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FREUD Y EL PSICOANÁLISIS COMO CRÍTICA DE LA CULTURA OCCIDENTAL

Simón Royo Hernández

 

 

            INTRODUCCIÓN: 

            A) El psicoanálisis y los caminos de la Ilustración. 

            En primer lugar es necesario hacer una observación: en principio Freud no critica a la cultura occidental, sino que la psicoanaliza y nos ofrece los resultados de la aplicación del análisis a los fenómenos colectivos; luego, dados los resultados de su análisis de la cultura, descalifica aquellas instancias que se han demostrado contrarias y hostiles a la evolución de la cultura y propone otras favorables. Se concibe a sí mismo como un renovador de la cultura que colabora al progreso de la humanidad, como uno de esos autores, paladín de la inteligencia, en lucha eterna contra los prejuicios y en eterna búsqueda de la verdad. Otra cuestión es que ciertos elementos tradicionales de la cultura hayan salido malparados ante la investigación psicoanalítica y que por tanto se sientan criticados y amenazados por los estudios psicoanalíticos. 

            El término crítica, por tanto, no debe entenderse en el sentido peyorativo habitual, sino en el más específico sentido kantiano que entiende la crítica como sinónimo de investigación. Análisis que al igual que el kantiano, pretende traspasar los límites de una disciplina anclada en la tradición y avanzar en el campo del conocimiento. 

             De la investigación profunda de la compleja mente humana Nietzsche pasa al análisis de la cultura, de un modo que preludia el método psicoanalítico.  

            En Humano demasiado humano (I,5) Nietzsche habla del hombre primitivo como de alguien que creía en la realidad del mundo de los sueños, creencia de la que procede a su entender el surgimiento de la metafísica y de todas las creencias en los espíritus y en los dioses. 

            También en la obra antes citada, en el parágrafo titulado 'Sueño y civilización' (I,12), Nietzsche afirma que el sueño es un estado que "nos recuerda estados anteriores de la humanidad, en que la alucinación afectaba de vez en cuando al mismo tiempo a comunidades enteras, a pueblos enteros". De ese modo -llega a decir- idearon los antiguos la Mitología.  

            Y en el parágrafo 13 de la misma obra ('La lógica del sueño'), reincide Nietzsche en este punto al decir: "Creo que, del mismo modo como razona hoy el hombre cuando sueña, razonaba la humanidad incluso durante la vigilia, a lo largo de muchos miles de años... el sueño nos conduce a lejanos estados de la civilización humana y pone en nuestras manos un medio para entenderlos".  

            El hombre es una parte de la cultura que se rige por una máxima hedonista, -dirá Nietzsche en consonancia con Freud- la evitación del dolor y la consecución del placer. (Cfr.H.D.H.II,99,103). Y por otra parte, Nietzsche muestra su afinidad con el procedimiento psicoanalítico posterior, al revelar el origen del pudor (H.D.H.II,100) en todos sus aspectos y especialmente del pudor en las relaciones sexuales, en la pervivencia de un "tabú" primitivo que subsiste bajo el manto de la cultura.  

            También en Aurora (IV,312) Nietzsche prefigura toda la investigación psicoanalítica entorno a la cultura al declarar en el fragmento titulado "los olvidadizos" que "En las explosiones de la pasión y en los delirios del ensueño y de la locura el hombre reconoce su historia primitiva y la de la humanidad;... Su memoria se retrotrae a un pasado muy lejano, mientras que su estado civilizado se ha desarrollado, por el contrario, a partir del olvido de estas experiencias primitivas"... Afirmaciones en las que se pone de manifiesto que ya Nietzsche comprende la necesidad de una interpretación analítica que arroje luz sobre el hombre y la cultura. Reflexiones en las que ya entiende el olvido en sentido freudiano como un mecanismo de defensa del ego (H.D.H.II,92), y como devenir inconsciente, es decir, permanecer en una región de la mente inexplorable por la conciencia pero determinante para ella. 

            Aunque Freud no leyó a estos autores hasta una edad muy avanzada, según su propia afirmación, intentando permanecer libre de influencias; en su Autobiografía[1], no deja de señalar la intensa afinidad que tiene el psicoanálisis con el pensamiento de Schopenhauer y Nietzsche. Es evidente que nos encontramos ante una serie de pensadores de un mismo signo, que por diversos caminos, han ido desvelando el mundo del más allá de la conciencia y se han enfrentado sucesivamente a los prejuicios del más acá de la conciencia. Una serie de pensadores que podríamos englobar en la corriente ilustrada cuyo vértice se encuentra en Freud, continuando en el pensamiento actual. 

            Thomas Mann se inspirará en Freud y en el psicoanálisis plasmándolos en sus narraciones literarias. En 'Die Zauberberg' (La Montaña Mágica), el profesor Krokovsky encarna claramente la figura de Freud, que es juzgada por Settembrini, el personaje más afín a Thomas Mann, del siguiente modo: "El análisis es bueno como instrumento de progreso y de civilización, bueno en la medida en que destruye convicciones estúpidas, disipa prejuicios naturales y busca la autoridad; en otros términos: en la medida en que libera, afina, humaniza y prepara a los siervos para la libertad" (MM, cap.V,p.238). 

            Realmente hoy apenas nos hacemos ya una idea de la afrenta revolucionaria que para toda la psicología académica y para todos los hábitos filosóficos, constituyó la aparición del psicoanálisis. 

 

            B) De la sexualidad a la Cultura. 

            El psicoanálisis se enfrenta a esa identidad reduccionista entre lo psíquico y lo consciente, y manifiesta la existencia de un pensamiento inconsciente y una voluntad inconsciente en todo hombre e incluso en la colectividad. Si Galileo situó al hombre en el lugar que le corresponde en el Cosmos y Darwin en el que ocupa en la Naturaleza, es Freud quien le asigna su lugar real en la Cultura. 

            En segundo lugar tenemos la afirmación freudiana de que determinados impulsos instintivos, que únicamente pueden ser calificados de sexuales, desempeñan un papel fundamental en el surgimiento de las enfermedades nerviosas y psíquicas, y que además, influyen de manera nada despreciable, en la evolución del individuo y de la sociedad, y en la génesis de las más altas creaciones culturales, religiosas, artísticas y sociales del ser humano.

            De esto último se sigue que la Cultura ha sido creada obedeciendo al impulso de las necesidades vitales y a costa de la satisfacción de los instintos, y que es continuamente creada de nuevo, en gran parte, del mismo modo, pues cada individuo que entra en la sociedad humana repite, en provecho de la colectividad, el sacrificio de la satisfacción de sus instintos. Entre las fuerzas instintivas así sacrificadas desempeñan un importantísimo papel los impulsos sexuales, que son objeto de una sublimación; es decir, que son desviados de sus fines sexuales y dirigidos a fines socialmente relevantes. Pero tal organización resulta muy inestable, ya que los instintos sexuales quedan insuficientemente domados, y en cada uno de aquellos individuos prestos a colaborar en el proceso de civilización, subsiste el peligro de que los instintos sexuales se resistan a semejante trato y ocasionen trastornos de personalidad. 

            Freud resulta un pionero en materia de sexualidad pues critica la identificación de lo sexual con lo que se conoce en su tiempo por "vida sexual normal"[2], y por tanto critica la consideración de la procreación como el nódulo de la sexualidad. Esto es, se enfrenta a la exigencia de genitalización de la vida sexual impuesta por la ética y la sociedad de su tiempo, mostrándose favorable a la aceptación de otras formas de sexualidad. 

            Y siguiendo esta línea terminará una conferencia pública sobre la sexualidad con las siguientes palabras: (LIP,p.2321): "No hemos ampliado la noción de la sexualidad más que lo imprescindiblemente necesario para incluir en ella la vida sexual de los <<perversos>>[3] y de los niños, o dicho de otra manera, no hemos hecho otra cosa que restituir a dicho concepto su verdadera amplitud. Aquello que fuera del psicoanálisis se entiende por sexualidad es una sexualidad extraordinariamente restringida y puesta al servicio de la procreación; esto es, tan sólo aquello que se conoce con el nombre de vida sexual normal". 

            El psicoanálisis considera la diferencia entre lo normal y lo patológico como una convención que utiliza para la investigación, pero cuyo carácter es variable y está determinado culturalmente en cada sociedad. De ahí que Habermas indique (COIN,p.271), que en el psicoanálisis de una cultura, su normalidad o desviación sólo pueda establecerse bajo la perspectiva evolutiva de <<proceso de la cultura>> en general. 

            Contra el análisis que saca a la luz la sexualidad y su relación con la Cultura se enfrenta una Sociedad, que no quiere que se le recuerde ésta parte, escabrosa, de los fundamentos en los que se basa. Un colectivo que adopta una actitud, que tiende en general a desviar la atención en lo referente a la vida sexual; declarando estéticamente repulsivos y moralmente condenables los hallazgos de la investigación psicoanalítica.[4] 

            Pero es el mismo psicoanálisis quien nos da la clave de su propio rechazo por la sociedad. Este nos dice que dentro de la naturaleza humana se encuentra la aversión ante las ideas que nos causan displacer. Motivo por el que la sociedad, se inclina a considerar como equivocado aquello que nos desagradaría aceptar como cierto; discutiendo, con argumentos en apariencia lógicos y objetivos, pero que proceden en el fondo de fuentes emocionales. 

            No obstante, no se detiene ahí la investigación freudiana. Al comparar la neurosis obsesiva de la patología individual con el fenómeno colectivo de las religiones, dada su análoga referencia a la relación con el padre (complejo de Edipo); se ganaba el inventor del psicoanálisis la enemistad eterna de todos los creyentes.

 

            C) El tránsito de lo individual a lo colectivo. 

            El psicoanálisis no pretende entrañar una concepción particular del universo, ni aspira a formarla. Freud lo presenta como "un método de investigación, un instrumento imparcial, como, por ejemplo, el cálculo infinitesimal". (PI,p.2981). Aunque en su conjunto y atendiendo a las hipótesis más generales de su fundador, tal método pueda ser considerado como una filosofía o un análisis del que se desprende una concepción del mundo. 

            Sin embargo, para evitar la tentación de extraer una filosofía general de las investigaciones particulares, debemos tener presente la advertencia freudiana frente a su análisis del fenómeno religioso que transcribimos a continuación: "Del psicoanálisis, que ha sido el primero en descubrir la constante determinación de los actos y productos psíquicos, no es de temer que se vea tentado de retraer a una sola fuente un fenómeno tan complicado como la religión. Cuando, por deber o por necesidad, se ve obligado a mostrarse unilateral y a no hacer resaltar sino una sola fuente de esta institución, no pretende afirmar que tal fuente sea única ni que ocupe el primer lugar entre las demás. Sólo una síntesis de los resultados obtenidos en las diferentes ramas de la investigación podrá decidir la importancia relativa que debe ser atribuida en la génesis de la religión al mecanismo que a continuación vamos a intentar describir". (TT,p.1810). No podrá, por tanto, tampoco, el psicoanálisis, dar lugar a una concepción general del mundo y, abandonando la idea de filosofía como sistema de la totalidad propuesto por un individuo, resaltará que tal sistema de la totalidad no podrá ser unilateral sino obra colectiva, la filosofía como síntesis de los resultados coherentemente coordinados de las distintas ramas de la investigación científico-racional del universo. 

            Freud entiende por cultura y civilización lo que Marx entendía por sociedad: Todo aquello por lo cual la especie humana se eleva sobre la existencia animal. La cultura toma a su cargo mecanismos que pertenecían exclusivamente a la naturaleza y cumple también la función de autoconservación de la especie al regular las relaciones de los hombres entre sí y tender a la sustitución de la base afectiva de obediencia cultural por una base racional. La cultura no sustituye a la naturaleza ni se le opone en forma dualista, sino que puede incrementar tanto los aspectos destructivos de ésta como los constructivos. El hombre, cuando construye, potencia y es parte del Eros natural, cuando destruye, incrementa y prolonga la acción del instinto de muerte propio de la naturaleza.  

            El tránsito psicoanalítico de lo individual a lo colectivo lo da Freud en virtud de un gran número de analogías entre el devenir del desarrollo psíquico del individuo y la evolución de la colectividad y la cultura. Freud emprende la transición desde la actividad psíquica del individuo a las funciones psíquicas de comunidades humanas y pueblos, e incluso de la entera Humanidad, consideradas de forma organicista; esto es, desplaza sus descubrimientos en la psicología individual a la psicología colectiva, encontrando una muy alta analogía o semejanza entre ambos procesos.  

            Entre dichas analogías se encuentra la coincidencia entre la psicología de los primitivos, los sueños del adulto, y la psique de los niños y los neuróticos, estableciendo una relación entre la evolución psíquica que sigue el individuo desde la infancia hasta la madurez y la evolución de la cultura desde las edades prehistóricas del hombre primitivo hasta la civilización occidental contemporánea. El proceso histórico mundial de socialización y progreso es comparable al proceso individual de socialización.  

            En tanto que la presión de la realidad exterior y de ésta introyectada sea todopoderosa y sea débil la organización del yo, la renuncia a los instintos sólo podrá ser puesta en pie por las fuerzas de la afectividad. Y por eso la especie encuentra para su defensa soluciones colectivas que se asemejan a las soluciones neuróticas a nivel individual. Las mismas constelaciones que mueven a los particulares hacia la neurosis empujan a las comunidades a la creación de sus instituciones.  

