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El Dios newtoniano entre la espada (física)

y la pared (matemática)


Luis Ángel Campillos Morón

El Dios newtoniano como director-actor;

el Dios cartesiano como director jubilado;

el Dios leibniziano como guionista.

 


1. Contexto


    En la segunda mitad del siglo XVII, el aristotelismo, paradigma científico imperante al calor del dogma cristiano, se fue diluyendo principalmente a causa del llamado giro copernicano y la fuerza matemático-experimental de la nueva física. Entre otros, gracias a la elipse de Kepler (a su vez por los nuevos y más precisos datos observacionales de Tycho Brahe), al pertinaz trabajo de Galileo y al nuevo instrumental (véase telescopio) que facilitaba la experimentación, transmisión y puesta en común de los descubrimientos, se fueron dilapidando aquellos pilares que sostenían la física aristotélica (véanse: los movimientos circulares uniformes y la separación entre los mundos sublunar y supralunar). A pesar de que el aristotelismo seguía formando parte del currículum oficial de las universidades, parece ser que Isaac Newton no le prestó especial atención en su época de estudiante en el Trinity College, centrándose en el por aquel entonces mucho más moderno cartesianismo, como muestra en el escrito de su juventud De gravitatione,1 donde tacha de ateísmo la idea cartesiana de identificar extensión con cuerpo. En aspecto religioso subyace en toda la obra newtoniana, fuertemente imbricado en la ciencia (recuérdese, por aquel entonces llamada filosofía natural). Por aquel entonces la estricta ortodoxia religioso-política de Roma había quedado en entredicho con la Reforma protestante y la formación de diversas doctrinas: sean de corte separatista y conformadoras de una identidad nacional, caso del anglicanismo; sean de cariz estrictamente teológico, como el arrianismo del que Newton será ferviente seguidor. Resulta bien conocido que en la segunda edición de los Principia Newton incluye un significativo Escolio General para tratar el tema de Dios. El arrianismo posee un cariz ciertamente subversivo (no acogido por el anglicanismo oficial), ya que postula la negación de la Trinidad divina. Newton apuntaba que el cristianismo se corrompió a principios del siglo IV cuando se incorpora en el canon la doctrina de trinitarismo2. Así pues, con un ojo mirando al plano científico-experimental, Newton apuesta claramente por el voluntarismo. Dios permanecerá siempre presente en la obra newtoniana para tratar de dar cuenta de los fenómenos naturales producto de Su creación y, no sólo producto, sino proceso continuo, pues las fuerzas inmateriales requieren de Su acción constante. Por lo tanto, Dios, cual factor ciertamente especial, es inscrito en el marco de la filosofía natural. Newton le otorga un papel principal, de forma axiomática, lo que le generará no pocos problemas.

La Teología natural emergía con fuerza en los círculos neoplatónicos con obras como Antídoto contra el ateísmo (1653) de Henry More, quien ejerció una importante influencia sobre Newton, dado su destacado papel en Cambridge y en el Christ College. Otra figura fundamental es el teólogo Richard Bentley, quien mantuvo correspondencia con Newton en torno a la intención compartida de ensamblar a Dios en la física matemática insistiendo en la acción a distancia y rechazando el mecanicismo ateo. En referencia al carácter científico del contexto histórico, se ha de dejar claro que entonces se no concebía esa etiqueta tal como la usamos hoy en día. No será hasta el año 1833 cuando se acuñe el término3. La obra de Newton supondrá en cierto modo la semilla, el punto de inflexión a partir del cual filosofía y ciencia se irán separando. Basta una mirada a los títulos de las dos grandes obras de la época: Descartes con los Principios de la Filosofía, en los cuales la metafísica será la raíz del árbol; mas en Newton nos encontramos con los Principios matemáticos de la Filosofía Natural. Éste ya supone una objeción a la filosofía cartesiana, dentro del marco de un diálogo crítico. Trata de unir la teoría y la práctica, al abrigo de un interés por los experimentos y una búsqueda de las leyes de la naturaleza en concordancia con los resultados experimentales. “La aspiración última, naturalmente, era la de lograr la matematización de estos fenómenos”4. En contraposición, los principios cartesianos de corte matemático, normativo, no usarán las matemáticas, por lo que surgirá un abismo explicativo entre el experimento y la ley. Todo ello se deriva del postulado del atomismo, que no deja de ser una hipótesis no verificable en su época. Del mismo modo la geometría de Euclides fundamentaba el paradigma cognitivo, al abrigo de la clara exposición y distinción, de su determinación de verdad y necesidad. Por tanto, ese camino, ese método, el geométrico, se postula como el mejor de los posibles de cara a obtener un conocimiento en su más alto grado. Newton, en su doble afán: por la experimentación y por salvar a Dios de las implicaciones ateas del mecanicismo, irá tejiendo un sistema físico-matemático-teológico que será el caldo de cultivo de la nueva ciencia moderna. Asimismo, el Newton subterráneo, no oficial, se caracterizará, no sólo por su arrianismo, sino por su investigación sobre la alquimia: “Estas concepciones y actividades, vinculadas a un neoplatonismo cristiano, ayudan a comprender su filosofía de naturaleza en la que la materia, pasiva e inerte, se halla vivificada por espíritus o agentes activos y en la que la mano de Dios se encuentra tras cada transformación”5.

