesta desde los años setenta del siglo pasado que Norris señala, por una parte, y el rechazo hacia la clase política y la baja popularidad de los líderes políticos en general, por otra, muestra una mentalidad más profunda, globalizada y más informada, descontenta y opuesta hacia la forma de hacer política en las democracias actuales y a los resultados sociales y económicos que dichas políticas conforman a nivel global. No se trata del descrédito de la política en sí, como a veces se ha dicho, sino del desencantamiento con el modo de hacer política, impuesto contemporáneamente, y por tanto, el rechazo del tipo de democracia político-económica asentada en los países occidentales, como muestra el descenso de la afiliación en los partidos políticos y la aparición de nuevos movimientos sociales. Puesto que el ligero descenso de la participación electoral puede deberse a circunstancias más coyunturales de cada país y al hecho de que sea visto todavía como el principal recurso de influencia política a disposición del ciudadano, en el marco de la democracia representativa.

 

2.               VIEJOS Y NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES

Partimos de la definición de Tarrow, quien entiende a los movimientos sociales como “desafíos colectivos planteados por personas que comparten objetivos comunes y solidaridad en una interacción mantenida con las élites, los oponentes y las autoridades” (Tarrow, 1997: 21) con la finalidad de transformar el orden social.

Desde mi punto de vista, los actuales movimientos sociales presentan diferencias respecto a los nuevos movimientos sociales (pacifistas, ecologistas, antinuclear, gays y lesbianas, derechos civiles, etc.), surgidos en los años sesenta y setenta, que hunden sus raíces en el siglo XIX, pero, sobre todo, respecto a los viejos movimientos nacionalistas y obrero, como los más representativos que no exclusivos, más concentrados e integrales (Aguilar, 2010); por eso se ha acuñado el término de novísimos para referirse a ellos (Ibarra, 2005: 91), porque, aunque de algún modo continúan profundizando la dimensión temática y los procedimientos de los movimientos de los años sesenta y setenta, se han vuelto más plurales, existe en la actualidad una mayor fragmentación e, incluso, diversificación de las reivindicaciones y de los grupos, han utilizado un repertorio más variado de recursos, la propia protesta se ha vuelto un modo de actividad política más común o menos extraordinaria (Aguilar, 2010), son menos jerárquicos e implican a sus miembros en la toma de decisiones.

Además, Internet supone un recurso de comunicación y organización de la protesta que no estaba disponible con anterioridad, cuya capacidad de transformación de la actividad política en general no ha sido totalmente descubierta aun. Así, el uso de internet es más apropiado para la acción política directa y participativa como la reivindicada por los actuales movimientos sociales, como Norris ha mostrado respecto del activismo ecologista.

Por otra parte, otra diferencia fundamental es el cambio en la intensidad de los contactos y en el acceso a la información, propiciado entre otras cosas por internet, entre los grupos y organizaciones que sustentan los diferentes movimientos sociales y, la posibilidad, a pesar de las dificultades existentes por su variedad ideológica, sus objetivos diversos, su coordinación y las identidades plurales que les subyacen, de su integración en coaliciones y plataformas regionales o globales, aunque Tarrow (2010) considere dichas dificultades como barreras casi insalvables para los movimientos locales y nacionales. Dicho transnacionalismo es la herramienta más adecuada para enfrentar los desafíos políticos, económicos y culturales de la globalización. Así, el movimiento altermundista puede suponer la integración de los intereses, organización y prácticas del actual activismo transnacional. Ello supone una percepción espacial más clara de la redimensión de la acción política respecto al mercado y a la sociedad mundial, acorde con el “cambio en la escala de la contienda”, que esencialmente supone una nueva mentalidad respecto al sentido y los ámbitos de actuación y los efectos del activismo político, como acertadamente lo ha descrito Tarrow (1997: 142; 2010). No es tanto que la acción política local o nacional pueda trascender a ámbitos transnacionales y viceversa, posibilidades que estaban presentes en todo tiempo, aunque con más limitaciones en el pasado, sino que la propia actividad puede ser planteada  y  realizada como una transformación global desde lo local o desde lo global a lo local, como muchas campañas han puesto de manifiesto, porque forma parte de una red de redes extendida a nivel mundial, cuya dinámica crea lazos cognitivos (simbólico-discursivos), afectivos y de coordinación (Della Porta, 2011: 253). Aunque, como señala Tarrow (2010), la ductilidad quizás sea el principal problema de los nuevos movimientos sociales.

