El abuso de obediencia[1]
Frédéric Gros. Traducción de Simón Royo Hernández
(Con motivo del 20 aniversario del deceso de Michel Foucault se publicaron muchos artículos. Nos complace compartir aquí uno de ellos, el breve e interesante artículo sobre Foucault escrito por Frédéric Gros. Los temas principales del pensador francés fueron la dominación y el sujeto, los conglomerados de verdad, saber y poder bajo los que se ejercita la dominación; motivo de que se pueda igualmente decir, como aquí es el caso, que la obediencia habría sido, también, uno de los temas esenciales en el trabajo de ese gran filósofo fallecido en 1984).
Foucault pone a la obediencia como el concepto político más esencial. De cara a los grandes traumatismos del siglo XX (los totalitarismos) no se siente compelido a denunciar, cargado de lirismo, la monstruosidad de los grandes dirigentes. La monstruosidad, Foucault la va a buscar más bien del lado de los dirigidos. El verdadero enigma no es en efecto el de saber por qué las formas delirantes de poder pudieron tener lugar, sino aquello que las hizo aceptables, soportables y deseables por los gobernados. En esto, sin duda, prolonga la tesis de La Boétie en su Discurso sobre la servidumbre voluntaria: el verdadero escándalo no es el del poder, el del abuso de poder, sino el de la obediencia, el del abuso de obediencia.
Pues es imposible que un tirano oprima a todo un pueblo sin un sólido sistema de participación. La locura de poder de los grandes nos excusa siempre demasiado. Esta es la razón por la que, como pensador político, Foucault se coloca al lado de Alain y de Hannah Arendt. Junto a Alain cuando este último, en Marte o la guerra juzgada muestra la importancia aplastante de la resignación como condición ética del soldado durante la larga guerra del 14, lejos del espíritu de sacrificio. Junto a Hannah Arendt en Eichmann en Jerusalén demostrando que el verdadero horror del nazismo reside en el celo burocrático incondicional y ciego de los administradores más que en la perversidad moral absoluta.
El verdadero problema de la filosofía política del siglo XX, no es en efecto el del fundamento del poder, no es el de la naturaleza de la soberanía, es el de la obediencia. ¿Qué es lo que nos hace obedecer? Es por eso que en Vigilar y Castigar Foucault emplaza el concepto de docilidad. La docilidad es aquello que en el cuerpo responde al diáfano consentimiento del espíritu: una manera de plegarse interiormente a aquello que se presenta como una necesidad que nos corresponde. Hay tanto en la docilidad como en el consentimiento la idea de un compromiso espontáneo, apaciguado y definitivo en un sistema de determinaciones exteriores. Es la condición ética del capitalismo: nuestras necesidades y nuestros deseos deben ser adaptados a los aparatos de producción, a sus ritmos y sus secuencias.
A ese nexo moderno se le llama también consumo. A principios de los años 80 en un curso sobre las prácticas cristianas de penitencia y de confesión («El gobierno de los vivientes»), Foucault retrocede históricamente en su análisis de la obediencia del sujeto occidental: esta vez se trata de mostrar como nosotros, obedecemos a partir de nuestros orígenes cristianos a los discursos de la verdad. Se trata, por ir rápido, de mostrar que entre el discurso de la verdad y la supuesta naturaleza secreta de mi ser, la síntesis se opera por la obediencia al Otro. Nunca obedezco mejor que cuando busco quién soy verdaderamente. La psicología es en el fondo un sistema político: ella nos enseña a obedecer a la ficción de nuestra propia verdad y constituye un episodio crucial de aquello a lo que Foucault llamó la historia política de la verdad.