            En tales planteamientos, Freud no hace sino aplicar a su campo los descubrimientos más recientes de su tiempo, en relación con la investigación en materia de biología. Ernst Haeckel presentó, en su <Morfología General> (1866), La primera formulación de la que se convertiría posteriormente en la <ley fundamental biogenética>(biogenetisches Grundgesetz); que se enuncia en estos términos: "La ontogenia es la recapitulación abreviada y rápida de la filogenia, regida por las funciones fisiológicas de la herencia (reproducción) y de la adaptación[5] (nutrición). El individuo orgánico, durante el curso breve y rápido de su desarrollo individual, repite las más importantes variaciones de forma a través de las que pasaron sus antepasados en el transcurso lento y largo de su desarrollo paleontológico, conforme a las leyes de la herencia y de la adaptación". Según la ley enunciada por Haeckel hay un paralelismo entre ontogénesis -desarrollo del individuo de una especie- y la filogénesis -desarrollo de la correspondiente especie-. Conceptos que pertenecen hoy día al lenguaje técnico de numerosas disciplinas de investigación. Las ideas de Haeckel, quien acuñó los términos <Ontogenie> y <Philogenie>, alcanzaron gran difusión tras la publicación del Origen de las especies de Darwin (1858).  

            En ésta misma línea hermenéutica de analogicidad entre lo individual y lo colectivo a Freud se le plantea la semejanza entre los actos obsesivos de algunos enfermos y las prácticas de los creyentes del mundo entero. Algunos casos de neurosis obsesiva parecen manifestaciones de una religiosidad privada, de manera que pueden compararse las religiones con una neurosis obsesiva, mitigada por su generalidad, y ésta con la psicología arcaica del hombre primitivo, donde tiene su fuente histórico-genética.  

            La religión actual del hombre común es una transformación delirante de la realidad, está compuesta de ilusiones, es decir, de realizaciones imaginarias de deseos que proporcionan un alivio psíquico al individuo. A nivel colectivo la religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, un rasgo de infantilismo, que debe ser contrarestado por una educación para la realidad, que lleve a la colectividad hacia la primacía del intelecto. En la neurosis religiosa se produce un fenómeno que Freud estudia junto a la psicología de las masas: el de la pérdida de la individualidad del sujeto sumido en la multitud, bajo el hechizo hipnótico de un caudillo, con quien mantiene una relación libidinal de enamoramiento e identificación. 

            La ontogénesis del fenómeno religioso coincide con la de la cultura, lo que lleva a Freud, a la referencia del sentimiento religioso a la relación con el padre, como su más profunda raíz. En la horda primitiva se reproduce la situación del complejo de Edipo y su ambivalencia afectiva, surgiendo la conciencia moral (el tabú entre los primitivos), génesis de la religión, y de la organización patriarcal y la justicia por la que se rigen las sociedades ya civilizadas. 

            Tanto en el animismo, como en el politeísmo y finalmente en el monoteísmo, se da una proyección del psiquismo, encaminada a recomponer la vivencia primitiva e infantil que conocemos como complejo de Edipo. El camino que sigue la evolución cultural es: animismo, religión y ciencia. Que equivalen en el individuo a infancia (periodo de latencia), adolescencia (pubertad) y madurez. 

            Al comparar la psicología individual y la colectiva, Freud señala que el animismo corresponde al narcisimo (fase oral y anal), la religión a la elección de objeto (fase fálico-genital) y la ciencia a la adecuación al principio de realidad.  

            El motor capital de la evolución cultural del hombre ha sido la necesidad real exterior (Ananké), que le negaba la satisfacción cómoda de sus necesidades naturales y le abandonaba a magnos peligros. Una negación exterior que le obligó a la lucha con la realidad, lucha cuyo desenlace fue en parte una adaptación y en parte un dominio de la misma, pero también la colaboración y convivencia con sus semejantes (Eros), a lo cual se enlazó ya una renuncia a varios impulsos instintivos (Tanatos) que no podían ser satisfechos socialmente. Con los progresos siguientes de la cultura crecieron también las exigencias de la represión, que ha llegado en nuestros días a niveles difícilmente soportables por el individuo.  

            La civilización se basa, en general, en la renuncia de los instintos, y cada individuo tiene que repetir personalmente en su camino, desde la infancia a la madurez, esta evolución de la Humanidad. El psicoanálisis ha mostrado que son los impulsos instintivos sexuales y agresivos, los que sucumben a esta represión cultural. Parte de ellos integra, la valiosa cualidad de poder ser desviados de sus fines más próximos y ofrecer así su energía, como tendencias "sublimadas", a la evolución cultural. Pero otra parte perviven en lo inconsciente en calidad de impulsos optativos insatisfechos y tienden a lograr una satisfacción. 

            De la introyección de la autoridad paterna (horda primitiva) surge el super-yo individual y colectivo (conciencia moral), principal baluarte de la represión cultural. Pero la excesiva presión del super-yo hace actualmente al individuo infeliz y provoca un malestar en la cultura, que queda aplastada por el sentimiento de culpa. De ahí que Freud abogue por una evolución de la psicología de los pueblos hasta un nivel en el que se puedan satisfacer más los instintos libidinales y soportar mejor la represión. 

            La libido, energía básica sexual, se configura de formas diferentes, se desplaza y se metamorfosea. Se puede orientar o reprimir pero nunca anular. Bajo mil rostros nos la encontramos en todos los dominios del psiquismo: en la infancia y en la madurez, en la salud y en la neurosis, en los ideales y en los sueños. Y bajo mil formas la volvemos a encontrar camuflada bajo todos los dominios de la cultura: en la religión y en el arte, en la ciencia y en la civilización. El instinto sexual se llama amor espiritual cuando la tendencia sexual originaria ha sido desviada, constituyendo lo que Freud denomina tendencias coartadas en su fin.[6] Estas son la materia con la que toma forma la cultura. 

            Ya en su obra de 1913 (Tótem y Tabú) señala Freud la tendencia humana hacia la agresión, descubriendo un instinto homicida en todo ser humano ya implícito en la ambivalencia afectiva, que en 1920 (Más allá del Principio del Placer) llegará a concebir como impulso independiente y autónomo. Un instinto que, siendo originariamente de autodestrucción, es orientado hacia el exterior. Freud lo bautiza con el nombre de instinto de muerte, opuesto al instinto libidinal primordial, a cuya configuración socio-cultural denomina Eros. En su obra de 1930 (El Malestar en la Cultura), Freud presentará el destino de la Humanidad como el resultado impredecible y futuro del enfrentamiento entre estas dos potencias cosmológicas.  

            El instinto de agresividad del ser humano (instinto de muerte), constituye el impulso más hostil a la cultura y debe ser dominado por el instinto erótico (Eros), que debidamente canalizado, proporciona la materia prima de la civilización y la cultura. El Eros tiende a ampliar la cultura en lazos libidinales mientras que el instinto de muerte tiende a disgregarla. 

            Una parte de la actividad mental del hombre está dedicada al dominio del mundo exterior real y otra parte de la creación psíquica se halla consagrada al cumplimiento de deseos, a la satisfacción sustitutiva de aquellos deseos reprimidos que desde los años infantiles viven insatisfechos en el alma de cada cual. A estas creaciones conectadas con el inconsciente pertenecen los mitos, el arte en todas sus manifestaciones (literatura, música, poesía, escultura, pintura), y la religión, también con sus variantes. 

            En cuanto a la religión y el futuro de la cultura, Freud considera a la primera un escollo para la segunda, oscila entre el optimismo y el pesimismo, pensando unas veces que el escollo puede ser superado y otras que la cultura jamás saldrá de la adolescencia para alcanzar la madurez. 

            Como ya hemos venido señalando, Freud estudia los procesos anímicos del individuo desde la infancia a la edad adulta y descubre un paralelismo analógico en el proceso evolutivo de la colectividad. En esta labor halla que la religión puede ser comparada a una neurosis infantil, y en El porvenir de una ilusión (1927) parece lo bastante optimista como para suponer que la Humanidad habrá de dominar esta fase neurótica, del mismo modo que muchos niños dominan neurosis análogas en el curso de su crecimiento y abandonando sus ilusiones, llegan, al guiarse por la razón, a la madurez.  

            Pero en El malestar en la cultura (1930), donde analiza el fenómeno con mayor profundidad, su mirada no puede ser más pesimista: “Mi estudio sobre -El porvenir de una ilusión-, lejos de estar dedicado principalmente a las fuentes más profundas del sentido religioso, se refería más bien a lo que el hombre común concibe como su religión, al sistema de doctrinas y promisiones que, por un lado, le explican con envidiable integridad los enigmas de este mundo, y por otro, le aseguran que una solícita Providencia guardará su vida y recompensará en una existencia ultraterrena las eventuales privaciones que sufra en ésta. El hombre común no puede representarse esta Providencia sino bajo la forma de un padre grandiosamente exaltado, pues sólo un padre semejante sería capaz de comprender las necesidades de la criatura humana, conmoverse ante sus ruegos, ser aplacado por las manifestaciones de su arrepentimiento. Todo esto es a tal punto infantil, tan incongruente con la realidad, que el más mínimo sentido humanitario nos tornará dolorosa, la idea de que la gran mayoría de los mortales jamás podrá elevarse sobre semejante concepción de la vida” (MC,p.17). 

            La agresividad humana (instinto de muerte) representa junto a la ilusión religiosa y los instintos mal dominados, manipulados en las masas, o liberados sin freno, la verdadera oposición a la inteligencia y la Cultura. Factores que sólo pueden ser contrarrestados por el Eros, la potencia vital de cuyo dominio ha surgido la civilización, y por el Logos, la facultad humana residente en el yo consciente a quien corresponde la adecuación del principio del placer con el principio de realidad.  

            Freud se muestra como un defensor de la cultura y la civilización, un hombre que ha tomado partido dentro de la lucha cósmica entre el Eros y el Tanatos, los principios que recoge de Empédocles, a favor del primero; pero a quien, el principio de realidad le impide dar la victoria por segura.  

            Su investigación de la cultura es a la vez teoría y terapia de la cultura, al menos en la medida en que incide en ella, de ahí que finalmente, el psicoanálisis colectivo, como el individual, tenga una dimensión no sólo teórica, sino también terapéutica. La mayéutica del médico de la cultura sólo pretende promover la autorreflexión del enfermo e impulsarlo hacia su evolución natural y al primado de la razón sobre la afectividad.

 

 

            PSICOLOGÍA DE LAS MASAS Y ANÁLISIS DEL YO (1921): EL INDIVIDUO INMERSO EN LA COLECTIVIDAD

            1) El inconsciente colectivo 

            Para Freud la oposición entre psicología individual y psicología colectiva o social no es muy profunda, ya que en la vida anímica individual está siempre integrado <<el otro>>, estando por tanto la primera inmersa dentro de la segunda. Las relaciones que entabla el individuo con su entorno y sus semejantes son ya fenómenos sociales. 

            Son los procesos 'narcisistas' o autísticos, que eluden las relaciones sociales, los que se pueden considerar exclusivos de la psicología individual (PMAY,p.2563), si bien al examinar la relación del caudillo (narcisista que sólo se ama a sí mismo) con la masa, compuesta por lazos afectivos, veremos que el narcisimo es "un importantísimo factor de civilización". 

            Freud suscribe las tesis de Gustave Le Bon acerca del alma colectiva. Según éstas, la multitud humana adquiere el carácter de <<masa psicológica>> y modifica psíquicamente al individuo, siendo la psicología colectiva a quien corresponde estudiar las modificaciones impresas a las reacciones individuales. 

            El individuo inmerso en la masa pierde su personalidad individual y adquiere una grupal que integra a la heterogeneidad de los miembros, un alma colectiva, en palabras de Le Bon, donde predomina el inconsciente social, "la superestructura psíquica, tan diversamente desarrollada en cada individuo, queda destruida, apareciendo desnuda la uniforme base inconsciente común a todos" (PMAY,p.2565). 

            "El individuo que entra a formar parte de una multitud se sitúa en condiciones que le permiten suprimir las represiones de sus tendencias inconscientes. Los caracteres aparentemente nuevos que entonces manifiesta son precisamente exteriorizaciones de lo inconsciente individual, sistema en el que se halla contenido todo lo malo existente en el alma humana" (PMAY,p.2566). En los individuos integrados en una masa desaparecen todas las inhibiciones individuales, mientras permanecen todos los instintos crueles y destructores, residuos de épocas primitivas latentes en el individuo, que buscan su libre satisfacción. No obstante, bajo la influencia de la sugestión, las masas son también capaces del desinterés y del sacrificio por un ideal. 

            "Mientras que el nivel intelectual de la multitud aparece siempre muy inferior al del individuo, su conducta moral puede tanto sobrepasar el nivel ético individual como descender muy por debajo de él" (PMAY,p.2569) 

            Lo "malo" del alma humana no es para Freud sino lo antisocial y anticultural por excelencia. Freud coincide con Le Bon en que el alma colectiva de una multitud se comporta de manera semejante a la vida anímica de los primitivos y de los niños, donde todavía las tendencias instintivas no están suficientemente dominadas. 

            Las características del individuo inmerso en la masa son las siguientes: 1) adquiere un sentimiento de poder ilimitado al liberar sus instintos de la represión de la conciencia moral; 2) queda permeable al contagio mental y contrariamente a su naturaleza sacrifica su interés personal por el colectivo; 3) queda asimismo expuesto a la sugestión, cayendo en un estado de fascinación semejante al del hipnotizado en manos del hipnotizador (aquí el líder o caudillo). La personalidad consciente desaparece, la voluntad y el discernimiento quedan abolidos y queda a merced de sus actividades inconscientes que el hipnotizador maneja a su antojo; 4) sus sentimientos son simples y exaltados, no conocen dudas ni incertidumbres, siendo extraordinariamente influenciable y crédulo. Carece de sentido crítico y lo inverosímil no existe para él; 5) está inclinado a todos los excesos y sólo reacciona ante estímulos emocionalmente muy intensos. 6) da siempre preferencia a lo irreal sobre lo real, pide ilusiones y da más valor a la realidad psíquica que a la realidad objetiva. 