La figura de Pierre Gassendi puede vertebrar un nuevo discurso, otro punto de anclaje, pues el francés ataca de un modo ácido tanto al aristotelismo como al mecanicismo cartesiano. Gassendi presentaba un atomismo epicúreo sin clinamen (desvío que evita el determinismo) pero con Dios. La función del clinamen, esa indeterminación, es agenciada a la voluntad divina. Con ella dinamitará el concepto de necesidad que se desprende de la física aristotélica. Ahora, la necesidad proviene de la voluntad divina. También, de ese modo, evita todo posible ateísmo. Su concepto absoluto del espacio y tiempo, así como el valor de la experiencia y la experimentación y su ácida crítica al determinismo cartesiano influenciarán al joven Newton estudiante del Trinity College 6, a quien le interesa el atomismo no tanto en cuanto ontología sino como un mero (aunque sólido) instrumento de cara a la búsqueda de las fuerzas inmateriales.
 

2.- El papel de Dios en la Naturaleza

2.1.- Dios como director jubilado. Descartes y el mecanicismo

La figura de Dios como relojero es el icono del sistema mecanicista, donde todo se explica gracias a la materia y el movimiento fruto del contacto entre las partículas. La base del sistema físico cartesiano es el atomismo de Leucipo y Demócrito, eso sí, sin vacío. (Reiteramos que el atomismo epicúreo no encajaba con postulados deterministas, pues el clinamen implicaba un desvío: una puerta abierta al azar). Ahora bien, ¿cuál es el papel de Dios en el sistema cartesiano? El relojero, el creador, el diseñador, el director, una vez pone en marcha la obra, puede retirarse a sus aposentos. Ello deriva en un trascendentalismo absoluto en lo religioso y un determinismo estricto en la naturaleza. Ésta se divide en dos campos separados: la substancia pensante y la extensa. El espacio queda demarcado por la extensión de los objetos. Todo está ocupado en la naturaleza, materia y movimiento, no queda ni un sólo reducto ni para el mismísimo Dios. Así pues, el cuerpo se reduce a un mero automatismo, lo que nos podría llevar a asociar los posteriores experimentos de Galvani con la electricidad en relación con la figura de Frankenstein. El Dios cartesiano, el Dios creador, podría presentarse como el acto (el relámpago, la descarga) que da la vida. Un cúmulo de partes extensas, de piezas corporales en el caso de Frankenstein, necesita solo un momento a Dios. Un instante de intensidad es suficiente. Tras la descarga, la puesta en marcha, Dios ya no hace falta. Por tanto, aquí la providencia es ordinaria (orden, ordenación): el establecimiento inicial, fundacional, de todas las leyes del universo. No queda espacio para la providencia particular, para los milagros, las diversas actuaciones (actualizaciones), las intervenciones, que podrían ser achacadas o bien al error (lo cual no sería atribuible a Dios) o bien a su voluntad (lo cual podría recaer en irracionalidad). La crítica constante que recibe el estricto mecanicismo cartesiano se centra en el ateísmo. La voluntad de Dios no existe en este mundo ya creado, entre las criaturas, ya que sólo aconteció en el origen, en el acto de la creación del mundo. Bien sabido es que en las Meditaciones metafísicas Descartes incluye a Dios como fundador último del postulado del cogito ergo sum, como sumo garante bondadoso de la verdad, de las ideas claras y distintas, apartando de un plumazo al genio maligno. Quizá lo hiciese, también, para librarse del yugo de la inquisición, a sabiendas de los casos de Galileo y otros. En resumidas cuentas, un Dios trascendente, en su mero papel de director, que ya no interviene, al que no se le necesita incluir en la explicación. El argumento del diseño implica una programación, un determinismo y una actual inutilidad del Dios potencial como agente, como actor. Dios se ve relegado a un papel semejante al motor inmóvil aristotélico. Así pues, Dios es el director jubilado, quien ya escribió y ejecutó su Guion. A la pregunta ¿dónde está Dios?, “Descartes se ve obligado por sus principios a responder: en ninguna parte, nubilli (…), así pues (…) van a ser criticados sin descanso y llevarán el sobrenombre satírico de nullibistas”7. Por último, otra de las críticas tiene que ver con el argumento de la falta de fundamentación matemática de los Principia de Descartes: “aunque éste apelaba a la matemática, contenían bien poca geometría”8, de ahí la asociación con la frase Mundus est fabula que aparece en un famoso retrato de Descartes. El francés, pese a toda su argumentación y su pretensión de claridad y distinción, se estaría fundamentando en una mera confabulación hipotética. Aquí entra en escena Newton.
 