De acuerdo con Claus Offe (1988), los actuales movimientos sociales  expresan la nueva política frente a la vieja política, paradigma éste clausurado por la caída del socialismo real, y la asimilación del obrerismo-sindical (Funes y Monferrer, 2003) y de la socialdemocracia dentro del sistema estatal. Una nueva política antisistema que pretende realizarse y desarrollarse desde la sociedad y sus reivindicaciones diversas, que encuentra en el Estado un obstáculo para tal realización. Ya los movimientos sociales surgidos a partir de los años sesenta y setenta reivindicaban el derecho de la sociedad a participar en la política institucional (Della Porta y Diani, 2006: 68-73), aunque no mediante su inserción en dichas instituciones, más bien mediante la transformación del sistema político-estatal desde abajo, a modo de una retroacción de la penetración y conquista estatal de la sociedad, producida tanto en los sistemas comunistas como en los  estados de bienestar. Dichas reivindicaciones pueden ser interpretadas como una socialización de la política que no pretende conquistar el Estado, ni acomodarse a la política elitista, es decir, no desea repetir los errores del socialismo en el siglo XX. Frente al avance conservador del neoliberalismo capitalista, la socialdemocracia se ha convertido en una ideología de supervivencia: apoyar el capitalismo para preservar lo que se pueda del Estado de bienestar, consecuencia del abandono de sus raíces revolucionarias. Esta política a la defensiva se caracteriza por numerosas transacciones que pueden terminar por agotar el núcleo esencial socialdemócrata, aquel que defiende una justicia social igualitaria, hasta convertirla en una caricatura, como de hecho ha ocurrido con las terceras vías británica, alemana, francesa o española. No obstante, hay que tener en cuenta que el feminismo y el ecologismo han desarrollado una lógica ambivalente de institucionalización social y de socialización de las instituciones, por ejemplo en el caso de los Verdes alemanes (Wolf, 2007).

  No solo desde el punto de vista de la acción política los nuevos y los actuales movimientos sociales, en general, constituyen una novedosa forma de hacer política contraria al burocratismo y al institucionalismo, también desde el punto de vista económico, a pesar de sus planteamientos diversos, ya que las racionalidades de tales movimientos son contrarias a la racionalidad capitalista, tal como André Gorz (1995: 64) ha mostrado para la razón ecológica. En el fondo subyace la contradicción entre dos lógicas opuestas: las de la ratio instrumental y la ratio sustancial. Desde el punto de vista ideológico, igualmente, se enfrentan dos perspectivas opuestas, basadas en diferentes ideales de justicia social. Una competitiva y defensora de la idea de escasez de los recursos y otra distributiva respecto a los mismos y respetuosa con la pluralidad de identidades culturales y sociales.

 

CONCLUSIONES

Respecto a la cuestión de la transformación de la acción política podemos concluir que las formas de participación política alternativas, aun habiendo sido utilizadas en el pasado por los viejos y nuevos movimientos sociales, se han intensificado y diversificado desde finales de los ochenta del siglo pasado en forma de boicots, protestas, manifestaciones, bloqueos, marchas, ocupaciones, firmas de peticiones, destrucción de bienes públicos y privados, escraches, huelgas, etc., con un cada vez mayor uso de internet, desplazando relativamente  a la participación electoral y la militancia partidista, en la medida en que constituyen canales de influencia y protesta política alternativas a éstas, pero, sobre todo, como instrumento de  participación política directa consecuente con la percepción del ciudadano común de su alejamiento de las decisiones políticas al que se ha visto sometido, debido al muro construido por partidos políticos mayoritarios y gobiernos entre el Estado y la sociedad civil, que tampoco las asociaciones tradicionales (sindicatos e iglesias) han impedido, en el marco del desarrollo globalizador de la economía y de los medios de comunicación.