            2) Elementos psicoanalíticos para la comprensión de las relaciones entre el líder y la masa: La identificación, el enamoramiento y la hipnosis.

             Ya hemos visto que el alma colectiva de la multitud coincide con la de los niños, la de la vida onírica y con la de la horda primitiva. En todas ellas las ideas más opuestas pueden coexistir sin estorbarse y sin que surja contradicción entre ellas ni conflicto alguno. Por eso nos dice Le Bon, citado a continuación, en consonancia con Freud: "<<Por el solo hecho de formar parte de una multitud desciende, pues el hombre, varios escalones en la escala de la civilización. Aislado, era quizá un individuo culto; en multitud, un bárbaro. Tiene la espontaneidad, la violencia, la ferocidad y también los entusiasmos y heroísmos de los seres primitivos>>" (PMAY,p.2567). 

            En el curso progresivo de la evolución del niño hacia la edad adulta se va constituyendo una integración cada vez más amplia de su personalidad, esto es, una paulatina reunión y síntesis de sus diversas tendencias, que por ejemplo en la vida sexual, acaban por converger, confluyendo en la organización genital definitiva. "Numerosos ejemplos muy conocidos como el de los investigadores científicos que permanecen creyentes a la Biblia, muestran que la unificación del yo se halla sujeta a las mismas perturbaciones que la de la libido" (PMAY,p.2569, nota: 1542, adición de 1923).   

            Las creaciones del intelecto no son posibles sino al individuo aislado, aunque el alma colectiva es capaz de dar vida a creaciones espirituales de gran calibre como el idioma o los cantos populares. 

            Aquí encuentra Freud la necesidad de distinguir entre las diferentes clases de multitudes. En primer lugar hay que buscar aquello que es común a todas los grupos capaces de engendrar una masa psicológica. Y Freud lo encuentra en la formación de lazos libidinales: "en la esencia del alma colectiva existen también relaciones amorosas (o para emplear una expresión neutra, lazos afectivos)" (PMAY,p.2577), ocultos tras la sugestión. En esta aplicación del concepto de libido al esclarecimiento de la psicología colectiva ve Freud, la particular aportación del psicoanálisis en este terreno. 

            La morfología de las masas que establece Freud distingue sobre la base común de una relación libidinal dos clases de grupos colectivos: 1) las multitudes efímeras, homogéneas (compuestas de individuos semejantes), naturales (que no necesitan de una coerción exterior), primitivas (desorganizadas), y 2) multitudes duraderas, no homogéneas, artificiales y diferenciadas (con un alto grado de organización). 

            De la segunda clase de multitudes pasará a estudiar dos masas artificiales, duraderas y altamente organizadas: la Iglesia católica y el Ejército. En ambas reina "una misma ilusión: la ilusión de la presencia visible o invisible de un jefe (Cristo, en la Iglesia católica, y el general en jefe, en el ejército), que ama con igual amor a todos los miembros de la colectividad" (PMAY,p.2578). Para cada uno de los individuos que componen la multitud católica creyente es Cristo una sustitución del padre, con quien mantienen cada uno una relación libidinal, y es por tanto, cada miembro del grupo para los demás, un hermano, con lo que se establece una segunda relación libidinal. Esta doble relación libidinal es análoga en el ejército: entre el general y los soldados, y entre éstos entre sí.  

            En ambas comunidades se da un "fenómeno fundamental de la psicología colectiva", que consiste en "la carencia de libertad del individuo integrado en una multitud" (PMAY,p.2580). El individuo no es libre atenazado por recios lazos afectivos. El desgarramiento de estos lazos en el ejército puede verse en el "fenómeno del pánico", cuando los soldados recuperan su individualidad y la masa se disgrega. 

            Puesto que los lazos que unen a estas multitudes estables son afectivos, no pueden ver a los individuos que se encuentran fuera de dicha relación más que como enemigos: "aquellos que no forman parte de la comunidad de los creyentes, no aman a Cristo ni son amados por El" (PMAY,p.2581). Por este motivo, toda religión, aunque se autodenomine religión del amor, ha de ser intolerante y cruel para aquellos que no la reconocen. La hostilidad o aversión hacia <<personas extrañas>> es muestra de un narcisismo colectivo que tiende a afirmarse como contrapartida a la anulación del narcisismo individual entre los miembros del grupo. Contra más se odia al extranjero más se ama al conciudadano y menos egoísta se es con él, constituyendo este factor un importante mecanismo de cohesión.

            "La característica de una masa se halla en los lazos libidinales que la entrecruzan" (PMAY,p.2583). Uno de estos mecanismos es la identificación, la forma más temprana y primitiva de enlace afectivo, que también se produce durante el desarrollo del niño, comportándose como una ramificación de la primera fase, la fase oral, en la que ya se produce una ambivalencia afectiva, aquella que surge siempre que existe una hostilidad contra las personas amadas. Durante esta fase, "el sujeto se incorporaba al objeto ansiado y estimado, comiéndoselo, y al hacerlo así lo destruía. Sabido es que el caníbal ha permanecido en esta fase: ama a sus enemigos, esto es, gusta de ellos o los estima para comérselos, y no se come sino a aquellos a quienes ama" (PMAY,p.2585), siendo la "comida totémica" un recuerdo de ésta. 

            El niño llegará a identificarse primero con su padre al que tomará por ideal a imitar queriendo ser como él, luego con la madre en cuanto objeto de sus deseos sexuales, para finalmente encaminarse a la confluencia de ambos enlaces en el complejo de Edipo normal. Vemos que las masas identifican al líder con el padre, que pasa a absorber el ideal del yo de cada miembro. Y que la identificación entre ellos procede de la aptitud a colocarse en la misma situación que los demás, esto es, de la empatía (PMAY,p.2586). 

            Pero en las relaciones entre el caudillo y la masa, ésta sufre también un auténtico enamoramiento, lo que lleva a Freud a explicar también este fenómeno afectivo. 

            Si bien la fuente última del amor es la sexualidad. El amor en general es la síntesis del amor espiritual y asexual con el amor sexual y terreno, apareciendo caracterizada su actitud con respecto al objeto sexual, por la acción conjunta de instintos libres (amor sexual directo) e instintos coartados en su fin (amor espiritual).

            En el enamoramiento se produce el fenómeno de una <<superestimación sexual>> en el que el objeto amado queda sustraído a la crítica. Hay una tendencia a la idealización, pero lo que amamos en los demás es a menudo una proyección de nosotros mismos, ya que en el enamoramiento pasa al objeto una parte considerable de libido narcisista, sirviendo para sustituir un ideal propio y no alcanzado del yo. "Amamos al objeto a causa de las perfecciones a las que hemos aspirado para nuestro propio yo y que quisiéramos ahora procurarnos por este rodeo para satisfacción de nuestro narcisismo" (PMAY,p.2590). El objeto ocupa el lugar del ideal del yo

            Las tendencias sexuales que aspiran a una satisfacción directa pueden sufrir una represión total, como sucede en el adolescente, o en el fenómeno del amor desgraciado o no correspondido, donde "el yo se hace cada vez menos exigente y más modesto, y en cambio, el objeto deviene cada vez más magnífico y precioso, hasta apoderarse de todo el amor que el yo sentía por sí mismo, proceso que lleva, naturalmente, al sacrificio voluntario y complejo del yo" (PMAY,p.2590). El abandono del yo al objeto no se diferencia aquí al abandono sublimado a una idea abstracta. 

            "En el amor compartido cada satisfacción sexual es seguida de una disminución de la superestimación del objeto". De ahí que la máxima abnegación amorosa sólo surja cuando las tendencias sexuales no permanecen sino que son coartadas en su fin. Estas últimas son las relaciones que crean lazos más duraderos, ya que "el amor sensual está destinado a extinguirse en la satisfacción", y para poder durar, tiene que hallarse asociado a componentes puramente "tiernos", esto es, coartados en sus fines. Por eso Freud considera que las tendencias sexuales directas son desfavorables para la formación colectiva e incluso para la cultura, pues ambas proceden de la energía sustraída a la sexualidad y orientada hacia fines socialmente relevantes.

            La diferencia entre la identificación y el enamoramiento reside en que en el primer caso el yo se enriquece con las cualidades del objeto, se lo <<introyecta>>, y en el segundo se empobrece, dándose por entero al objeto. 

            Freud pasa a estudiar también el proceso de la hipnosis para arrojar luz sobre las relaciones entre el caudillo y la masa, ya que "del enamoramiento a la hipnosis no hay gran distancia" (PMAY,p.2591). 

            El hipnotizado respecto al hipnotizador da las mismas pruebas de docilidad y abnegación que el enamorado respecto a su objeto. "La total ausencia de tendencias con fines sexuales no coartados contribuye a garantizar la extrema pureza en los fenómenos. La relación hipnótica es un abandono amoroso total con exclusión de toda satisfacción sexual, mientras que en el enamoramiento dicha satisfacción no se halla sino temporalmente excluida y perdura en segundo término, a título de posible fin ulterior" (PMAY,p.2591). Para Freud la relación hipnótica es como "una formación colectiva constituida por dos personas". La hipnosis "nos presenta aislado un elemento de la complicada estructura de la masa -la actitud del individuo de la misma con respecto al caudillo-" (PMAY,p.2591).    

            Pero la influencia sugestiva o hipnótica es ejercida no sólo por el caudillo sobre todos los individuos de la masa, sino también por cada uno de éstos sobre los demás, descubriéndosenos también el fenómeno de la sugestión recíproca.

 

            3) El instinto gregario: la psicología de las masas y la horda primitiva. 

            Los numerosos lazos afectivos dados en la masa explican el descenso del individuo a la categoría de unidad integrante de la multitud. Y ésta considerada como totalidad presenta aún otros caracteres, ya expuestos con Le Bon, que representan una regresión de la actividad psíquica a una fase anterior, semejante a la de los niños y los primitivos. 

            Esto nos recuerda -dirá Freud- "cuán numerosos son los fenómenos de dependencia en la sociedad humana normal... y hasta que punto se encuentra dominado el individuo por las influencias de un alma colectiva, tales como las propiedades raciales, los prejuicios de clase, la opinión pública, etc." (PMAY,p.2593)

            El instinto gregario se traduce en nuestra sociedad a la exigencia desde la educación escolar en "la justicia y el trato igual para todos", que responde a una reacción psíquica, que viene a decir: "ya que uno mismo no puede ser el preferido, por lo menos que nadie lo sea" (PMAY,p.2594). 

            Y Freud nos pone ejemplo en la multitud de muchachas románticamente enamoradas de un cantante: "cada una de ellas podría experimentar justificadísimos celos de las demás; pero dado su número y la imposibilidad consiguiente de acaparar por completo al hombre amado, renuncian todas a ello... Rivales al principio, han podido luego identificarse entre sí por el amor igual que profesan al mismo objeto" (PMAY,p.2595). 

            Manifestaciones que encontramos en la sociedad con el nombre de compañerismo, l'esprit de corps de los soldados, etc, "se derivan incontestablemente de la envidia primitiva". Nadie debe querer sobresalir. "Esta reivindicación de la igualdad es la raíz de la conciencia social y del sentimiento del deber" (PMAY,2595). Freud señala que <<la angustia de infectar>> de los sifilíticos derivada de la tendencia inconsciente a extender su enfermedad, hoy podríamos añadir también a los que padecen Sida, descansa en este mismo fenómeno de la igualación. "Así, pues, el sentimiento social reposa en la transformación de un sentimiento primitivamente hostil en un enlace positivo" (PMAY,p.2595). 

            A propósito de las dos masas artificiales, la Iglesia y el Ejército, hemos visto que su condición previa es la de muchos iguales capaces de identificarse entre sí y bajo un jefe. Con lo cual vemos que más que un animal gregario es el hombre un animal de horda; esto es, un elemento constitutivo de una horda conducida por un jefe. 

            Las masas humanas muestran un cuadro idéntico al de las hordas primitivas tal y como Freud las concibió en Tótem y Tabú, a partir de la hipótesis de Darwin, y corresponden por tanto a un estado de regresión a una actividad anímica primitiva. "Así como el hombre primitivo sobrevive virtualmente en cada individuo, también toda masa humana puede reconstruir la horda primitiva" (PMAY,p.2596). 

            Desde el principio hubo de haber dos psicologías, la individual y la de la masa, la del caudillo y la de los súbditos. El caudillo poseía un fuerte narcisimo, se amaba sobre todo a sí mismo y a los demás en cuanto satisfacían sus necesidades. 

            Pese a ser el caudillo absolutamente narcisista, "los individuos componentes de una masa precisan todavía actualmente de la ilusión de que el jefe los ama a todos" por igual. Aquí Freud contempla el "narcisismo" como un "importantísimo factor de civilización", dada su tesis del origen de las religiones, pues afirma que "el padre de la horda primitiva no era aún inmortal, como luego ha llegado a serlo por divinización" (PMAY,p.2597).            

            En la Iglesia y el Ejército se mantiene la misma ilusión de que el jefe les ama a todos por igual, pero "esto no es sino la transformación idealista de las condiciones de la horda primitiva, en la que todos los hijos se saben igualmente perseguidos por el padre, que les inspira a todos el mismo temor" (PMAY,p.2598). 