2.2.- Dios como director-actor. Newton y el espiritualismo

El contacto no es necesario para explicar el movimiento: el estoicismo había postulado un pneuma que albergaba espacio para lo no material. “El pneuma es un medio continuo que lo penetra todo y que lo mueve todo mediante su propio movimiento”9. Recogiendo la tradición neoplatónica de las emanaciones, representada por el mencionado H. More, Newton incluye ahí, obviamente, la primacía de la acción divina para la explicación de la naturaleza. El vacío del atomismo que Descartes había colmado gracias al movimiento vorticial del éter, ahora deviene esencial. El pneuma, en su versión espiritualista (en contraposición a la materialista cartesiana) es el motor, cual élan vital, cual ánima. El papel del éter es fundamental (y, a su vez, harto problemático) en la explicación física, pues, dependiendo de sus características, puede dar cuenta de unos fenómenos u otros. “El éter newtoniano no posee una estructura continua. Está compuesto de partículas en extremo pequeñas, entre las que naturalmente hay vacío”10. La causa se encumbra en una posición privilegiada, ya no basta el cómo, la mera descripción. Véase el ejemplo de la gravedad: Kepler fue el primero en agenciarle una causa (magnetismo solar), mas Newton la buscará constantemente debiendo dejarla finalmente de lado, por imposible, o en manos de Dios, seguramente muy a su pesar, pues es patente su pertinaz intención de relacionar los fenómenos empíricos con las leyes de la naturaleza, leyes divinas, al fin y al cabo. Regresemos a los ecos del estoicismo: “Una ontología de fuerzas inmateriales impuestas desde afuera a la inane materia pasiva”11. La materia es presentada en dos modalidades: a) la pasividad, que refiere a los objetos físicos, quienes reciben la b) actividad, el movimiento, de Dios. He ahí la otra cara de la moneda, fundamental, pues habla de las causas de los fenómenos. En el edificio cartesiano no hay fuerzas: una diferencia radical con la posición newtoniana. Véase la fuerza impresa (vis impressa), que es independiente de la materia, pues no permanece en el cuerpo sobre el que actúa. Newton insiste en hacerle hueco a Dios, pues el mecanicismo cartesiano es asfixiante, para ello, las fuerzas y la inmaterialidad serán de gran ayuda al inglés.

Como se ha apuntado, uno de los principales problemas con los que se enfrentó Newton fue la diversidad de los fenómenos que describían los nuevos experimentos, lo que dificultaba muy mucho una explicación causal unificada para todos ellos. Así pues, el éter newtoniano fue rarificándose cada vez más hasta desaparecer para luego regresar de nuevo. Sin embargo, dado su arrianismo, a Newton no le apasionaba la idea de usar intermediarios o delegados y restar importancia a Dios. Concluyendo, en Newton no existe una idea de prediseño, un establecimiento de las leyes de la naturaleza desde el momento de la creación, sino una constante actividad de las fuerzas, que no actúan mediante contacto sino a distancia: el espacio necesario para una providencia voluntarista y no meramente ordinaria, primigenia, mecánica. El espacio no es de los cuerpos materiales sino de Dios, a modo de su tablero de juego. Una partida de ajedrez donde Él dirige los movimientos (director) a la vez mueve las piezas (actor). Mientras en el tablero de ajedrez cartesiano no hay casillas vacías, y el resultado es tablas perpetuas, en el tablero de ajedrez newtoniano la partida se sigue jugando y el genio (Dios) siempre puede aparecer para ejecutar una nueva jugada maestra. “El Dios de Newton no es solamente un Dios filosófico, la impersonal y desinteresada causa primera de los aristotélicos o el -para Newton- Dios claramente indiferente y ausente del mundo de Descartes (…). Es (…) el Dios bíblico, el Dueño y Dominador efectivo del mundo creado por él”12.
 