Podemos decir que los logros del movimiento obrero y de los nuevos movimientos sociales obtenidos hacia los años sesenta y setenta del siglo pasado, consistentes en una profundización en la democratización de las sociedades, que siempre habían sido políticamente elitistas, habían alimentado las demandas de mayor participación en la toma de decisiones por parte de los ciudadanos, pero, tales demandas han sido enfrentadas con el cierre tecnocrático de las instituciones por parte de los grandes partidos políticos y su connivencia con las élites económicas, desde los años ochenta con la ola de conservadurismo neoliberal que se difundió a nivel mundial, lo cual ha desencadenado la protesta de los últimos movimientos sociales, a las que se han sumado los ya existentes, extendiéndose desde las sociedades más desarrolladas socio-económicamente hablando, en las que la “estructura de oportunidades políticas” era mayor (Tarrow, 1997: 25), hasta el resto del planeta, favorecido por el cambio en la escala de la contienda al que hace referencia Tarrow.

A diferencia del carácter temporal que Norris sugiere que pueden tener los actuales movimientos sociales y el nuevo activismo político, y a diferencia del  ingreso en una nueva sociedad del movimiento, permanentemente disruptiva y anclada en lo local, que anuncia Tarrow (2010), considero que la tendencia se mantendrá mientras exista la opacidad y falta de receptividad de las estructuras de poder hacia las demandas de transformación ciudadanas (Aguilar, 2010; Löwy, 2011), teniendo en cuenta que la estructura de oportunidad política es ahora más global y los marcos de significado más plurales para enfrentar el discurso del pensamiento único (Tarrow, 1997: 25). Aunque  la cuestión es si las estructuras políticas nacionales podrán seguir manteniendo su estrategia de institucionalización parcial, de acuerdo con la teoría cíclica de los movimientos sociales (Wolf, 2007: 14), ante el aluvión de demandas existentes, siendo algunas de ellas contradictorias entre sí, y teniendo en cuenta que muchas se plantean en una escala global y, por tanto, requieren de un tratamiento a ese nivel, o apuntamos a una transformación más profunda y radical de las propias instituciones políticas, económicas y culturales.

Pienso como Tarrow (2010) que el mundo debe realizar la posibilidad de la cooperación de los estados en el seno de las organizaciones internacionales, pero que estas deben ser reestructuradas en un sentido mucho más democrático y que las sociedades civiles deben tener su cuota de participación en las mismas directamente o a través de la representatividad de sus estados. El unilateralismo salvaje de EEUU o camuflado a través de las organizaciones, como mantiene Tarrow, creadas a su imagen, solo conduce a brotes de violencia en diversas partes del mundo, a nivel local y transnacional, de los que se ven agraviados en su deseo de vivir dignamente, es decir, teniendo la oportunidad de desarrollar sus capacidades y su identidad cultural y nacional.  No pongo en duda el carácter multidimensional del orden global que Tarrow le atribuye, tampoco se trata de un orden perfectamente organizado, más bien de una ordenación en la que intervienen estados, organizaciones internacionales y una diversidad de agentes no-estatales: multinacionales, ONG’S, movimientos sociales, mafias, etc., pero, impregnada de un elitismo político y económico más radical  que el que predomina en la mayoría de las democracias establecidas, que debe ser enfrentado como lo ha sido en ámbitos nacionales. Urge, en mi opinión, una profunda restructuración de los canales tradicionales de participación, es decir, una apertura participativa a la militancia partidista, asociativa y ciudadana en general, que permita la penetración de la sociedad civil en las instituciones estatales y supraestatales, convirtiendo a la democracia política en una auténtica democracia social. Mientras tanto, los movimientos sociales no solo no decaerán, sino que probablemente aumentarán su actividad.