            En el caudillo es aún amado y temido el padre primitivo y la masa quiere ser dominada, ávida de autoridad, tiene una inagotable sed de sometimiento. O como dijera M. Foucault en su Microfísica del poder: "las masas, en el momento del fascismo, desean que algunos ejerzan el poder, algunos que, sin embargo, no se confunden con ellas, ya que el poder se ejercerá sobre ellas y a sus expensas, hasta su muerte, su sacrificio, su masacre, y ellas, sin embargo, desean este poder".[7] 

            El padre primitivo es el ideal de la masa que sustituye al ideal del yo de todos los individuos que la componen. En la sociedad actual "cada individuo forma parte de varias masas; se halla ligado, por identificación, en muy diversos sentidos, y ha construido su ideal del yo conforme a los más diferentes modelos" (PMAY,p.2600). Participa en muchas almas colectivas: "la de su raza, su clase social, su comunidad confesional, su estado, etc.", masas artificiales en las que se observa un efecto uniforme y duradero. Es en las masas efímeras, superpuestas a las otras, "en las que se observa el milagro de la desaparición completa, aunque pasajera, de toda particularidad individual" (PMAY,p.2600). 

            El individuo renuncia al ideal del yo trocándolo en el ideal de la masa, encarnado en el caudillo, y puede verse tanto arrastrado por la capacidad de sugestión del hipnotizador o ser arrastrado sugestivamente por los demás miembros. 

            Pero en cualquier individuo es difícil de soportar la separación entre el yo y el ideal del yo, por lo que la violación periódica de las privaciones, que vemos en la institución de las fiestas, responde a una forma de descargar socialmente la tensión acumulada. Esto se aprecia con gran énfasis en las fiestas primitivas, en las que los individuos se permiten violar sus mandamientos más sagrados. "La coincidencia del yo con el ideal del yo produce siempre una sensación de triunfo" (PMAY,p.2601), de ahí la exaltada alegría de las fiestas. 

            En el maniaco -dice Freud- donde el yo y el ideal del yo se hallan confundidos, el sujeto es dominado por un sentimiento de triunfo y de satisfacción, no perturbado por crítica alguna, libre de toda inhibición y al abrigo de todo reproche o remordimiento (PMAY,p.2602), al igual que el primitivo en la fiesta sagrada, que le permite transgredir todas las leyes y satisfacer todos sus instintos. 

            Freud se ha ocupado del estudio de la identificación, el enamoramiento, la hipnosis, la formación colectiva y la horda primitiva, como elementos de la psicología de las masas, que nos permitan comprender los mecanismos de funcionamiento de una multitud. Y podríamos terminar planteando la siguiente pregunta: ¿caerá la Humanidad entera alguna vez en la dinámica de una gigantesca multitud? 

            EL PORVENIR DE UNA ILUSIÓN (1927): LA ILUSIÓN RELIGIOSA Y LA EVOLUCIÓN DE LA CULTURA.

             1) El individuo contra la cultura.

             Comienza este ensayo Freud dando una definición de su concepto de cultura humana que engloba al de civilización: "entiendo por tal todo aquello en que la vida humana ha superado sus condiciones zoológicas y se distingue de la vida de los animales, y desdeñando establecer entre los conceptos de cultura y civilización separación alguna" (PI,1,p.2961).

             En la tensión entre el individuo y la colectividad Freud se situaría más del lado de Kierkegaard que del de Hegel. Para él, "cada individuo es virtualmente un enemigo de la civilización..., los hombres, no obstante, serles imposible existir en aislamiento, sienten como un peso intolerable los sacrificios que la civilización les impone para hacer posible la vida en común. Así, pues, la cultura ha de ser defendida contra el individuo, y a esta defensa responden todos sus mandamientos, organizaciones e instituciones" (PI,p.2962).

             Estas dificultades no son inherentes a la esencia de la cultura sino que dependen de las imperfecciones de las formas de cultura desarrolladas hasta ahora. Con lo cual podría pensarse en "la posibilidad de una nueva regulación de las relaciones humanas", que "renunciase a la coerción y la yugulación de los instintos". Sin embargo, Freud no quiere caer en la 'ilusión' utópica socialista y se ve obligado a reconocer que "parece, más bien, que toda la civilización ha de basarse sobre la coerción y la renuncia a los instintos" (PI,p.2962). De manera que no es viable la idea de una cultura no represiva, puesto que precisamente la represión es la esencia de la cultura, y sólo cabe, por tanto, disminuir en lo posible las necesidades represivas y favorecer en lo posible la satisfacción de los instintos.

             El problema de los ideales socialistas radica, según Freud, en que olvidan un importante elemento indisoluble de la naturaleza humana y caen con ello en un exagerado optimismo, que no quiere hacer concesiones. Por eso a la hora de proponer una distinta regulación de las relaciones humanas "ha de contarse -nos dice- con el hecho de que todos los hombres integran tendencias destructoras -antisociales y anticulturales- y que en gran número son bastante poderosas para determinar su conducta en la sociedad humana". (PI,p.2962).

             Aquí vemos desplazado el nódulo de la cuestión cultural desde lo material, desde la posibilidad de una adecuada distribución de los bienes, a lo anímico, hacia la posibilidad de "aminorar, y en qué medida, los sacrificios impuestos a los hombres en cuanto a la renuncia a la satisfacción de sus instintos, conciliarlos con aquellos que continúen siendo necesarios y compensarles de ellos" (PI,p.2962,63).

             Freud es consciente de las propuestas de crear una cultura o sociedad futura en la que no sea necesaria la coerción, a través de la educación desde la más tierna infancia tendente a dicho fin, pero no deja de considerarlas una utopía. "Probablemente cierto tanto por ciento de la Humanidad permanecerá siempre asocial, a consecuencia de una disposición patológica o de una exagerada energía de los instintos" (PI,p.2964). Y si bien lo que caracteriza a una utopía es la imposibilidad de su realización práctica por lo desmedido de sus pretensiones, no obstante, sí considera Freud posible un acercamiento asintótico hacia la misma: "si se consigue reducir a una minoría la actual mayoría hostil a la cultura se habrá alcanzado mucho, quizá todo lo posible" (PI,p.2964).

             "Toda cultura reposa en la imposición coercitiva del trabajo y en la renuncia a los instintos" (PI,II,p.2964). Pero además de la coerción, la cultura tiene otros medios de defensa: "los conducentes a reconciliar a los hombres con la cultura y a compensarles de sus sacrificios" (PI,2964). Estos últimos medios están compuestos por tres instancias: 1) el nivel moral, 2) el acervo de ideales y 3) la producción artística, que son los que Freud considera como "patrimonio espiritual de la cultura".

 

             2) La ilusión religiosa y la labor de la Razón.

             Si bien "el elemento más importante del inventario psíquico de una civilización..., son sus representaciones religiosas -en el más amplio sentido- o, con otras palabras que más tarde justificaremos, sus ilusiones". (PI,p.2967).

             Las primeras interdicciones son las que marcan la separación entre el hombre y el animal. Pero los instintos primitivos que primariamente se prohibieron por determinadas instituciones surgidas a tal efecto, siguen aún en vigor.[8] Esto es debido a que tales deseos instintivos nacen de nuevo con cada criatura humana y Freud señala, que se manifiestan con inusitada energía en los neuróticos. "Tales deseos instintivos son el incesto, el canibalismo y el homicidio" (PI,p.2964).

             Las formas de satisfacción de los instintos que admite cada cultura son un tanto arbitrarias, aunque también estén dictadas por las necesidades de la cultura en cuestión, y en esto el psicoanálisis aboga por una evolución hacia formas mejores de regulación cultural. De ahí que en el futuro "probablemente habrán de sobrevenir nuevas evoluciones de la cultura, en las cuales determinadas satisfacciones de deseos, perfectamente posibles hoy, parecerán tan inadmisibles como hoy la del canibalismo" (PI,p.2965).

             El nacimiento de la conciencia moral, es un gran avance para la civilización, aunque para el individuo represente una carga y un aumento de la represión. "En todo niño podemos observar el proceso de ésta transformación, que es la que hace de él un ser moral y social. Este robustecimiento del super-yo es uno de los factores culturales psicológicos más valiosos. Aquellos individuos en los cuales ha tenido efecto cesan de ser adversarios de la civilización y se convierten en sus más firmes substratos. Cuanto mayor sea su número en un sector de la cultura, más segura se hallará ésta y antes podrá prescindir de los medios externos de coerción" (PI,p.2965)

             Freud piensa contra la opinión que Rousseau hizo célebre en su Discurso sobre las ciencias y las artes, que no es cierta la idea rousseauniana de que la técnica y la ciencia hayan evolucionado mientras que el alma humana haya permanecido idéntica a la del hombre primitivo. Uno de tales progresos anímicos de nuestra evolución consiste en "la transformación paulatina de la coerción externa en coerción interna por la acción de una especial instancia psíquica del hombre, el super-yo, que va acogiendo la coerción externa entre sus mandamientos" (PI,p.2965).           

             El hecho de aspirar a una supresión de la cultura, piensa Freud, testimoniaría una ingratitud manifiesta y una acusada miopía espiritual. Suprimida la civilización, lo que queda es el estado de naturaleza, mucho más difícil de soportar (PI,p.2967) y en nada parecido a la ilusión rousseauniana.

             La Necesidad es lo que impulsa al hombre a desarrollar la cultura: "La función capital de la cultura, su verdadera razón de ser, es defendernos contra la Naturaleza" (PI,p.2967).

             Y uno de los medios para protegerse de los embates de la Naturaleza, como los desastres naturales, la enfermedad y la muerte, -además de las precauciones de la ciencia natural-, consiste en la defensa psíquica. Si a las fuerzas impersonales de la Naturaleza se las personaliza, "continuamos inermes, pero ya no nos sentimos, además, paralizados", pues podemos emplear contra estos poderosos agentes, ahora ya identificados, los mismos medios con los que nos defendemos físicamente en nuestro entorno social. Y de esta forma "intentar conjurarlos, apaciguarlos y sobornarlos" (PI,p.2968), consiguiendo un alivio psíquico inmediato, y encaminándonos hacia un cierto dominio de la situación.

             Esta situación no constituye, en efecto, nada nuevo. Tiene un precedente infantil, y no es, en realidad, más que la continuación del mismo (PI,p.2968). "Obrando de un modo análogo, el hombre no transforma sencillamente las fuerzas de la naturaleza en seres humanos, a los que puede tratar de igual a igual -cosa que no correspondería a la impresión de superioridad que tales fuerzas le producen-, sino que las reviste de un carácter paternal y las convierte en dioses, conforme a un prototipo infantil, y también, según hemos intentado ya demostrar en otro lugar,[9] a un prototipo filogénico" (PI,p.2969).

              Andando el tiempo surgen luego las primeras observaciones de la regularidad y la normatividad de los fenómenos físicos, y las fuerzas naturales pierden sus caracteres humanos. Pero la indefensión de los hombres continúa, y con ello perdura su necesidad de una protección paternal y perduran los dioses, a los cuales se sigue atribuyendo una triple función: espantar los terrores de la Naturaleza, conciliar al hombre con la crueldad del destino, especialmente tal y como se manifiesta en la muerte, y compensarle de los dolores y las privaciones que la vida civilizada en común le impone.

             "De este modo, la función encomendada a la divinidad resulta ser la de compensar los defectos y los daños de la civilización, precaver los sufrimientos que los hombres se causan unos a otros en la vida en común y velar por el cumplimiento de los preceptos culturales, tan mal seguidos por los hombres" (PI,p.2969). Preceptos que son a su vez elevados a la categoría de divinos.

             Se crea así un acervo de representaciones, nacido de la necesidad de hacer tolerable la indefensión humana, y formando con el material extraído del recuerdo de la indefensión de nuestra propia infancia individual y de la infancia de la Humanidad. El politeísmo fue condensado en la imagen de una divinidad única, lo que tuvo el mérito de revelar "el nódulo paternal, oculto desde siempre detrás de toda imagen divina" (PI,p.2970).

             El judaísmo y el cristianismo son un buen ejemplo de este fenómeno: "No habiendo ya más que un solo y único Dios, las relaciones con él pudieron recobrar todo el fervor y toda la intensidad de las relaciones infantiles del individuo con su padre. Mas a cambio de tanto amor se quiere una recompensa: ser el hijo predilecto, el pueblo elegido" (PI,p.2970).

             Las ideas religiosas han pasado por una larga evolución y por distintas civilizaciones. "En el presente ensayo hemos aislado una sola de estas fases evolutivas: la de su cristalización definitiva en nuestra actual civilización blanca, cristiana" (PI,p.2970).

 

            Pero así y todo, estas representaciones, religiosas en el más amplio sentido, pasan por ser el tesoro más precioso de la civilización, lo más valioso que la misma puede ofrecer a sus partícipes, y son más estimables que las artes de beneficiar los tesoros de la tierra, procurar a la Humanidad su alimento o vencer las enfermedades. Los hombres creen no poder soportar la vida si no dan a estas representaciones todo el valor al que para ellas se aspira. "Habremos, pues, de preguntarnos qué significan estas ideas a la luz de la Psicología, de dónde extraen su alta estimación y -con interrogación harto tímida- cuál es su verdadero valor". (PI,p.2971).

             Las representaciones religiosas han nacido de la misma fuente que todas las demás conquistas de la cultura[10]: de la necesidad de defenderse contra la abrumadora prepotencia de la Naturaleza; necesidad a la que más tarde se añadió un segundo motivo: el impulso a corregir las penosas imperfecciones de la civilización.