2.3.- El Dios guionista. Leibniz y las mónadas
 

Si el Dios newtoniano se inserta dentro de la naturaleza (no se queda fuera como en Descartes), el Dios leibniziano posee un carácter más lógico que ontológico. Newton desea un Dios físicamente inmanente; Descartes lo sitúa en un plano físicamente trascendente; el Dios de Leibniz es, más bien, lógicamente inmanente13. Y a partir de esta matriz lógica, hágase lo ontológico. El alemán tomará el modelo vorticial cartesiano, mecanicista, pues le resulta más racional que la acción a distancia newtoniana. Recordemos que el Dios racional de Leibniz conformó el mejor de los mundos posibles, un universo cimentado por el principio de no contradicción y de razón suficiente. La concepción del espacio, y a su vez, el papel de Dios, será un caballo de batalla y objeto de largo debate entre Leibniz y Samuel Clarke, que ejercía las veces de portavoz de Newton. Negando la naturaleza absoluta del espacio, Leibniz lo postula como un orden de relaciones entre los diferentes objetos, mas no se trata tanto de relativista como de ideal, abstracto. Será el tipo de espacio que Kant encumbrará al nuevo paradigma filosófico incorporándolo al a priori del sujeto junto con el tiempo. Leibniz alegará: si el espacio no es racional, deviene arbitrario, ilógico. A su vez, la versión voluntarista newtoniana insiste en la libertad absoluta de Dios para intervenir en el mundo, pues, caso contrario, se liquidaría su omnipotencia. Ahora el papel del vacío vuelve a aparecer con fuerza: Leibniz le niega el carácter causal y arremete donde más le duele al inglés: el vacío es una mera hipótesis, ningún experimento prueba nada al respecto. Al hilo, la famosa respuesta de Newton en la segunda edición de los Principia: hypotesis non figo y la posterior crítica al sistema meramente metafísico racional (y por tanto, también hipotético en cuanto no experimental) de Leibniz. Las mónadas se convierten en el nexo entre Dios y la naturaleza. Evitando el regreso causal al infinito, Leibniz tratará de fundar lo natural en lo metafísico. Si el Dios de Descartes crea el mundo y se aparta después (convirtiéndose entonces en una especie de motor inmóvil aristotélico14), el Dios leibniziano permanece activo en el nivel metafísico de las mónadas. Podemos distinguir dos rasgos fundamentales de su Dios: por un lado, en el plano físico, la energía-materia15, el tándem potencial-actual; por otro lado, en el plano lógico, en cuanto generador de los principios metafísicos fundamentales. “Sólo, pues, Dios es la Unidad Primitiva, o la substancia simple originaria, del cual son producciones todas las Mónadas”16. Siguiendo nuestro símil filmográfico, las mónadas representan las palabras en que se puede escribe el guion, mas estas palabras están pre-determinadas a su vez por un ortodoxo sistema lógico: el cierto número de letras estipulado por Dios. De ahí el salto desde lo axiomático (principios lógicos), que podemos asociar a las letras del alfabeto, a lo infinito del mundo de las palabras, las interpretaciones, las actuaciones, las representaciones... Así, toda libertad del director de la película, o de los actores, queda predeterminada de raíz a un cierto marco posible. El Dios guionista determina lo legible y posibilita las lecturas. Mas toda lectura implicará la actualización del potencial primigenio, es decir, a través de toda lectura Dios se hace presente. Las palabras son posibles gracias a las letras. Potencia y actualidad convergen en Dios17: el Dios de Leibniz, al igual que el Dios newtoniano, no podría ser director sin ser actor o viceversa. La diferencia fundamental estriba en la preeminencia del ámbito lógico-estructural leibniziano.
 

