QUIÉNES ERAN ELLAS EN LA EDAD MEDIA
Luis Fernández-Castañeda
Con motivo del día internacional de la mujer, la universidad de Granada ha organizado una serie de conferencias, aún en curso, entre las que queremos destacar la de la profesora del Departamento de Semíticas, Carmen Caballero, titulada El saber y la práctica médica de las mujeres en la Edad Media.
En principio, se trata de un tema muy especializado que puede parecer de difícil divulgación, aunque el aforo de la conferencia indicaba -con razón, como luego se verá- que no iba a ser así. La profesora Caballero comenzó exponiendo en un tono suave, amigable y receptivo, los pormenores de su investigación. Pero a medida que avanzaba en sus ideas, el tema empezó a cobrar sus verdaderas dimensiones, y los oyentes comenzaron a clavarse en sus butacas, desatentos a todo menos a esa voz que, entre sonrisas, explicaba cómo la historia de la medicina había olvidado con plena intención la labor de las mujeres. Utilizando su saber médico, eso sí, apuntando sus prácticas terapéuticas, pero callando sus nombres, minusvalorando sus contribuciones, negándoles el reconocimiento oficial. Y muy especialmente, a las médicas judías y musulmanas, pero desde luego no en exclusiva.
A partir de este momento, la conferenciante ofició de Sherlock Holmes, y nos contó cómo había podido averiguar la presencia de mujeres en los textos médicos, de qué modo podía saberse o colegirse que el autor era en realidad una autora, o que quien escribía el tratado médico se refería a determinadas mujeres. Una labor detectivesca que, tratándose de la Edad Media, no sabe de naciones ni de lenguas; donde se investiga un manuscrito italiano escrito en hebreo, una traducción catalana de un texto latino, o una acotación provenzal a una traducción árabe. En este esplendor babélico, con infinita paciencia, apoyándose en investigadoras pioneras como Mónica Green, Montserrat Cabré o Lola Ferre, la conferenciante nos participó alguno de sus hallazgos, algunas de sus conclusiones, siempre provisionales.
Lo que quizá más llamó la atención fue la magnitud de este olvido doloso. Cuando comienzan a fundarse las universidades por toda Europa (grosso modo siglo XIII), la mujer queda poco a poco apartada de la práctica médica, ya que para ello se exige un título al que no le está permitido acceder. Esto no quiere decir que no continúen cuidando de todos en la casa, ni que dejen de actuar como comadronas, parteras o sanadoras, pero será ya en una posición completamente subordinada y dependiente del beneplácito de la medicina oficial. Sin embargo, su influencia puede rastrearse en los textos e incluso en las ilustraciones de los manuscritos. Pero aun sabiendo esto, duele ver cómo esta estrategia patriarcal triunfó, y de qué manera. Las mujeres, las cuidadoras por excelencia, las que habían desempeñado este papel desde tiempos inmemoriales, quedaban olvidadas para la historia de la medicina. Primero, se les adjudicó el papel de cuidadoras de la familia. Después, se excluyó su saber-cuidar del saber oficial, universitario, acreditado, y finalmente se acabó por excluirlas de la práctica médica. Todo “en teoría”, porque en la práctica siguieron ejerciendo el papel que la sociedad patriarcal les había asignado.
Recuperar esos nombres de mujeres, aunque en muchos otros casos solo sepamos que eran mujeres, supone reescribir la historia de la medicina, pero también poner en valor la transmisión del conocimiento femenino. Un conocimiento minusvalorado por los estamentos oficiales que siempre han sido, un conocimiento antiguo y persistente, que resiste al poder, al desprecio y a la impotencia -en esto tan parecido a la historia judía-, y que hoy brilla más bien, en medio de esta oscuridad general, como germen de un futuro que buscamos casi con desesperación en medio de tantas distopías.
De esta forma, Carmen Caballero hizo uno de los homenajes más válidos que se pueden hacer a este día internacional de la mujer: sin retórica, sin violencia verbal, sin afán polémico. Escueta, ceñidamente.