             En su anterior obra -Tótem y tabú-, Freud estudió el origen del totemismo. Al complejo paterno como origen del totemismo, Freud añade ahora, además, la impotencia y necesidad de protección del hombre, entre los factores que llevan a la génesis de las religiones, si bien este segundo elemento está ya implícito en el complejo de Edipo.

             El individuo maduro religioso está condenado a seguir siendo siempre un niño necesitado de protección, que ha transferido su cobijo infantil bajo el poder paternal, a su cobijo maduro bajo la protección divina.

 

            La génesis de las ideas religiosas es psíquica. "Tales ideas, que son presentadas como dogmas, no son precipitados de la experiencia ni conclusiones del pensamiento: son ilusiones, realizaciones de los deseos más antiguos, intensos y apremiantes de la Humanidad. El secreto de su fuerza está en la fuerza de estos deseos" (PI,p.2976).

             Pero una ilusión no es un error. Un error fue la opinión aristotélica de que la suciedad engendra los parásitos, en cambio, fue una ilusión la de Cristóbal Colón al creer que había descubierto las Indias, idea para la cual la participación de sus deseos resulta fácilmente visible. "Una de las características más genuinas de la ilusión es la de tener su punto de partida en deseos humanos de los que se deriva" (PI.p.2977). La ilusión no tiene que ser necesariamente falsa; esto es, irrealizable o contraria a la realidad, como sí lo son las ideas delirantes psiquiátricas. Pero hay casos fronterizos entre ambas: "Que el Mesías haya de llegar y fundar una edad de oro... Al enjuiciar esta creencia la clasificaremos.., bien entre las ilusiones, bien entre las ideas delirantes" (PI,p.2977). 

            "Así pues, calificamos de ilusión una creencia cuando aparece engendrada por el impulso a la satisfacción de un deseo, prescindiendo de su relación con la realidad" (PI,p.2977).

             Los dogmas religiosos..., son todos ellos "ilusiones indemostrables" (PI,p.2977-78) y existen algunos tan inverosímiles que pueden compararse a las ideas delirantes. "Son tan irrebatibles como indemostrables".

 

            La labor científica es para Freud, el único camino que puede llevarnos al conocimiento de la realidad... Esperar algo de la intuición y del éxtasis no es tampoco más que una ilusión más.

             "No entra en los fines de esta investigación pronunciarse sobre la verdad de las doctrinas religiosas. Nos basta haberlas reconocido como ilusiones en cuanto a su naturaleza psicológica... Sabemos aproximadamente en qué tiempos fueron creadas las doctrinas religiosas y por qué hombres. Si, además, descubrimos los motivos a que obedeció su creación, nuestro punto de vista sobre el problema religioso queda sensiblemente desplazado" (PI,p.2979).

             El fenómeno religioso es cultural, surgió en un determinado momento de la historia y fue favorable al desarrollo de la civilización y la cultura. Pero ahora se ha quedado obsoleto, ya no favorece la evolución humana sino que la impide. Por eso dice Freud que "tratando de mantener las actuales relaciones entre la civilización y la religión, se crean para la primera mayores peligros que intentando destruirlas" (PI,p.2980).

             En el desenmascaramiento de la religión como un elemento que frena la evolución humana hacia su madurez Freud sigue la línea del ateismo tradicional, por lo que podríamos mencionar a Jenófanes de Colofón, Critias de Atenas, Lucrecio, Feuerbach, Marx o Nietzsche, entre otros, como esos predecesores a los que alude pero no cita. "Lo único que he hecho -la sola novedad de mi exposición- es haber agregado a la crítica de mis grandes predecesores cierta base psicológica" (PI,p.2980).

             Aquí Freud manifiesta, que su labor es la de combatir, "en general, a favor de la renuncia a los deseos y la aceptación del destino", es decir, a favor de la cultura y de la civilización, dados sus criterios al respecto.

             "La crítica ha debilitado la fuerza probatoria de los documentos religiosos; las ciencias naturales han señalado los errores en ellos contenidos, y la investigación comparativa ha indicado la fatal analogía de las representaciones religiosas por nosotros veneradas con los productos espirituales de pueblos y tiempos primitivos" (PI,p.2982). Ello indica un progresivo retroceso de la religiosidad europea cristiana, merced a los progresos de la ciencia. Pero ante la posibilidad de que las masas no lleguen paulatinamente a la transición religión-ciencia, sino bruscamente, Freud teme sus consecuencias antisociales, esto es, que los sujetos a los que sólo les detiene Dios y sus mandamientos para no cometer asesinatos y ceder a sus más variados deseos, se liberen de la coerción religiosa de sus instintos sin substituirla por una coerción social. Y tal temor hace necesario el "llevar a cabo una revisión fundamental de las relaciones entre la civilización y la religión".

             En la civilización actual "sería muy conveniente dejar a Dios en sus divinos cielos y reconocer honradamente el origen puramente humano de los preceptos e instituciones de la civilización" (PI,p.2983). Pues de ese modo los hombres llegarían a observar los preceptos, no como una carga creada para gobernarlos, sino como algo construido por ellos mismos para apoyar y servir a sus intereses y al bien común.

             La prohibición de matar no proviene de un fundamento racional de los preceptos culturales, en su origen, surgió del totemismo, de una reacción afectiva irresistible ante el asesinato del padre, más tarde deificado. Ahora bien, sabemos que el niño durante su evolución psíquica debe pasar por una fase más o menos definida de neurosis, que se supera en el curso del crecimiento[11], aunque deje secuelas que tardan mucho en desaparecer. Pues bien; "hemos de admitir que también la colectividad humana pasa en su evolución secular por estados análogos a las neurosis y precisamente a consecuencia de idénticos motivos; esto es, porque en sus tiempos de ignorancia y debilidad mental hubo de llevar a cabo exclusivamente por medio de procesos afectivos las renuncias al instinto indispensables para la vida social... La religión sería la neurosis obsesiva de la colectividad humana, y lo mismo que la del niño, provendría del complejo de Edipo en la relación con el padre. Conforme a esta teoría hemos de suponer que el abandono de la religión se cumplirá con toda la inexorable fatalidad de un proceso del crecimiento y que en la actualidad nos encontramos ya dentro de esta fase de la evolución" (PI,p.2985).

             Freud propone la retirada de las doctrinas religiosas como motivaciones para el cumplimiento de los mandamientos culturales. Los sistemas religiosos son "reliquias neuróticas" destinadas a desaparecer, siendo ahora el momento de "sustituir los resultados de la represión por los de una labor mental racional" (PI,p.2985). Proceso sociocultural que habrá de llevar a la civilización desde la adolescencia infantil hacia la madurez adulta.

             El psicoanálisis concibe al hombre como un ser dominado por sus instintos y pasiones, pero no obstante, aboga por una sustitución progresiva de los fundamentos afectivos de la obediencia a la cultura por otros racionales. De ahí que Freud se dirija a su interlocutor ideal religioso planteándole una pregunta: "Piense usted en el lamentable contraste entre la inteligencia de un niño sano y la debilidad mental del adulto medio. ¿No es quizá muy posible que la educación religiosa tenga gran parte de culpa en esta atrofia relativa?" (PI,p.2987).

 

            3) La educación religiosa frente a la educación para la realidad

             Freud critica la conservación del sistema religioso como base de la educación y de la vida colectiva. La educación es empleada abusivamente para lograr la sumisión del individuo a los dogmas religiosos y ocultarle su sexualidad. "Los dos puntos capitales del programa pedagógico actual son el retraso de la evolución sexual y el adelanto de la influencia religiosa" (PI,p.2987). La religión es un freno de la civilización y la cultura, pues impide que el hombre domine adecuadamente sus instintos y pasiones. "La debilidad mental de individuos tempranamente habituados a aceptar sin crítica los absurdos y las contradicciones de las doctrinas religiosas no puede ciertamente extrañarnos. Pero la inteligencia es el único medio que poseemos para dominar nuestros instintos. ¿Cómo, pues, esperar que estos individuos, sometidos a un régimen de restricción intelectual, alcancen alguna vez el ideal psicológico, la primacía del intelecto?" (PI,p.2987). Una educación irreligiosa enriquecería la civilización al dotar a las colectividades de individuos formados en el cultivo de la inteligencia y guiados por mandamientos racionales.

             Mientras que sobre los comienzos de la vida del hombre sigan actuando, además de la coerción mental sexual, la religiosa y la monárquica, derivada de la religiosa, no puede decirse que el hombre haya alcanzado la mayoría de edad.

             Para caracterizar la religión, Freud encuentra adecuada la metáfora marxiana del -opio del pueblo- pero en desacuerdo con la idea de Marx al respecto, expresa la necesidad de una evolución paulatina y progresiva que deje atrás la religión, y plantea los peligros de una revolución en este sentido:  "Me parecería insensato querer desarraigar de pronto y violentamente la religión. Sobre todo porque sería inútil. El creyente no se deja despojar de su fe con argumentos ni con prohibiciones. Y si ello se consiguiera en algún caso sería una crueldad. Un individuo habituado a los narcóticos no podrá ya dormir si le privamos de ellos" (PI,p.2988).

             La situación del hombre emancipado de la ilusión religiosa será desde luego más difícil. "Tendrá que reconocer su impotencia y su infinita pequeñez y no podrá considerarse ya como el centro de la creación, ni creerse amorosamente guardado por una providencia bondadosa" (PI,p.2988). Tal proceso lo compara Freud con el abandono del hogar paterno en el que el joven-niño se sentía dichoso y seguro, para adquirir la independencia y la plena responsabilidad. El hombre no puede permanecer eternamente niño y el infantilismo ha de ser vencido y superado para llegar a la madurez. Esta sería una "<<educación para la realidad>>" (PI,p.2988). Y Freud añade que el propósito de su escrito -el Porvenir de una Ilusión- no es otro sino el de "señalar la necesidad de tal progreso".

            El alivio psíquico que proporciona la religión se cobra un elevado precio en los creyentes, condenándoles a un infantilismo crónico del que sólo pueden derivarse perjuicios para la civilización. Por el contrario, "la conciencia de que sólo habremos de contar con nuestras propias fuerzas nos enseña, por lo menos, a emplearlas con acierto.... Y por lo que respecta a lo inevitable, al destino inexorable, contra el cual nada puede ayudarle, aprenderá a aceptarlo y soportarlo sin rebeldía.... Retirando sus esperanzas del más allá y concentrando en la vida terrena todas las energías así liberadas, conseguirá, probablemente, que la vida se haga más llevadera a todos y que la civilización no abrume ya a ninguno" (PI,p.2988).

             Freud quiere contribuir al acercamiento hacia una Humanidad en la que se haya renunciado a todas las ilusiones y se haya capacitado para aceptar su vida sobre la Tierra sin necesidad de acudir a ellas. Una Humanidad que alcance la primacía de la inteligencia sobre la vida instintiva.

             La religión es un sistema doctrinal de carácter ilusorio que obra en los individuos como una serie de premisas sustraídas a la crítica, consoladoras y cumplidoras de deseos.

Pero aquellas creencias que se oponen a la razón y la experiencia no podrán subsistir mucho tiempo.

             Acerca de las esperanzas escatológicas religiosas, el intelecto por el que aboga Freud se marcará los mismos fines que se proponía la ilusión religiosa: el amor al prójimo y la correspondiente disminución del sufrimiento humano. Pero a diferencia de la esperanza religiosa que quiere inmediatamente la realización de los deseos más absurdos y al mismo tiempo los espera tras la muerte, "nuestro dios, -dice Freud-, -Lógos-, realizará todo lo que de estos deseos permita la naturaleza exterior a nosotros (Anánke)[12], pero muy poco a poco, en un futuro imprecisable y para nuevas criaturas humanas" (PI,p.2991).

  

            MALESTAR EN LA CULTURA (1930): EL SENTIMIENTO DE CULPA DE LA CULTURA Y LA CIVILIZACIÓN OCCIDENTAL.

 

            1) Religión y felicidad: las técnicas de evitación del dolor       

            El sentido yoico del adulto es producto de una evolución. En ella el hombre aprende a discernir lo interior (perteneciente al yo) de lo exterior (originado en el mundo), "dando así el primer paso hacia la entronización del principio de realidad, principio que habrá de dominar toda la evolución ulterior" (MC,p.10-11).

             Freud mantiene la "hipótesis de la conservación total de lo pretérito". El olvido no supone la aniquilación de lo formado en la mente, pues nada desaparece nunca de la mente, "todo se conserva de alguna manera y puede volver a surgir en circunstancias favorables" (MC,p.12-14). De esta manera, Freud está de acuerdo en aceptar que en muchos seres existe una religiosidad o un <<sentimiento oceánico>>, como se lo hace observar Romain Rolland, pero tal sentimiento proviene a su juicio, de una fase temprana de la evolución psíquica del individuo. Al ser un sentimiento, expresión de una necesidad imperiosa, las necesidades religiosas se derivan "del desamparo infantil y de la nostalgia por el padre que aquél suscita" (MC,p.16). Un sentimiento de la infancia que "es reanimado sin cesar por la angustia ante la omnipotencia del destino" (MC,p.16).

             Para hacer soportable la vida el hombre se ha procurado tres clases de lenitivos: las distracciones, las satisfacciones sustitutivas y los narcóticos. La religión pertenece sin duda a ésta última. El propósito del hombre en el mundo es la búsqueda de la felicidad, que Freud define en términos hedonistas: "por un lado, evitar el dolor y el displacer; por otro, experimentar intensas sensaciones placenteras" (MC,p.19). Y es en estos dos sentidos hacia donde se orienta la actividad humana.