3.- La experimentación

La experimentación va adquiriendo un papel fundamental a lo largo y ancho de la revolución científica, es el lugar en el que se presentan las pruebas y los datos verificables que refuerzan las hipótesis y las convierten en teorías. Se trata, nada más y nada menos, de la necesidad de coherencia, o más bien de relación causal entre los resultados experimentales y las leyes matemáticas. Así pues, la física experimental constituye “un sistema de ensayo en constante diálogo con hipótesis a su vez en constante modificación (…). La supremacía, obviamente era la del experimento, descrito cada vez con mayor detalle a fin de facilitar la reproducibilidad (…) y con ello la credibilidad de sus resultados”18. Digamos que prima el espíritu baconiano de la inducción, del hacer hablar a la naturaleza, de recoger las medidas y luego edificar unas leyes acordes con los datos. De hecho, el título de la obra Novum organon ya supone un intento de superación del aristotelismo (establecido como organon). Sin embargo, “la obra de Newton supuso un sesgo en la filosofía experimental británica, que pasó de seguir las directrices baconianas (…) a apoyar la teoría”19. Aquí podría entrar en contradicción el método privilegiado de la época, el geométrico, de origen euclidiano, de carácter deductivo. De hecho, muchos de los tratados filosóficos buscan su fundamentación en él. Paradigmático es el título de la obra de Spinoza: Etica demostrada según el orden geométrico. Sin embargo, para tratar de acercar esas verdades matemáticas, axiomas autoevidentes, a la experiencia de los hechos, el papel de la experimentación resulta clave. Los nuevos aparatos no solían estar muy bien definidos, como tampoco lo estaban los objetos de estudio, ni siquiera muchas de las magnitudes a medir. Asimismo, la tecnología de la época presentará no pocas dificultades para establecer unas condiciones iniciales establecidas con precisión, de modo que el experimento diese cuenta de fenómenos semejantes. La figura del experimentum crucis resulta fundamental para tales propósitos. La finalidad es rechazar las teorías rivales y fortalecer la propia. De nuevo aparece el carácter comunitario y dialogante, que, pese a enardecidas polémicas, se convertirá en una característica fundamental de la ciencia.

3.1.- Óptica

Dos diferentes teorías sobre la naturaleza de la luz, la corpuscular (de corte atomista, mecanicista, por tanto, cartesiano) y la ondulatoria (secundada por Huygens y Hooke) fueron puestas a prueba en un experimentum crucis llevado a cabo por Isaac Newton. Gracias a la amplitud de la habitación donde realizó el experimento (a pesar de las dificultades que generaba en torno a la reproducibilidad), tras el paso por el primer prisma, el rayo de luz se refractaba, pero a través de un segundo prisma, aparecían los grados de refracción. Los colores formaban parte del rayo de luz, como propiedades inmanentes, objetivas, naturales. La argumentación de Newton deriva en la naturaleza corpuscular de la luz. Como los colores son propiedades, la luz ha de ser una substancia, lo que le lleva a adoptar una concepción de substancia similar a la cartesiana; por tanto, no pueden detentar un carácter ondulatorio, pues en ese caso no podrían albergar propiedades. Vemos que todavía rige el modelo ontológico aristotélico según el cual los accidentes son en las substancias. Sin embargo, cuando Newton habla de rayos de luz, no queda clara su naturaleza, generando una cierta ambigüedad en torno a la posible adscripción a una teoría corpuscular u ondulatoria, a pesar de finalizar abogando por el modelo de partículas en base a la concepción de substancia. Hooke le criticará arguyendo que no hace otra cosa que salvar los fenómenos de los colores. Por su parte, Leibniz, en la misma onda (nunca mejor dicho), dirá que Newton formula (a priori) la luz como un cuerpo. En la edición latina de la Óptica, Newton reniega del mecanicismo y colma la vacuidad del siguiente modo: “los espacios vacíos de materia están llenos de Dios (…) que los mueve son su Voluntad”20. Sin embargo, Newton, obviamente, no las tenía todas consigo, pues aquellas lagunas, por mucho que estuviesen formadas por Dios, precisaban una explicación física. El inglés se empeñaba en estudiar los diferentes resultados experimentales para buscar una causa no meramente especulativa (diríase metafísica-leibniziana). Ahora bien, el principal problema del éter será que funciona mecánicamente (a pesar de ser -y seguir siendo- establecido por Dios, obviamente).
 