A pesar de las diferencias entre los viejos, los nuevos y los novísimos movimientos sociales ya señaladas, los  movimientos sociales actuales, como los tradicionales y los nuevos, tratan de provocar cambios parciales en las respectivas sociedades (Movimiento Okupa) o revertir cambios sociales que se han producido como fruto del progreso social (Movimiento Islámico). En el caso de los primeros, en mi opinión, constituyen las etapas de un proceso de evolución progresiva de la  mentalidad de los seres humanos hacia la erradicación, más o menos utópica, del dominio hegemónico de unos seres humanos a manos de otros, como mantendrían Marx o Gramsci, constituyendo los segundos las reacciones radicales al progreso social. El poder hegemónico en cada una de esas etapas ha recurrido a las argucias de la razón, como diría Hegel, para sublimar el hecho contra el que los movimientos sociales progresistas combaten, convirtiendo a la religión, la nación, la propiedad, el derecho o el mercado en la justificación de dicho dominio, creando inercias que mantienen el orden dado.

  Hoy el desencantamiento del mundo y la jaula de hierro weberianas, que en cierto modo alumbraron el movimiento del 68 (Löwy, 2011), se han convertido en la desconfianza y el desengaño de los hombres y mujeres del mundo actual, el cual se ha hecho más opaco y complejo, a pesar del desarrollo de la información y su uso potencial. Estas actitudes instan a los ciudadanos contemporáneos a la retirada conformista o a la rebeldía esperanzada y utópica en el cambio social, pero no pueden dejarle sin reacción cuando se reconocen atrapados en una crisis existencial permanente, que bloquea sus aptitudes y deseos humanos impidiendo su realización y abocándole a una vida fallida, mientras es narcotizado individualistamente bajo la dirección sistemática y constante de sus deseos, con la finalidad de postergar el mencionado reconocimiento  o que este nunca se produzca, para seguir manteniendo la reproducción del sistema capitalista. En este sentido, la única contrahegemonía realmente justa me parece la del reconocimiento de la dignidad humana como valor transvertebrador de la pluralidad de reivindicaciones de los movimientos sociales, que tiene a su base la penetración del sistema económico global en todas las dimensiones de la vida. Dicha contrahegemonía que al tratarnos iguales en nuestra diversidad nos desaliena de la red de servidumbre hacia los otros, entretejida por el propio sistema, que al gestionar razonablemente y redistribuir, con sus mínimos y máximos igualmente razonables, los recursos, nos permite realizarnos como seres humanos que cooperan en defensa de unos bienes comunes, que redundan en beneficio de todos, y que al crear oportunidades vitales de participación democrática –en todas las esferas– nos permite decidir y liberarnos de la opresión del engranaje socio-político y económico (Pastor, 2011: 358). Esta contrahegemonía, aceptada discursivamente solo en aspectos parciales, alimenta la doble moral de las élites y de muchos ciudadanos, al no ser realizada prácticamente, porque su aplicación a la vida cotidiana contraviene poderosamente la reproducción del sistema de democracia neoliberal capitalista impuesto durante el último siglo. Las estructuras de oportunidad política deben ser aprovechadas, pero lo decisivo es crear estructuras de oportunidad vital, es decir, materiales. Sin embargo, pienso que para que ambas puedan ser establecidas es necesario combatir el discurso neoliberal capitalista, construido durante las últimas décadas y profundamente asentado en el mundo occidental, incluso entre la mayoría de los jóvenes, con su panoplia de defensa de la competitividad, individualismo, libertad irreal, importancia de las elecciones, precariedad necesaria del empleo, emprendimiento, desvalorización del trabajo y revalorización de la inversión, etc., mediante la integración de los discursos de los diversos movimientos sociales en un marco de significados alternativo y unificado, que ya se ha empezado a crear, pero que necesita ser reforzado, desarrollando el necesario tejido social, sujeto del cambio del orden establecido.

 

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