             "Quien fija el objetivo vital es simplemente el programa del principio del placer" (MC,p.20), para quien el mundo entero es hostil a la realización de sus deseos. "Lo que en el sentido más estricto se llama felicidad surge de la satisfacción, casi siempre instantánea, de necesidades acumuladas que han alcanzado elevada tensión, y de acuerdo con esta índole sólo puede darse como fenómeno episódico. Toda persistencia de una situación anhelada por el principio del placer sólo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino el contraste, pero sólo en muy escasa medida lo estable" (MC,p.20). Nuestra propia constitución humana limita nuestras posibilidades de felicidad.

             El hombre adulto llega a rebajar considerablemente sus pretensiones de felicidad, del mismo modo que "el principio del placer se transforma, por influencia del mundo exterior, en el más modesto principio de la realidad" (MC,p.20). Si en el niño predomina el principio del placer, el crecimiento y la evolución psíquica hasta la madurez, le conduce, a la adecuación de este principio bajo el principio de realidad. Lo que significa un tránsito desde una conducta guiada por tendencias afectivas inconscientes hasta una conducta racional, guiada por la inteligencia, donde el yo consiga resolver las tensiones entre el ello, el super-yo y la realidad externa.

             Para evitar el sufrimiento existen múltiples técnicas, reducibles al independizarse del mundo exterior buscando las satisfacciones en los procesos internos. Pero Freud desestima procedimientos como el religioso, el empleo de estupefacientes, el ermitañismo, la rebeldía, el yoga, la fuga a la neurosis o la caída en "esa desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis" (MC,p.28), y parece inclinarse por los tres siguientes: 1) la de perseguir "la moderación instintiva bajo el gobierno de las instancias psíquicas superiores, sometidas al principio de la realidad" (MC,p.23). 2) Recurrir a los "desplazamientos de la libido" y reorientar los fines instintivos de manera tal que eludan la frustración del mundo exterior. En este desplazamiento de la energía de la libido y reorientación de los fines consiste la "sublimación de los instintos". El artista y el investigador emplean ésta técnica sin excepción, aunque también puede descubrirse en todos aquellos que encuentran satisfacción en su trabajo. 3) Como uno más entre los métodos con los que el hombre se esfuerza por conquistar la felicidad y alejar el sufrimiento hallamos también el amor, que se origina en el amor sexual y ofrece al hombre intensas vivencias placenteras. Aunque es una técnica arriesgada ya que "jamás nos hallamos tan a merced del sufrimiento como cuando amamos" (MC,p.26). 4) En último termino tenemos el goce de la belleza, es decir, el placer de la contemplación estética, que "nos protege escasamente de los sufrimientos inminentes, pero puede indemnizarnos por muchos pesares sufridos" (MC,p.26)

             La religión es quizá la técnica más extendida de evitación del dolor, un "caso en el que numerosos individuos emprenden juntos la tentativa de procurarse un seguro de felicidad y una protección contra el dolor por medio de una transformación delirante de la realidad". Es evidente que "las religiones de la humanidad deben ser consideradas como semejantes delirios colectivos". Aunque, "desde luego, ninguno de los que comparten el delirio puede reconocerlo jamás como tal" (MC,p.25).

              "El designio de ser felices que nos impone el principio del placer es irrealizable; más no por ello se debe -ni se puede- abandonar los esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización" (MC,p.27). Ante este magno proyecto de alcanzar la felicidad pueden emplearse múltiples técnicas, y "ninguna regla al respecto vale para todos; cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser feliz"; ya que "la felicidad, considerada en el sentido limitado, cuya realización parece posible, es meramente un problema de la economía libidinal de cada individuo" (MC,p.27). Aquí, además de las circunstancias exteriores desempeña un papel determinante la constitución psíquica del individuo, amén de que se ha de tener en cuenta que "la felicidad es algo profundamente subjetivo" (MC,p.33).

             "La religión viene a perturbar este libre juego de elección y adaptación, al imponer a todos por igual su camino único para alcanzar la felicidad y evitar el sufrimiento. Su técnica consiste en reducir el valor de la vida y en deformar delirantemente la imagen del mundo real, medidas que tienen por condición previa la intimidación de la inteligencia. A este precio, imponiendo por la fuerza al hombre la fijación a un infantilismo psíquico y haciéndolo participar en un delirio colectivo, la religión logra evitar a muchos seres la caída en la neurosis individual" (MC,p.29).

 

            2) La evolución de la cultura y la represión de los instintos

             El sufrimiento, que nos amenaza por tres frentes: desde el propio cuerpo (enfermedad, vejez y muerte), del mundo exterior (desastres de la Naturaleza), y de las relaciones con otros seres humanos (cultura, civilización); es una sensación, sólo existe en cuanto lo sentimos y únicamente lo sentimos en virtud de ciertas disposiciones de nuestro organismo. El modo como el estoicismo enfrenta el sufrimiento demuestra, hasta qué punto se puede combatir este, mediante una determinada estrategia psíquica.

            Entre los desastres enumerados Freud considera inexorables los dos primeros pero no el tercero. Por eso el psicoanálisis pretende intervenir para paliar el sufrimiento que causan determinadas relaciones humanas, tanto a nivel individual como a nivel colectivo. Y a este segundo nivel corresponde su investigación de la cultura.

             En primer lugar descubre Freud una extraña actitud de "hostilidad a la cultura", de los que cree reconocer uno de los principales motivos en el "triunfo del cristianismo sobre las religiones paganas" teniendo en cuenta "la depreciación de la vida terrenal implícita en la doctrina cristiana" (MC,p.30).

             También del sufrimiento y de la frustración que impone la vida civilizada a todos sus miembros y que en algunos de ellos se transforman en neurosis surge una hostilidad a la cultura. "El ser humano cae en la neurosis porque no logra soportar el grado de frustración que le impone la sociedad en aras de sus ideales de cultura, deduciéndose de ello que sería posible reconquistar las perspectivas de ser feliz, eliminando o atenuando en grado sumo estas exigencias culturales" (MC,p.31).  

             Freud ahora aborda el propósito de desentrañar la esencia de la cultura, y repite[13] que según su criterio "el término <<cultura>> designa la suma de las producciones e instituciones que distancian nuestra vida de la de nuestros antecesores animales y que sirven a dos fines: proteger al hombre contra la Naturaleza y regular las relaciones de los hombres entre sí" (MC,p.33).

             Como rasgos característicos de una cultura Freud indica los de la utilidad de sus producciones, la belleza (lo inútil en la cultura), el orden, la higiene, el dominio de la Naturaleza, las producciones intelectuales (arte, ciencia, filosofía y religión), el afán de lograr el provecho y el placer: dos fines convergentes, la regulación de las relaciones humanas (sociedad, Estado), la sustitución del poderío individual por el de la comunidad (MC,p.35-39).

             La libertad individual es un bien anterior a la cultura, "aunque entonces carecía de valor porque el individuo apenas era capaz de defenderla" (MC,p.39). El desarrollo cultural le impone restricciones a cambio de defenderla. Según Freud, cuando en una comunidad se agita el ímpetu libertario puede surgir de: 1) una rebelión contra alguna injusticia que puede favorecer así un nuevo progreso de la cultura o 2) "del resto de la personalidad primitiva que aún no ha sido dominado por la cultura" (MC,p.40).

             Freud concibe el desarrollo cultural como un proceso particular comparable a la maduración normal del individuo. La evolución cultural es un proceso caracterizado por los cambios que impone a las disposiciones instintivas de los hombres, cuya satisfacción es "la finalidad económica de nuestra vida" (MC,p.40). Estos instintos se transforman dentro de la cultura en cierto carácter de sus individuos. Así del erotismo anal del niño transformado con el crecimiento en sentido del orden y la limpieza vemos a la vez uno de los preceptos esenciales de la cultura, mostrándosenos "la analogía entre el proceso de la cultura y la evolución libidinal del individuo" (MC,p.41).

             "Otros instintos son obligados a desplazar las condiciones de su satisfacción, a perseguirlas por distintos caminos, proceso que en la mayoría de los casos coincide con el bien conocido mecanismo de la sublimación (de los fines instintivos)" (MC,p.41). La sublimación es fundamental para la cultura, ya que de este mecanismo dependen las actividades psíquicas superiores, científicas, artísticas o ideológicas.

             Pero puesto que "la cultura reposa sobre la renuncia a las satisfacciones instintuales", su condición previa radica en la "insatisfacción" devenida por "represión" de los instintos poderosos, y de ello se deriva que la frustración cultural sea otro elemento fundamental derivado del desarrollo cultural, precisamente uno de los motivos de la hostilidad contra la cultura.

             Eros y Ananké, la necesidad y el amor[14], son los padres de la cultura humana. La necesidad de dominar el mundo y la regulación de las relaciones sexuales están en el origen de la cultura. Hay un divorcio entre el amor y la cultura, ya que ésta última impone serias restricciones al primero. La tendencia cultural a ampliar el círculo de su acción y su relación con las restricciones sexuales, queda clara desde la primera fase de la cultura, la del totemismo, que trae consigo la prohibición de elegir un objeto incestuoso (MC,p.47).

             "Ya sabemos que la cultura obedece al imperio de la necesidad psíquica económica, pues se ve obligada a sustraer a la sexualidad gran parte de la energía psíquica que necesita para su propio consumo" (MC,p.47).

             En la cultura europea occidental "la elección de objeto queda restringida en el individuo sexualmente maduro al sexo contrario, y la mayor parte de las satisfacciones extragenitales son prohibidas como perversiones. La imposición de una vida sexual idéntica para todos, implícita en éstas prohibiciones, pasa por alto las discrepancias que presenta la constitución sexual innata o adquirida de los hombres, privando a muchos de ellos de todo goce sexual y convirtiéndose así en fuente de una grave injusticia" (MC,p.47). "Pero aún el amor genital heterosexual, único que ha escapado a la proscripción, todavía es menoscabado por las restricciones de la legitimidad y de la monogamia" (MC,p.48). La cultura actual no admite la sexualidad "como fuente de placer en sí", aceptándola tan sólo como un medio de reproducción humana.

             "No se puede dudar de que la vida sexual del hombre civilizado ha sufrido un grave perjuicio y en ocasiones llega a parecernos una función que se halla en pleno proceso involutivo, al igual que como ejemplos orgánicos, nuestra dentadura y nuestra cabellera" (MC,p.48).

             Freud a constatado mediante el psicoanálisis que las personas neuróticas son las que menos soportan las frustraciones de la vida sexual. Se procuran satisfacciones sustitutivas que les deparan sufrimientos por sí mismas y por las dificultades que les ocasionan con el mundo exterior y con la sociedad (MC,p.49). Existe una antítesis entre la cultura y la sexualidad. En el caso de dos amantes autosuficientes en su dualidad, sin necesidad de que intervengan terceros en la relación, (Freud se refiere sin citarlo al andrógino originario tal y como lo expone Aristófanes en el Banquete de Platón), la cultura no tendría necesidad de sustraer energía a la sexualidad, pero una cultura de individuos dobles o fundidos en uno sólo no ha existido jamás. Y esto porque la cultura busca su expansión colectiva mediante la expansión individual de lazos libidinales, utilizando "la máxima cantidad posible de líbido con fin inhibido, para reforzar los vínculos de comunidad mediante lazos amistosos" (MC,p.50).

 

            3) El amor al prójimo y el instinto de agresión.

             Dentro de las técnicas de procurarse felicidad, el amor y fundamentalmente el amor sexual, ocupa un puesto de gran importancia, aunque a riesgo de exponerse al sufrimiento que puede provocar el objeto amado. De ahí que determinados individuos que buscan la felicidad por vía del amor, sometan "la función erótica a vastas e imprescindibles modificaciones psíquicas" (MC,p.44), independizándose del consentimiento del objeto. Protegidos así contra la pérdida del objeto dirigen su amor en igual medida a todos los seres. Evitan por tanto “el amor genital, desviándolo de su fin sexual, es decir, transformando el instinto en un impulso coartado en su fin”.

             San Francisco de Asís sería para Freud un caso de esa "pequeña minoría" de entre los pretendientes, que logran un estado "de ternura etérea e imperturbable" que "ya no conserva gran semejanza exterior con la agitada y tempestuosa vida amorosa genital de la cual se ha derivado" (MC,p.44).

             Uno de los ideales postulados por la sociedad civilizada para ganar su cohesión y vincular afectivamente a sus miembros con lazos libidinales de fin inhibido es el precepto cristiano "<amarás al prójimo como a ti mismo>". Ante este dogma Freud indica en primer lugar que el amor es una energía muy valiosa y que no se debe derrochar insensatamente. En segundo lugar que resultaría muy difícil amar a aquello que fuera tan extraño que no despertase importancia para la vida afectiva y por este procedimiento se ganaría la hostilidad de los seres más queridos, que ven en el amor una demostración de preferencia. Y en tercer lugar que lo extraño, afectivamente, más bien atrae la hostilidad y el odio que el amor.

             Ahora bien, Freud señala que "si este grandilocuente mandamiento rezara <Amarás al prójimo como el prójimo te ame a ti>, nada tendría yo que objetar" (MC,p.52). Pero un segundo precepto que viene a decir lo mismo que el primero, el de "<Amarás a tus enemigos>", al que no tiene reparos de calificar de absurdo. 

                        Este precepto es del todo irreal y muy poco razonable. El cumplimiento de los supremos preceptos éticos significará un perjuicio para los fines de la cultura, mientras se califiquen éticamente las conductas de buenas o malas sin tener en cuenta sus condiciones de origen.