        3.2. Gravitación

La causa de la gravedad no llegará a determinarse, pues, a fin de cuentas, ningún experimentum crucis otorga preeminencia a una hipótesis concreta. Sin embargo, no cabe duda de la brillante resolución matemática de la teoría, que Newton no logrará en otras obras como en la Óptica, dada la complejidad fenoménica de la electricidad y/o el magnetismo. Mas la principal crítica que recibirá Newton será en torno al cariz hipotético, diríase de corte mágico: “planteada sin más como una expresión matemática, les parecía, en el fondo, un retorno a las simpatías y antipatías ocultas del naturalismo renacentista”21. Por tanto, Newton se “limitó” a las matemáticas, a los ámbitos experimentales en torno a fuerzas y movimientos. La causa de la gravedad dormitaba en el profundo pozo de las hipótesis… por lo que, una vez más: non figo.

Regresando a las relaciones con Bentley, Newton consideraba demasiado hipotética la idea de la acción a distancia del teólogo como causa de la gravedad, pues, también podría postularse como causa de otros fenómenos, lo que supondría un grave problema en torno a la indeterminación y al flirteo con el carácter metafísico-hipotético. Reiteremos las verdaderas intenciones: “El proyecto newtoniano (…) era deducir las leyes matemáticas de las fuerzas a través del estudio de los fenómenos”22. Como es sabido, Newton deja sin resolver la causa de la gravedad, al hilo de su afirmación de hypotesis non figo. Incluso, en una carta dirigida a Richard Bentley, comenta: “Habla usted a veces de la gravedad como algo inherente y esencial a la materia. Le ruego que no me atribuya a mí esa idea, pues no pretendo saber cuál sea la causa de la gravedad, y, por tanto, llevaría más tiempo tratar de ella” 23.

Kepler fue el primero en agenciar una causa a la gravedad, el magnetismo, pues Galileo se había limitado a la descripción, que no es sino un encogerse de hombros ante el problema de la explicación. Posteriormente, “los newtonianos británicos (…) se limitaban a mencionar la existencia de una “virtud magnética”, eludiendo -como en el caso de la gravitación- la cuestión de su mecanismo”24. En Newton aparece un grave problema bifronte: por un lado, el funcionamiento del éter, de carácter mecánico, se acerca peligrosamente al cartesianismo catalogado como ateo; por otro, el vacío, la acción a distancia, se aleja de la explicación científica y puede asociarse con un postulado metafísico hipotético de corte leibniziano que se sitúa como fundamento sin ningún tipo de prueba experimental. En ese sentido, la obra newtoniana es ciertamente ambigua, generando una doble herencia que “cabría calificar de mecanicista y de materialista. En el primer caso se consideraban átomos y fuerzas a distancia a través del vacío; en el segundo, la intervención de un éter sutil”25. En cuanto a fuerza y acción a distancia, veamos el punto siguiente referido a la alquimia.
 

        3.3.- Alquimia

“Se sabe que hacia 1669 se entregó seriamente a la alquimia y que hacia 1672 se hallaba enfrascado en investigaciones teológicas urgidas por la necesidad de ordenarse como clérigo anglicano si no quería abandonar el Trinity College”26. La naturaleza como un organismo, en cierto modo, resonaba al paradigma aristotélico. Mas, por el otro extremo, amenazaba el determinismo mecanicista cartesiano, el mundo maquinal-ateo. La alquimia se encontraba en las sombras del currículum de la filosofía natural, pero Newton la utiliza siempre en aras a su objetivo final, que no es otro que el de explicar la naturaleza. Así pues, la alquimia supone un nexo entre la Teología y la Física-matemática, en cuanto búsqueda de los principios activos de la materia (esos que el estoicismo había reducido a mera pasividad) que dependerán finalmente de Dios. “Todas las especies de substancias tienen una raíz común (…), existe un agente activo, asociado a la magnesia, que recibe como un talismán los principios vivificantes celestes”27. He ahí la protoquímica que aparecía de la mano de Paracelso dos siglos antes y que fue adquiriendo carácter científico en torno a la nueva física experimental, con aplicaciones médicas. Médico también era el autor de una obra fundamental, De magnete (1600), de William Gilbert, al que “las fuerzas magnéticas le parecían pertenecer al reino de lo animado más que al ser puramente material”28. Incluso Kepler enlazará ahí su explicación de la causa de la gravedad, con las fuerzas de atracción y repulsión entre el Sol y los planetas, donde aparecen los conceptos de fuerza y el problema de la acción a distancia que dará a lugar a acaloradas controversias entre mecanicistas y voluntaristas y al problemático protagonismo del éter newtoniano.
 

4.- Conclusiones

La figura de Newton resulta fundamental tanto por sus aportes como por sus ambigüedades. No siempre se aprende más del error que de la confusión, contraviniendo las célebres palabras de Francis Bacon, dado el contexto científico de la segunda mitad del siglo XVII y principios del XVIII, donde se estaban conformando los modos conceptuales para fundamentar la cohesión entre teoría y práctica, la ciencia tal y como la comprendemos hoy en día. La diversa correspondencia que mantuvo Newton a lo largo de su vida (sea directamente o bien a través de representantes) con diferentes contertulios otorgan un nuevo carácter a la ciencia. El compromiso con la explicación de la naturaleza aparece de la mano de la experimentación. Se construye un espíritu crítico, dialógico e integrador (véase: la física terrestre de Galileo junto a la celeste de Kepler dentro de un mismo sistema). Sin embargo, en el continente, el cartesianismo mecanicista corpuscular regirá hasta que algunas figuras, como Voltaire y Emilie du Chatelet, desafíen el paradigma vigente en Francia y encuentren en Newton una firme alternativa a la idea de la extensión como esencia de los cuerpos y otros postulados análogos. También en el continente se llevará a cabo la matematización de las fórmulas newtonianas, destacando Leonard Euler. En cuanto al impacto sobre el terreno filosófico, en las islas británicas surgirá la corriente empirista (Locke, Hume) de la mano de la filosofía experimental y, medio siglo más tarde, Kant, a su vez influenciado por Euler, recogerá el espíritu newtoniano en su sistema filosófico, suponiendo un punto de inflexión en la historia de la filosofía occidental. No obstante, el alemán mantendrá un espíritu crítico y le objetará diferentes puntos, como el caso del concepto de espacio. Lo absoluto / trascendente newtoniano se convertirá en trascendental kantiano, que poco tiene que ver con aquél, centrándose en las condiciones de posibilidad de la sensibilidad que otorga el sujeto racional a priori. Mas no debemos olvidar al último Kant del Opus Postumum, quien regresa al éter y lo presenta como candidato de toda condición de posibilidad física, que ya no metafísica. En resumen, Newton conduce un navío a través de un río no demasiado profundo. Ha de tratar de que el barco no se acerque demasiado a ninguna de las dos orillas so pena de encallar. Una de las orillas representa el plano meramente lógico-matemático (determinista, diciéndolo con Kant: a priori); la otra orilla, el plano físico (experimental, a posteriori). Como en el mito platónico del carro alado, el auriga, en este caso Dios, ha de evitar los extremos que implicarían un excesivo flirteo, bien con el ateísmo (mecanicismo, sin espacio para la voluntad divina), bien con la indeterminación, el triunfo del azar y la ausencia de toda ciencia (el paroxismo del voluntarismo y la disolución de Dios).


 

5.- Bibliografía


Descartes, R. (2005). Meditaciones metafísicas. Madrid: Alianza.

Fisher, S., "Pierre Gassendi", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Spring 2014 Edition), Edward N. Zalta (ed.).URL = <https://plato.stanford.edu/archives/spr2014/entries/gassendi/>.

Janiak, A., "Newton’s Philosophy", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2019 Edition), Edward N. Zalta (ed.).URL = <https://plato.stanford.edu/archives/win2019/entries/newton-philosophy/>.

Kant, I. (1991) Transición de los principios metafísicos de la ciencia natural a la física. Opus postumum. Barcelona: Anthropos.

Koiré, A. (2015). Del mundo cerrado al universo infinito. Madrid: Siglo XXI.

La polémica Leibniz Clarke (1980). Madrid: Taurus.
 

Leibniz, G.W. (1983), Monadología. Barcelona: Orbis.
 

Sellés, M. (2019). Introducción a la historia de la cosmología, Madrid: UNED.

Solís, C. (1987). La fuerza de Dios y el éter de Cristo: La explicación de la interacción a través del espacio en la filosofía de la naturaleza de Newton. Sylva Clius, Año 1, nº 2, pág. 51-80.