             El principio de realidad oculto al dogma cristiano es que el hombre no es una criatura todo amor, sino al contrario, "un ser entre cuyas disposiciones instintivas también debe incluirse una buena porción de agresividad" (MC,p.52). De manera que el prójimo no representa tan sólo un posible colaborador sexual, sino también una posibilidad en la que satisfacer la agresividad, explotándolo, violándolo, humillándolo o matándolo. Homo homini lupus, Freud suscribe el refrán latino tan citado por Hobbes en detrimento de la ilusión rousseauniana. La agresividad "en condiciones que le sean favorables, cuando desaparecen las fuerzas psíquicas antagónicas que por lo general la inhiben, también puede manifestarse espontáneamente desenmascarando al hombre como una bestia salvaje que no conoce el menor respeto de su propia especie" (MC,p.53). La Historia de la Humanidad está llena de ejemplos de este tipo.

             La cultura lucha para refrenar la agresividad humana. "Las pasiones instintivas son más poderosas que los intereses racionales.[15] La cultura se ve obligada a realizar múltiples esfuerzos para poner barreras a las tendencias agresivas del hombre, para dominar sus manifestaciones mediante formaciones reactivas psíquicas. De ahí, pues, ese despliegue de métodos destinados a que los hombres se identifiquen y entablen vínculos amorosos coartados en su fin; de ahí las restricciones de la vida sexual, y de ahí también el precepto ideal de amar al prójimo como a sí mismo, precepto que efectivamente se justifica, porque ningún otro es, como él, tan contrario y antagónico a la primitiva naturaleza humana" (MC,p.54).

 

            4) Agresividad humana y psicología de los pueblos

             Freud corrige a Marx al decir que es cierto que si se elimina la institución de la propiedad privada se sustrae a la agresividad uno de sus instrumentos, pero aún quedaría otra fuente poderosísima de agresividad que posiblemente se acrecentaría, la de los privilegios derivados de las relaciones sexuales. Suponiendo que también se decretara la completa libertad sexual Freud no se siente capacitado a predecir que rumbo adoptaría la cultura, pero piensa que las tendencias instintivas de la naturaleza humana no tardarían en seguirla (MC,p.54-55).

            El prójimo en la civilización occidental se ha convertido en el conciudadano. Pues "siempre se podrá vincular amorosamente entre sí a mayor número de hombres, con la condición de que sobren otros en quienes descargar los golpes" (MC,p.55). Actualmente las relaciones entre los países industrializados y los países pobres nos dan un ejemplo de ésta tesis freudiana, la explotación económica junto al alivio psíquico proveniente de las limosnas de las ONG`s.

             Los pueblos buscan su cohesión y la satisfacción de sus tendencias agresivas frente al otro, al extraño, al diferente. El pueblo judío es un ejemplo de ambas tendencias, victima y agresor, y vemos que la religión obedece al mismo operativo de exclusión: "Una vez que el apóstol Pablo hubo hecho del amor universal por la humanidad el fundamento de la comunidad cristiana, surgió como consecuencia ineludible la más extrema intolerancia del cristianismo frente a los gentiles; en cambio, los romanos, cuya organización estatal no se basaba en el amor, desconocía la intolerancia religiosa" (MC,p.56). Freud se refiere aquí al cambio de perseguidos a perseguidores que el Cristianismo adoptaría tras convertirse en religión oficial del Imperio (s.IV), bajo la doctrina paulina, anulando la pluralidad de confesiones del politeísmo reinante hasta entonces. Su persecución anterior no se debió a la intolerancia religiosa, puesto que Roma estaba llena de cultos diversos, sino a motivaciones políticas.

             De ésta forma se le torna explicable también el fenómeno nazi y el hecho de que "el sueño de la supremacía mundial germana recurriera como complemento a la incitación al antisemitismo" (MC,p.56).

             "Si la cultura impone tan pesados sacrificios, no sólo a la sexualidad, sino también a las tendencias agresivas, comprendemos mejor por qué al hombre le resulta tan difícil alcanzar en ella su felicidad" (MC,p.56). El hombre primitivo era más feliz en cuanto que conocía menos restricciones a sus instintos, pero carecía de seguridad para disfrutar de su despliegue, que representaba una continua amenaza de unos hacia otros. El hombre civilizado ha hipotecado una parte de posible felicidad a cambio de una mayor seguridad. A Freud le parece éste un proceso necesario de la cultura, pero en el cual es posible avanzar y progresar, motivo por el que critica los modelos vigentes de represión cultural, con la esperanza de que "poco a poco lograremos imponer a nuestra cultura modificaciones que satisfagan mejor nuestras necesidades" (MC,p.57) y que hagan obsoleta la actual crítica.

             Freud se resigna a la necesidad esencial de la cultura de reprimir los instintos sexuales y agresivos, y a este respecto, aboga porque la imposición cultural se modifique, orientándose hacia la consecución de la mayor cantidad de satisfacción instintual que le sea posible permitir, y la menor cantidad de restricciones que le sea posible adoptar, sin destruirse. Pero no se resigna a la perpetuidad de otro fenómeno, éste ya no esencial a la cultura, sino hostil a la misma aunque le deba su surgimiento: "Además de la necesaria limitación instintual que ya estamos dispuestos a aceptar, nos amenaza el peligro de un estado que podríamos denominar <<miseria psicológica de las masas>>" (MC,p.57). Muestra con esto Freud sus dotes predictivas al leerlo en la actualidad. Aunque si nos atenemos a nuestra situación actual, ante el peligro que para la inteligencia y la cultura deviene de la ignorancia en la que se hunde la colectividad, tendremos que añadir, junto a la religión, el football y la televisión, como los tres factores por excelencia en el progresivo embrutecimiento del mundo occidental. No se quedan aquí las dotes predictivas de Freud. Estas alcanzan un tono profético al afirmar que "la presente situación cultural de los Estados Unidos ofrecería una buena oportunidad para estudiar este temible peligro que amenaza a la cultura"[16] (MC,p.57-58).

 

            5) Eros y Tanatos: el dualismo de la realidad o principio vital freudiano

             Al tratar en El Malestar en la Cultura de la agresividad, Freud, pone las bases para "una modificación de la teoría psicoanalítica de los instintos" (MC,p.58), al postular claramente la existencia de un instinto agresivo, particular e independiente, además del instinto sexual y sus variantes.

             Existe una lucha entre "los instintos del yo" tendentes a la autoconservación y "los instintos objetales" cuya energía es la libido[17] y que están dirigidos a objetos o pulsiones amorosas. Pero el "narcisimo" constituye una demostración de que "también el yo está impregnado de libido" (MC,p.59). En Más allá del principio del placer[18] (1920), Freud dedujo que "además del instinto que tiende a conservar la sustancia viva y a condensarla en unidades cada vez mayores, debía existir otro, antagónico de aquél, que tendiese a disolver dichas unidades... De modo que "además del Eros habría un instinto de muerte" (MC,p.60) o de autodestrucción, que orientado hacia el mundo exterior, se manifestaría como un impulso de agresión y destrucción. Así el instinto de muerte se pondría al servicio del Eros "pues el ser vivo destruiría algo exterior[19], animado o inanimado, en lugar de destruirse a sí mismo", y al cesar esta agresión aumentaría la fuerza de autodestrucción, "proceso que de todos modos actúa constantemente" (MC,p.60). Pero Freud insiste, no obstante, en que ambos instintos no aparecen aislados, sino amalgamados entre sí, y como casos claros alude al sadismo y al masoquismo, donde amor y muerte están estrechamente entrelazados, y al "placer narcisista" que experimenta el yo ante el despliegue de su furia destructiva, ante el cumplimiento de sus "más arcaicos deseos de omnipotencia".

             Hay que aceptar, por tanto, que "la tendencia agresiva es una disposición instintiva, innata y autónoma del ser humano" y que "constituye el mayor obstáculo con el que tropieza la cultura" (MC,p.63).

            La cultura es entonces un proceso puesto al servicio del Eros, que busca su expansión en unidades cada vez mayores, libidinalmente vinculadas (familias, tribus, pueblos, naciones...), con la constante oposición del instinto de muerte. "Ahora, creo, el sentido de la evolución cultural ya no nos resultará impenetrable; por fuerza debe presentarnos la lucha entre Eros y muerte, instinto de vida e instinto de destrucción, tal como se lleva a cabo en la especie humana" (MC,p.63). Y esta lucha de Titanes es el que "nuestras nodrizas pretenden aplacar con su <<arroró del Cielo>>" (MC,p.63).

 

            6) La conciencia moral o el super-yo: el masoquismo del individuo como mecanismo de defensa de la cultura y el sentimiento de culpabilidad

             De acuerdo con estas ideas de Freud, el cristianismo, con su precepto de amar al prójimo, y la conciencia moral en general, serían casos en los que el instinto de muerte, al no ser orientado hacia el exterior, aumentaría la fuerza de autodestrucción; representando así un automasoquismo en el que la agresión y la crueldad se ejercerían sobre uno mismo en lugar de sobre algo exterior.

             Estamos ante un mecanismo de defensa de la cultura frente a la agresión. La introyección, mediante la cual la agresión es devuelta al propio yo en calidad de super-yo, asumiendo la función de conciencia moral, que "despliega frente al yo la misma dura agresividad que el yo, de buen grado, habría satisfecho en individuos extraños" (MC,p.64). El sentimiento de culpabilidad es el resultado de la agresión del super-yo sobre el yo, y se manifiesta bajo la forma de necesidad de castigo.

             En este punto Freud rechaza la existencia de una facultad especial de discernir el bien y el mal. El hombre se siente culpable por hacer algo <<malo>>, pero esto significa que ha hecho algo convencionalmente considerado malo por la comunidad que le rodea e internalizado en su interior. La presión exterior le lleva al sentimiento de culpabilidad y al anhelo de castigo expiatorio, debido al "<<miedo a la pérdida del amor>>" (MC,p.65) o miedo al desamparo, rechazo y castigo de su comunidad. Así, pues, "lo malo, es, originalmente, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida del amor; se debe evitar cometerlo por temor a esta pérdida" (MC,p.66). La angustia de ser descubierto en algo malo es el único sentimiento culpable del niño, pero una vez internalizados los valores morales de su cultura y surgido el super-yo, no basta para no sentir culpabilidad con no ser descubierto por los semejantes, "pues nada puede ocultarse ante el super-yo, ni siquiera los pensamientos" (MC,p.66), y desaparece la diferencia entre hacer y querer mal.

             Cuando los santos se acusan de pecadores no van desencaminados pues las tentaciones deben de ser cada vez más fuertes ya que "la tentación no hace sino aumentar de intensidad bajo las constantes privaciones, mientras que al concedérsele satisfacciones ocasionales, se atenúa por lo menos transitoriamente" (MC,p.67). 

             La experiencia del destino es determinante para la conciencia moral, porque se identifica al destino con una autoridad y con una voluntad divina. Si el destino es adverso se intensifica el poderío del super-yo mientras que cuando la fortuna sonríe al hombre su conciencia moral es indulgente y concede grandes libertades al yo. "El pueblo de Israel se consideraba hijo predilecto del Señor, y cuando este gran Padre le hizo sufrir desgracia tras desgracia, de ningún modo llegó a dudar de esa relación privilegiada con Dios ni de su poderío y justicia, sino que creó los Profetas, que debían reprocharle su pecaminosidad, e hizo surgir de su sentimiento de culpabilidad los severísimos preceptos de la religión sacerdotal" (MC,p.68). Los pueblos primitivos, como expuso Freud con anterioridad, se conducen de modo muy distinto, dado su incipiente desarrollo psíquico. Pues cuando les sucede alguna desgracia no se culpan a sí mismos, sino al fetiche e incluso al jefe, que evidentemente no ha cumplido su cometido, y lo muelen a golpes en lugar de castigarse a sí mismos.

             "Por consiguiente, conocemos dos orígenes del sentimiento de culpabilidad: uno es el miedo a la autoridad; el segundo, más reciente, es el temor al super-yo" (MC,p.68).

El primero impulsa a la renuncia a la satisfacción de los instintos, el segundo, además, al castigo, porque el deseo persiste y no puede ser ocultado a la conciencia moral. Esta desventaja implica el surgimiento de la moral, ya no basta con la renuncia a los instintos para no sufrir el sentimiento de culpabilidad, sino que el hecho de tener deseos instintivos es injustamente castigado. Puesto que la moral procede del exterior y es internalizada en el proceso educativo, siendo el temor a la autoridad externa (padre) el primer motivo de renuncia a los instintos, y la autoridad internalizada (super-yo) el segundo, vemos que "la agresión por la conciencia moral perpetúa la agresión por la autoridad" (MC,p.69).

             Si bien al principio, la conciencia moral (o la angustia convertida después en conciencia) es la causa de la renuncia a los instintos, con posterioridad la situación llega a invertirse, y "toda renuncia instintiva se convierte en una fuente dinámica de la conciencia moral" (MC,p.70). Cada nueva renuncia a la satisfacción instintiva aumenta la severidad y la intolerancia del super-yo, en un proceso de -feedback- que le lleva a incrementar progresivamente la represión a la que se ve sometido el yo.

 

            7) El complejo de Edipo, el asesinato del Protopadre y el super-yo colectivo 

            "Si esto es exacto, realmente se puede afirmar que la conciencia se habría formado primitivamente por la supresión de una agresión, y que en su desarrollo se fortalecería por nuevas supresiones semejantes" (MC,p.71). El rigor de la educación ejerce también una influencia sobre la génesis del super-yo infantil. Pues en tal génesis concurren factores constitucionales innatos e influencias del medio, "condición etiológica general de todos estos procesos" (MC,p.72).