Solís, C. y Sellés, M. (2013). Historia de la Ciencia. Barcelona: Espasa.


NOTAS

1 Este manuscrito no llegó a publicarse porque quedó sin finalizar, por lo que no puede datarse de una forma precisa. Pero sí recoge el espíritu moderno y crítico de las intenciones de Newton. “It indicates the depth of Newton’s interest in Cartesian ideas in metaphysics and natural philosophy”.

Fuente: Janiak, Andrew, "Newton’s Philosophy", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2019 Edition), Edward N. Zalta (ed.). URL = <https://plato.stanford.edu/archives/win2019/entries/newton-philosophy/>.

2 Newton dirige a Locke una carta (“Two Notable Corruptions of Scripture”) en la que escribe: “The original version of Christianity was corrupted beginning in the 4th century by the introduction of the doctrine of the Trinity”.

Fuente: Janiak, Andrew, "Newton’s Philosophy", The Stanford Encyclopedia of Philosophy (Winter 2019 Edition), Edward N. Zalta (ed.). URL = <https://plato.stanford.edu/archives/win2019/entries/newton-philosophy/>.

3 En el citado artículo sobre Newton de la Enyiclopedia Standford se concreta el origen del término: “at a meeting of the British Association for the Advancement of Science in June of 1833, the Cambridge philosopher William Whewell coined the word ‘scientist’”.

4 C. Solís y M. Sellés, Historia de la ciencia, Espasa, Barcelona, 2013, pág. 619.

5 M. Sellés, Introducción a la historia de la cosmología, UNED, Madrid, 2019, pág. 166.

6 Véase el artículo de la Enciclopedia Standford sobre Gassendi: “Newton reveals various interests in Gassendist themes, dating to an early reading in his student days (see the Trinity Notebooks)”. Asimismo, la adopción instrumental del atomismo: “In the spirit of Boyle, though, Newton tends to treat his matter theory as instrumentally useful rather than as a universal hypothesis in search of further instances”.

7 A. Koiré, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI, Madrid, 2015, pág. 133.

8 M. Sellés, Introducción a la historia de la cosmología, UNED, Madrid, 2019, pág. 165.

9 C. Solís, La fuerza de Dios y el éter de Cristo, 1987, Sylva Clius, Año 1, nº 2, pág. 52.

10 A. Koiré, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI, Madrid, 2015, pág. 161.

11 C. Solís, La fuerza de Dios y el éter de Cristo, 1987, Sylva Clius, Año 1, nº 2, pág 65.

12 A. Koiré, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI, Madrid, 2015, pág. 209.

13 Obviamente, dejando a un lado los problemas de asociar a Dios, per se trascendente, con la inmanencia, pues nos situamos en una investigación de corte científico.

14 El dios cartesiano sería como el motor inmóvil aristotélico, mas añadiéndole el factor Creador.

15 Pese a las enormes distancias conceptuales que los separan, en muchos lugares se ha visto su concepción de la materia como energía un claro precedente de la afamada fórmula de Einstein (E=mc2).

16 G. W. Leibniz, Monadología, Orbis, 1983, Barcelona, p. 36.

17 De ahí su simplicidad, pues no hay cambio como en el caso del ser en potencia y el ser en acto aristotélicos, ya que su ser en potencia y su ser en acto son indistinguibles: Dios es el Ser autoejecutable.

18 C. Solís y M. Sellés, Historia de la ciencia, Espasa, Barcelona, 2013, pág. 620.

19 Ibídem, pág. 627.

20 C. Solís, La fuerza de Dios y el éter de Cristo, 1987, Sylva Clius, Año 1, nº 2, pág. 67.

21 M. Sellés, Introducción a la historia de la cosmología, UNED, Madrid, 2019, pág. 177.

22 C. Solís y M. Sellés, Historia de la ciencia, Espasa, Barcelona, 2013, pág. 622.

23 A. Koiré, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI, Madrid, 2015, pág. 167.

24 C. Solís y M. Sellés, Historia de la ciencia, Espasa, Barcelona, 2013, pág. 660.

25 Ibídem, pág. 623.

26 C. Solís, La fuerza de Dios y el éter de Cristo, 1987, Sylva Clius, Año 1, nº 2, pág. 60.

27 Ibídem, pág. 61.

28 A. Koiré, Del mundo cerrado al universo infinito, Siglo XXI, Madrid, 2015, pág. 127.

 

 

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