             Al pasar de la génesis de la conciencia moral individual a la génesis de la conciencia moral colectiva Freud sostendrá que "el sentimiento de culpabilidad de la especie humana procede del complejo de Edipo y fue adquirido al ser asesinado el padre por la coalición de los hermanos" (MC,p.72). Agresión primitiva prehistórica que no sería suprimida, como la del niño, en el que su mero deseo origina el sentimiento de culpabilidad, sino ejecutada en un tiempo anterior al totemismo.

             -"El humano sentimiento de culpabilidad se remonta al asesinato del padre", que satisface el odio hacia el mismo que sienten los hermanos (MC,p.73). Y el remordimiento resultante fue una consecuencia de la primitivísima ambivalencia afectiva frente al padre. Del amor por el padre asesinado surge el remordimiento y su entronización divina, pero como la tendencia agresiva contra el padre vuelve a agitarse en cada generación, también se mantuvo el sentimiento de culpabilidad, fortaleciéndose progresivamente. Vemos así que el amor participa en la génesis de la conciencia moral y del carácter inevitable del sentimiento de culpabilidad.

             "Efectivamente, no es decisivo si hemos matado al padre o si nos abstuvimos del hecho: en ambos casos nos sentiremos por fuerza culpables, dado que este sentimiento de culpabilidad es la expresión del conflicto de ambivalencia, de la eterna lucha entre el Eros y el instinto de destrucción o de muerte" (MC,p.74). Este conflicto aumenta cuando el hombre se propone la tarea de vivir en comunidad y se manifiesta, en la organización familiar, bajo la forma del complejo de Edipo.

                La tendencia de la cultura y del Eros a ampliarse en unidades mayores, que lleva de la familia a la humanidad, significa una constante acentuación del sentimiento de culpabilidad, a causa del innato conflicto de ambivalencia. "La cultura está ligada indisolublemente con una exaltación del sentimiento de culpabilidad, que quizá llegue a alcanzar un grado difícilmente soportable para el individuo" (MC,p.74).

             Freud nos recuerda finalmente que su propósito es "destacar el sentimiento de culpabilidad como problema más importante de la evolución cultural, señalando que el precio pagado por el progreso de la cultura reside en la perdida de felicidad por aumento del sentimiento de culpabilidad" (MC,p.75). Tal sentimiento es una variante de la angustia que coincide con el miedo al super-yo. Así como en los individuos el sentimiento de culpabilidad puede permanecer inconsciente, sin que el sujeto se aperciba de él en absoluto, "también se concibe fácilmente que el sentimiento de culpabilidad engendrado por la cultura no se perciba como tal, sino que  permanezca inconsciente en gran parte o se exprese como un malestar[20], un descontento que se trata de atribuir a otras motivaciones" (MC,p.77). 

            Las religiones siempre han reconocido la importancia del sentimiento de culpabilidad para la cultura, llamándolo <pecado> y pretendiendo librar de él a la humanidad. Freud ya trató en Tótem y tabú de "la forma en que el cristianismo obtiene esta redención -por la muerte sacrificial de un individuo, que asume así la culpa de todos-" (MC,p.77), para descubrir en ella un residuo de la protoculpa original ante el asesinato del padre y del origen de la cultura.

             El sentimiento de culpabilidad es anterior a la conciencia moral, pues primero surge de la autoridad exterior (niño y pueblos primitivos) y más tarde del super-yo (adulto y pueblos civilizados) al interiorizarse.

             Como hemos ya visto "Eros e instinto de muerte" es el dualismo que Freud aplica "para caracterizar el proceso cultural que transcurre en la humanidad" y también "la evolución del individuo", aunque lo llega a concebir como la esencia "de la vida orgánica en general" (MC,p.81). La relación entre estos tres procesos es clara, pues para Freud tanto el individuo como la colectividad no son sino "mecanismos vitales", y por tanto, subgrupos dentro del amplio grupo de la vida orgánica. Si bien la cultura es "aquella modificación del proceso vital que surge bajo la influencia de una tarea planteada por el Eros y urgida por Ananké, por la necesidad exterior real" (MC,p.81).

             La diferencia fundamental entre la evolución individual y la colectiva, como hemos visto tan semejantes, estriba en que el individuo busca su felicidad particular regido por el principio del placer, es egoísta, y para él vivir en comunidad es una desagradable necesidad; mientras que para la cultura el objetivo de establecer unidades cada vez más amplias de individuos humanos es lo más importante, y la felicidad individual es desplazada a un segundo plano (MC,p.82). "Tal como fatalmente deben combatirse en cada individuo las dos tendencias antagónicas -la de la felicidad individual y la de la unión humana-, así también han de enfrentarse por fuerza, disputándose el terreno, ambos procesos evolutivos: el del individuo y el de la cultura" (MC,p.82).

             Se establece una lucha entre individuo y sociedad pero no responde ya a los protoinstintos Eros y Muerte, sino que "responde a un conflicto en la propia economía de la libido, conflicto comparable a la disputa por el reparto de la libido entre el yo y los objetos" (MC,p.83), que aunque actualmente se decanta del lado de la cultura, podrá llegar a equilibrarse en el futuro, piensa Freud.

             El super-yo colectivo tiene la función de eliminar el mayor obstáculo con que tropieza la cultura, que es la tendencia constitucional de los hombres a agredirse mutuamente. La investigación y el tratamiento de las neurosis llevan a Freud a manifestar dos acusaciones contra el super-yo individual que le son aplicables al colectivo: 1) con la severidad de sus preceptos que llegan a ser irrealizables se despreocupa de la felicidad del yo, que en ningún caso puede realizar cuanto psicológicamente se le encomiende, como cree erróneamente el super-yo, porque sólo cuenta con un limitado dominio del ello; y 2) fuerza al yo a realizar el esfuerzo de atenuar las pretensiones del super-yo, pues si rebasan cierto límite existe el peligro de caer en la neurosis.

             "El mandamiento <<amarás al prójimo como a ti mismo>> es el rechazo más intenso de la agresividad humana y constituye un excelente ejemplo de la actitud antipsicológica que adopta el super-yo cultural" (MC,p.85). Un precepto irrealizable que constituye una muestra del poderoso obstáculo que representa la agresividad para la cultura. Tan poderoso "que su rechazo puede hacernos tan infelices como su realización" (MC,p.85). El amor al prójimo puede resultar tan nocivo para el individuo como su contrario, la agresión mutua. De este modo la cultura logra su objetivo, pero a consta de la felicidad del individuo, que desaparece ante la excesiva presión del super-yo.

             Finalmente Freud apunta hacia la posibilidad, ya que la evolución de la cultura es tan semejante a la del individuo, de que se den situaciones patológicas culturales análogas a las que conocemos en los individuos, esto es, de que muchas culturas -o épocas culturales, y quizá aún la humanidad entera- se hubiesen tornado <<neuróticas>> bajo la presión de las ambiciones culturales, y estén necesitadas de un tratamiento médico (MC,cfr,p.86-87). Freud apunta aquí hacia su labor de terapeuta de la cultura. Las investigaciones psicoanalíticas de Freud, al haberse extendido por la cultura contemporánea, constituyen ya un psicoanálisis del ser colectivo del que forman parte.

             El destino de la especie humana, según Freud, depende de si, y en qué manera, el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva surgidas del instinto de muerte. En la lucha entre el Eros y el instinto de muerte, Freud ya contempla la posibilidad del triunfo de la muerte y el exterminio en conflicto atómico de la raza humana, posibilidad de la que proviene, a su juicio, una buena parte del malestar del hombre contemporáneo; aunque no deja de poner sus esfuerzos y esperanzas en favor de la otra inmortal potencia, el Eros (MC,p.88), que es el que "mantiene la cohesión de todo lo existente" (PMAY,p.2578).

 

           

 

         BIBLIOGRAFÍA FUNDAMENTAL:

 

            SIGMUND FREUD

 

            Studienausgabe. 10 Bände. S.Fischer Verlag.

            Frankfurt am Main 1989. 

            OBRAS COMPLETAS (OC). Ed.Orbis. Barcelona 1988.

             (EH)-Estudios sobre la histeria (1895). OC vol-1.

             (IS)-La interpretación de los sueños (1900). OC vol-3.

             (PVC)-Psicopatología de la vida cotidiana (1898-1904). OC vol-4.

             (HMP)-Historia del Movimiento Psicoanalítico (1914). OC vol-10.

             (LIP)-Lecciones introductorias al psicoanálisis (1916)[21]. OC vol-12.

             (TT)-Tótem y tabú (1913). OC vol-9.

           (MAPP)-Más allá del principio del placer (1920). OC vol-13.

             (PMAY)-Psicología de las masas y análisis del yo (1921). OC vol-14.

             (EP)-Esquema del psicoanálisis (1924). OC vol-15.

             (AU)-Autobiografía (1925). OC vol-15.

             (PI)-El porvenir de una ilusión (1927). OC vol-17.

             (MC)-El Malestar en la Cultura (1930). Alianza editorial. Madrid 1970, (trad.Ramón Rey Ardid). (Tb.OC vol-17, trad.Luis López Ballesteros).

 

              BIBLIOGRAFÍA SECUNDARIA:

             Paul-Laurent Assoun (FN) Freud y Nietzsche. F.C.E. México 1984.

             Thomas Mann Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Ed.Plaza y Janés. Barcelona 1986. / (MM)- La Montaña Mágica. Ed.Plaza y Janés 1979.

             Erich Fromm La crisis del psicoanálisis, cap.II: El modelo de hombre en Freud. Ed.Paidos. Barcelona 1993. (Sin consultar).

             F.Chatelet Historia de la Filosofía, vol.IV, 8ªparte, I. Pierre Kaufmann (TFC) Freud: la teoría freudiana de la cultura. Ed.Espasa Calpe, Madrid 1983.

             Jürgen Habermas (COIN) Conocimiento e interés, III,12: Psicoanálisis y teoría de la sociedad. Ed.Taurus, Madrid 1989.

  

             DIDÁCTICA:

             -Existe una película de John Huston titulada: Freud, basada en el libro sobre Freud de J.P.Sartre, en la que salen bien expuestos todos los principales temas del psicoanálisis.

             -Time international (Magazine) Nº48. Is Freud dead?. November 29, 1993.


[1] "Las amplias coincidencias del psicoanálisis con la filosofía de Schopenhauer, el cual no sólo reconoció la primacía de la afectividad y la extraordinaria significación de la sexualidad, sino también el mecanismo de la represión, no pueden atribuirse a mi conocimiento de sus teorías, pues no he leído a Schopenhauer sino en época muy avanzada ya de mi vida. A Nietzsche, otro filósofo cuyos presagios y opiniones coinciden con frecuencia, de modo sorprendente, con los laboriosos resultados del psicoanálisis, he evitado leerlo durante mucho tiempo, pues más que la prioridad me importaba conservarme libre de toda influencia" (AU,pág-2791-92). (Cfr.HMP,pág-1900).

[2] Para Freud la frontera entre lo  <<normal>> y <<patológico>> sólo tiene un valor convencional (COIN,p.270).

[3] Lecciones introductorias al psicoanálisis. OC, vol-12, lección XX: La vida sexual humana. (1916-17).

[4] "No encuentro mérito alguno en avergonzarse de la sexualidad" (PMAY,p.2577), dice Freud.

[5] Citado en el artículo <Loi biogénétic fondamental> del <Dictionnaire du darwinisme et de l'évolution>, Paris, PUF, 1996.

[6] Que no son sino las tendencias sexuales directas que al encontrar obstáculos, se han desviado de su fin original en la satisfacción sexual, hacia otros fines.

[7] M.Foucault Microfísica del poder. Ed.La Piqueta, pág.85. Madrid 1979.

[8] "Denominaremos interdicción al hecho de que un instinto no pueda ser satisfecho, prohibición a la institución que marca tal interdicción y privación al estado que la prohibición trae consigo". (PI,p.2964).

[9] 9 Totem y tabú (1913).

[10] "La religión ha prestado, desde luego, grandes servicios a la civilización humana y ha contribuido, aunque no lo bastante, a dominar los instintos asociales" (PI,p.2981).

[11] A menos que la colectividad entre en un estado patológico, en el curso de su evolución, podemos añadirle a Freud.

[12] Lógos-Anánke / Razón-Necesidad. (Los paréntesis son míos).

[13] Ya definida de este modo en El porvenir de una ilusión, (OC,Orbis,p.2961).

[14] Lo que generalmente se denomina amor o cariño lo denomina Freud "amor de fin inhibido", como el de la amistad o el que se experimenta hacia los familiares, que es de origen sexual pero ha sido desviado.

[15] Tesis ya mantenida por el filósofo Baruch Spinoza.

[16] Recuérdese que Freud escribe el MC en 1930.

[17] Libido es un término perteneciente a la teoría de la afectividad que designa la energía cuantitativa de los instintos amorosos de cualquier índole, todos los cuales, se retrotraen en última instancia, al amor sexual, del que pueden haber sido desviados. Los instintos eróticos o sexuales son el a priori del psicoanálisis (Cfr.PMAY,p.2577).

[18] O.C. vol-13.

[19]  "El yo se ha tornado masoquista bajo la influencia del super-yo sádico" (MC,p.77).

[20] Aquí encontramos el significado del título del libro.

[21] Las fechas entre paréntesis son las del año de publicación.

 

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